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Isla al Sur

LOS TIEMPOS DEL PROFESOR

LOS TIEMPOS DEL PROFESOR
Carlos Hernández Martínez, subdirector de la Sede Universitaria Municipal de Boyeros, comenta que para él un maestro debe ser un estudioso de la personalidad de sus alumnos.

CARLOS VELAZCO FERNÁNDEZ,
estudiante de cuarto año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Carlos Hernández Martínez recupera el tiempo que pueda haberse perdido como educador impartiendo clases a sus grupos de la universalización y del Instituto Superior Politécnico José Antonio Echevarría, a la vez que asume la subdirección de la Sede Universitaria Municipal de Boyeros. Para él, un maestro debe ser un estudioso de la personalidad de sus alumnos.

-¿Cómo un niño de sexto grado se decide por el magisterio?

Tenía la influencia de una hermana maestra. Por el año 1973 había un plan emergente al que uno se podía incorporar al terminar sexto grado, el movimiento Guerrilleros de la Enseñanza. Comprendía los estudios hasta graduarnos de bachiller y de profesores de enseñanza primaria. En ese momento se inauguraba la escuela Salvador Allende. Así es como me incorporo al estudio del magisterio.

-De sus primeros tiempos como profesor, ¿qué recuerda?

Me enviaron para una escuela en Mariel, al pie de las montañas. Mi trabajo como profesor en el campo me gustaba. Cuando me gradué muchos de mis alumnos eran más grandes que yo. En los años 70 no era como ahora, hoy los muchachos de sexto tienen 11 ó 12 años, pero por aquel entonces yo tenía 15 y algunos de mis estudiantes 17. Los días del maestro, mis compañeros de la ciudad se reían porque, a diferencia de ellos, mis regalos eran un pollo o algo así. Si llovía durante una clase me decían: “Maestro, permiso, tengo que quitarle la montura al caballo”.

-Siendo maestro cumplió misión internacionalista en Angola.

A mí me llamó el Servicio Militar en un momento en que al que iba a la universidad se le aplazaba y a los maestros no se les llamaba, por el déficit de profesores. En una de las entrevistas me preguntan si quería cumplir misión, y respondí que sí, que tenía disposición. Al único de todo mi grupo que llamaron para cumplir el Servicio fue a mí.

Aquello fue traumático. Todo el mundo en las aulas me preguntaba: “¿Cómo es esto? ¿Por qué te llaman a ti si a los maestros no los llaman?”. Se hicieron las gestiones habidas y por haber, y nada. Y adelante. Fue una etapa muy significativa para mí. Cuando llegué a la República Popular de Angola me dijeron: “Como tú eres maestro y tienes preparación, te toca un cañón y dirigir una escuadra”. Y yo no sabía lo que era un cañón ni había pasado los seis o siete meses de adiestramiento que normalmente tenían antes los jefes de escuadra aquí en Cuba. Tuve que aprender sobre la marcha.

La posibilidad  que te da el magisterio es que uno asume cualquier misión. Allí seguí enseñando en las clases de preparación política, preparando en las tardes a los reservistas o en los círculos de interés con las escuelas de los angolanos.

-¿Qué se siente ante la posibilidad de la muerte?

Dolor. Era muy difícil ver la pérdida de un compañero, era algo que nos unía más, pero que no dejaba de causar tristeza. Estuve en el sur de Angola, una zona muy conflictiva, y pertenecí a la artillería, la cual debía trasladarse cada vez que había combate. Las minas nos preocupaban mucho porque nos desplazábamos constantemente en un camión lleno de explosivos de un lado a otro detrás del enemigo, y estaba la posibilidad de la muerte latente en la mente de cada uno. ¿Qué te voy a decir? Hay quienes dicen que no,  pero sí, uno a la edad de 17, 18 años, siente todo eso, aunque después te vas curando.

-¿Cuáles son las gratitudes que le reporta su profesión?

La satisfacción más grande es que los estudiantes te quieran y te recuerden con gratitud. Evito transmitir esa imagen del maestro terrible que llega frente al aula y dice: “Yo soy el más duro”. No. Siempre ofrezco confianza. Trato de que los alumnos que empiezan conmigo, terminen, que no sientan ese miedo a los exámenes, porque de lo que se trata es que aprendan.

Tengo alumnos de diferentes generaciones, algunos son hombres de 30, 40 años, y me recuerdan todavía: “Usted me dio clases en segundo grado allá, en tal lugar”. Aunque ocupe cargos de dirección no abandono el aula. Cuando terminé mi misión internacionalista, permanecí mucho tiempo en las Fuerzas Armadas, y no pude desarrollar todo lo que había aprendido hasta que regresé a la docencia al comenzar el proyecto de las sedes. Siempre mantuve el deseo de ejercer el magisterio, y puedo ocupar la responsabilidad que desempeño, pero atiendo mis grupos acá en la universalización y otros dos en el ISPJAE, a quienes imparto Filosofía.

La docencia necesita de la práctica. Si la abandonas por un cargo de dirección, aunque conserves el título, sin esa capacitación constante en el contacto con el estudiante, pierdes el oficio. Yo lo veo así.

-¿Cómo hace para que sus alumnos aprendan sin que el camino trazado por usted impida el desarrollo creativo individual?

Me ha dado muy buenos resultados el trabajo en equipo. Los programas del Curso para Trabajadores y el de las sedes son muy parecidos. Por lo general consisten en ocho clases y ocho consultas. Un total de 16 encuentros. Les imparto a mis muchachos las conferencias hasta el tercer tema, y luego preelaboro los restantes, busco la bibliografía, y después dejo que ellos sigan trabajando por equipos, que aprendan investigando.

Entonces digo: “Ahora soy yo el estudiante y ustedes los profesores”. Pasan trabajo en los primeros momentos, pero se van adaptando. Mi deseo es que indaguen y profundicen. He compartido con ellos experiencias maravillosas como hacer un examen de Teoría Sociopolítica sentados a la manera campestre en Soroa o abordar un tema de Ecología en Santa María del Mar. No es ir a la playa sólo a nadar, es primero ir a dar una clase, una clase viva. Es trabajoso, pero los grupos tienen disposición y los muchachos se motivan. ¿Se pierde la exigencia? No. Se modifica la característica del aula.

-Además de dominar los conocimientos a impartir, ¿qué otras cualidades considera que  debe poseer el profesor?

Tiene que existir un rigor, pero valoro mucho el humanismo en un profesor, porque debe sentir a sus estudiantes parte de su obra, compartir con ellos, no creerse por encima o alejado por su condición de académico o por los distintos reconocimientos que haya recibido. Yo soy tan parte de los grupos de mis alumnos como ellos mismos.

El proceso de la docencia ocurre en dos direcciones, de mí hacia mis estudiantes y de ellos hacia mí. Un maestro debe darse cuenta de si es comprendido, puede que esto sea más difícil cuando se imparte una conferencia en el Varona a 400 alumnos, pero en el aula ha de haber retroalimentación.

Por supuesto que la generación actual es distinta a la mía, que estudió en la década de los 80, hablamos de otra época, de otras competencias, de otra situación económica, pero debo poseer la cualidad de observar y analizar la composición de mis grupos y la calidad humana de cada uno de sus integrantes para poder trabajar con las diferencias individuales, y captar y ganar a los estudiantes. La misión de un maestro no es a sólo dar clases, él debe ser un investigador de la personalidad de sus alumnos.

-¿Un profesor lo sigue siendo en el hogar, con los hijos?

Uno quizás en la docencia no es el mejor profesor de sus hijos, porque a veces suele impacientarse más y ser más estricto con ellos que sus propios profesores, pero sí en la educación, en el ejemplo personal que da en el ámbito del hogar. Ser docente te marca no sólo en el marco de las cuatro paredes del aula. El maestro, incluso, debe tener cuidado, aunque esté en su derecho, al tomar cerveza en una esquina porque la gente siempre lo comenta: “Mira, ese es el profesor. Ese va a ser el ejemplo de mis hijos”. Se ve así. Pero todo te obliga a perfeccionarte, a ser mejor.
 
-¿Qué tipo de dificultades enfrenta a diario una sede universitaria?

En esta sede atendemos actualmente a alrededor de 2 000 estudiantes, además de programas de la Revolución, la escuela municipal de Trabajadores Sociales y las unidades militares que hemos incorporado a nuestro trabajo para que los varones durante su Servicio Militar reciban una nivelación y no se atrasen. Son más de 4 000. Y hablo sólo de una sede de la capital, no de las 15.

Los principales problemas que se atraviesan hoy son las dificultades con los locales, el completamiento de la plantilla de profesores y la gran cantidad de muchachos incorporados que se desmotivan y no rematriculan, y en esto último, no me refiero solo a la mujer embarazada o a aquellos que presentan problemas: esa es una preocupación que comparto con muchos otros. Pero tenemos más satisfacciones que insatisfacciones, porque las sedes funcionan, y han cubierto un espacio que no podían cubrir las universidades centrales.

-¿Por qué cree que para muchos las sedes ofrecen una preparación insuficiente en comparación con las universidades centrales?

Todavía hay personas, docentes y hasta personalidades, que ven a la nueva universidad a través del esquema de una institución central, cuando las sedes universitarias no pueden ser réplicas de la central, así como no es igual una experiencia de 280 años y una de cinco. Pero las sedes deben beber la savia de toda esa herencia acumulada. Una sede tiene que parecerse al lugar donde se encuentra. Desempeña un gran papel, y hay que vivirlo, es un programa inclusivo. Hay que volcar las facultades hacia las sedes, y no verlas como una carga, sino como una extensión. Es verdad que a veces se subvalora, mas pienso que se avanzará a medida que se vaya entendiendo.

-Algunos opinan que ser educador en Cuba es una profesión ingrata.

Siempre le he dicho a quien viene aquí y se sienta donde estás sentado tú ahora y me dice que quiere ser profesor, que esta no es una profesión que se deba elegir por embullo o por remuneración económica. Puede hacerse: comenzar a dar clases por resolver un problema, pero hay que amarla, vivirla, sentirla. A veces se piensa así, pero no creo que le suceda a la mayoría. Se corren riesgos en los nuevos programas emergentes donde no todo el mundo ingresa por amor al magisterio.

A veces se necesitan urgentemente profesores integrales y la prisa en las captaciones masivas también conspira contra la profesión. Hoy ya podemos detenernos con más calma en la selección y preparar más a ese profesor, antes y sobre la marcha. Pero si alguien no ama la profesión, prefiero que no la practique. Un médico que no es bueno, es matasanos; un mal profesor es “matalumnos”.

-Usted ha sido reconocido dos años consecutivos como el profesor más destacado de sede universitaria.

No pensaba obtener la categoría de profesor más destacado entre los tantos que forman parte de la Universidad, y donde hay muchos eminentes. Estar al lado de profesores que toda su vida se han dedicado a la enseñanza, provoca orgullo, y más aún, al coincidir este año con el aniversario 280 de la fundación de la Universidad de La Habana.

Esta entrevista forma parte del libro en preparación Nosotros, los del 280, escrito como examen final del género por alumnos de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, a propósito del aniversario de la casa de altos estudios cubana.

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