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Isla al Sur

COLÓN METEORÓLOGO

COLÓN METEORÓLOGO

El 27 de octubre de 1492 el Gran Almirante atisbó esta Isla y el 28 tocó tierra. En 1502 sobrevivió en La Española a un huracán gracias a su intuición marinera.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

La historia recoge que el 27 de octubre de 1492 Cristóbal Colón avizoró esta Isla desde la holguinera bahía de Bariay, y que el 28 pisó terreno firme junto con los tripulantes de La Niña, La Pinta y la Santa María. De entonces acá, no hay cubano que no afirme que "esta es la tierra más hermosa que ojos humanos han visto" aunque, a decir verdad, el genovés fue poco original, pues la muletilla la repitió más o menos igual en otros sitios, quizás por una temprana vocación de turoperador deseoso de que "lo mío, primero".

Pero más allá de una conmemoración anual, o de la inacabada polémica de si fue un descubrimiento o un encuentro entre dos culturas -más bien diría que encontronazo, en el que una de las partes, los aborígenes, cargaron con el perjuicio de la colonización, las encomiendas, el saqueo, la matanza, los suicidios colectivos y la destrucción-, lo cierto es que el Gran Almirante tuvo aciertos y, entre ellos, nadie puede negar su vinculación con la vanguardia de la navegación en la época y que fue persona de mucho instinto; tanto es así, que no pocas veces salvó la vida gracias a ellos.

A propósito de esta temporada ciclónica, Edelberto Leyva Lajara, profesor de la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana, comenta sobre la particular intuición marinera de Colón, la que le permitió el 12 de junio de 1502, en su cuarto viaje, olfatear un huracán y reconocer sus signos con tiempo suficiente como para guarecerse en zonas seguras de la costa.

Dice que venía con una expedición de cuatro embarcaciones cuando le empezó con el "tiqui-tiqui" del vendaval, pero le negaron tocar puerto en La Española, donde tenía prohibido entrar por violar allí con anterioridad mandatos de la Corona. No obstante, el viejo lobo informó que se acercaba algo "de madre y muy señor mío", mas nadie lo tomó en cuenta y 30 embarcaciones cargadas de oro partieron de aquella isla (Haití y República Dominicana).

Las naves, aún sin perder de vista a La Española, iban confiadas hacia su destino, Europa; en tanto Colón con sus pequeños navíos de madera buscó refugio en alguna ensenada conocida desde viajes anteriores. Fin de la historia: el genovés y su gente fueron los sobrevivientes de una tempestad en arrebato, mientras solo los tripulantes de cuatro naves de la otra flota lograron hacer el cuento.

El Gran Almirante debió sentir un orgullo ilimitado por su tino. Y a propósito de su carácter, una faceta de la que pocas veces se escribe, Cristóbal Colón es una de las figuras históricas a la que más controvertidas definiciones se le endilga. Hay quienes dicen que era abnegado, adaptable, casto, crédulo, delicado y elocuente. Otros afirman que se mostraba altivo, ambicioso, autoritario, obstinado, calculador, egoísta e indisciplinado.

Y como los embrollos no acaban, su nacimiento se lo disputaron, en Italia los territorios de Génova, Savona, Nervi, Pradello, Oneglia y Cogoleto. Los españoles a lo largo de la historia no se quedaron detrás: Extremadura, Cataluña, Galicia y Mallorca. Y no faltan quienes lo asociaron con un pirata vasco o sobrino de un lobo de mar francés. Incluso, Portugal, Noruega e Inglaterra no escaparon a los afanes "investigadores".

Su muerte es más clara, falleció en Valladolid, España, en 1506, muy lejos de los privilegios con que contara años atrás; pero, entonces, la controversia está en si fue enterrado en Sevilla o en Santo Domingo. Incluso, en 1795 supuestamente sus restos se trasladaron a la Catedral habanera y hubo celebraciones solemnes reflejadas por la prensa de la época, cosa que no fue cierta, pues no pertenecían al Almirante.

¿Y cómo le llamaron? Bueno, en estos días aciclonados vale un entretenimiento histórico. Los ingleses le llamaron Columbus; los portugueses, Colom, con m; los franceses, Christophe Colomb; y los italianos, Cristoforo Colombo. En España, el Almirante primero se hizo nombrar Coloma, y después, Colón.

¡Ah, estos días de entrada de invierno tropical traen a la memoria otros datos curiosos! Sí, porque su firma es otro enigma nunca develado por el navegante, y los caracteres que conforman la pirámide han sido objeto de innumerables teorías entre los estudiosos. Y, para añadir más sal y pimienta al asunto, hay quienes lo describen como el último hombre del Medioevo, el primero de la Edad Moderna, duro de carácter y poeta de palabras y hechos.

Fallecido a los 55 años de edad, Cristóbal Colón dejó a la posteridad el gusto por bucear en la realidad, la leyenda y el mito. Dicen que creía en augurios, tenía predilección por el número siete, era amante de las ciencias, de fuerte voluntad y astuto, a la vez que sensible, servicial, elegante y elocuente con las damas.

Los historiadores lo describen de cara larga, rasgos pronunciados, ojos grises y pelo rojo, de joven. Algunos señalan, con picardía, su preocupación por la calvicie. Tuvo dos hijos: Diego, de su matrimonio con Felipa Moniz; y Fernando, vástago natural con Beatriz de Arana, a quien reconoció y, con ello, pudo utilizar delante del nombre el tan apreciado "don".  A ambos los llevó en sus viajes y les "pegó" el gusto por el mar. También se aventura una posible relación con Beatriz de Bovadilla, aunque no hay confirmación.

Y como a los cubanos no nos gusta quedar a la zaga, también hemos puesto lo nuestro para aumentar la leyenda. Sí, en nuestro continente, la primera estatua que se le erigió fue en el municipio matancero de Cárdenas. Con bombo y platillo se inauguró el monumento al navegante el 26 de diciembre de 1862, y fue obra de una colecta pública. Enhiesto aparece en bronce el Almirante, con el globo terráqueo al lado del pie izquierdo. El pedestal es de mármol.

Pero desafiando todo entuerto y acierto en el tiempo, a Cristóbal Colón nadie puede arrebatarle la gloria de un viaje que lo hizo llegar a un nuevo mundo, según la psicología e intereses económicos de la ya entonces vieja Europa, interesada en el fomento del comercio con el Oriente y la expansión del Cristianismo, que en estos lares conllevó a que se estableciera un contacto que nunca más se interrumpiría entre las diversas partes, la más de las veces, de forma desigual.

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