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Isla al Sur

RECTO, HUMANO, SENCILLO: CHE

RECTO, HUMANO, SENCILLO: CHE

Muchos años atrás, obreros de la fábrica de confituras cubana La Estrella, recordaron una jornada de trabajo voluntario que compartieron con el inigualable Comandante. Más allá del tiempo de esta historia, en el aniversario 40 de su muerte, queda en ellos, y en nosotros, la impronta de un día grande en sus vidas.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

-Comandante, ¿me permite?

-Dígame.

-¿Usted cree que le pueda dar unos recorticos de turrón a los compañeros?

-¿Y qué tú haces con esos recortes?

-Comandante, esos recortes se funden y vuelven a la producción.

-Usted no sabe que eso es un atentado a la economía nacional.

Fue un domingo de 1964 en que los obreros de la Gerardo Abreu Fontán –antigua Estrella- hacían trabajo voluntario con un maní que traía muchas impurezas. Ángel González Delgado, entonces responsable del departamento de turrón, alicantes y yemas, quiso hacer un alto en la faena y obsequiar al Comandante Ernesto Guevara y sus acompañantes con unos recortes del sabroso dulce. Ante la respuesta del Che quedó tenso. La crítica revolucionaria le llegó hondo y supo asimilarla.

“Puso de relieve su recta visión de la economía nacional, su respeto al producto del pueblo. Aquello caló profundamente en los trabajadores de la Fontán y aumentó con creces la admiración por ese gran dirigente. Su presencia en jornadas voluntarias en este centro perdura en el recuerdo de los que aún quedamos, pues muchos, por la edad, ya se encuentran retirados”, rememora Ángel.

Cuentan los veteranos de la antigua Estrella que el Che los visitó en tres ocasiones y coinciden en afirmar su poco hablar, afanado en cualquier tarea. “Vine a trabajar, no a visitar la fábrica”, fue la respuesta que muchas veces dio.

-...pero usted padece de asma, en mi familia yo tengo dos tías que son asmáticas.

-¿Y se atienden con el médico?

-Sí, tienen tratamiento. Yo tengo una preocupación, a mí me han dicho que montando avión se quita el asma.

-Ya tú ves que eso no es así, porque yo he montado bastante y no se me ha quitado.

Todo el diálogo sin dejar la faena, sin parar las manos atareadas en el envase del turrón de yemas. Adolfina Fernández lo recuerda profundamente humano y se extiende en las explicaciones que sobre la enfermedad el Che le refirió.

“Aquel día se sentó a mi lado y yo le vi el aparatico del asma en el bolsillo. Lo que más me impresionó fue su sencillez, su preocupación por el tratamiento médico de mis tías, personas a las que ni remotamente conocía. Ahí calibré su gran condición humana”.

-¿Cómo es su nombre?

-Yo me llamo Ernesto.

-Bueno, Ernesto, vamos a empezar a trabajar. No tenga pena en mandarme, aquí los operarios son ustedes, yo soy el ayudante.

Y venga entonces a laborar duro a pesar del asma. Algunos compañeros se acercaron para verle: “Esto no es para mirar” –les dijo- y la gente se marchó. El overol perdía su pulcritud a medida que avanzaba la jornada. A la una y un poco más de la tarde quedaban aún cajones de mezcla por pasar a la máquina. A la propuesta de guardarlos en el frío se negó. Cuando concluyó, al igual que los demás obreros, cogió la escoba y limpió el departamento.

Tal es la evocación de Ernesto Suárez Díaz, antes operario de turrón. Rememora el ahínco del Che por aprender rápido el oficio, pero también, por conocer las condiciones de trabajo de los obreros, por saber del buen uso de las máquinas y la garantía de una producción con calidad.   

“Sin hablar, solo con su actitud, hacía que los demás trabajaran de verdad. Siempre que vino se mezcló con nosotros de igual a igual y habló con su lenguaje sencillo y claro que todos entendíamos. Era el primero en comenzar... y el último en concluir la jornada”.

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