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Isla al Sur

CEREBRITOS

CEREBRITOS

De que los hay, los hay. Basta salir a la vía pública para advertirlos.

ROGER RICARDO LUIS,

Director de Investigaciones del Instituto Internacional de Periodismo José Martí,

cortesía para Isla al Sur.


Sitúese, por ejemplo, entre las 8:30 y las 9:00 de la mañana en la intersección de las avenidas de los Presidentes, Rancho Boyeros, Salvador Allende y Zanja, en la capital del país, observe cómo hay choferes impacientes que ante la luz roja son incapaces de esperar unos segundos hasta que se verifique el cambio por la verde en el semáforo.

No pocas veces he presenciado allí peatones corriendo para librarse del atropello inminente cuando le asiste el derecho y el tiempo para cruzar. Otro tanto suele ocurrir con motoristas y ciclistas: los he visto regados por el asfalto tras esquivar al violador de la ley que no es capaz siquiera de mirar atrás. Quién no se ha sobresaltado al escuchar el frenazo inesperado y estrepitoso de estos “apurados” ante un carro que aún cruza con la señal luminosa de vía libre.

Deténgase en cualquier intersección importante de la ciudad y “disfrute” de una salida tipo Fórmula Uno. Allí verá a los “panelitos” (una verdadera plaga citadina), y otros vehículos de nueva generación, haciendo rugir los motores y lanzarse a conquistar la supremacía de la calle a como dé lugar. En esa misma lista se anotan quienes ante un pare o la luz roja aceleran bruscamente en punto muerto el carro para asustar a un niño, un anciano o una embarazada que le pasan por delante.

No falta la “escudería” formada por todo tipo de “almendrones”, “mostrovich” y otros “ruedúpedos”  cuyos “pilotos” parecen sufrir la ilusión de ir al volante de un Ferrari; es decir, toda una amenaza como “… para no salir de casa”. Sume también a quienes se esconden detrás de los papeles oscuros y/o ponen sus reproductoras a todo volumen y se aíslan en su mundo rodante como dueños absolutos del camino.

Están los cromañones. Circulan con la mentalidad de abrirse paso en medio de una selva de asfalto imponiendo el tamaño y el tonelaje de su vehículo; su divisa es “¡Allá voy!”. Suelen ser también protagonistas de embotellamientos cuando se atraviesan en la vía a conversar, recoger o bajar pasaje, y lo hacen bajo el mandamiento de “… quien está detrás, pues que espere”. Ellos actúan al “¡Sálvese el que pueda!”. Por cierto, hace poco observé cómo un “camello”, con un giro desproporcionado y ¡…a la cañona!, obligó a la conductora de un Fiat polaco a subirse al separador de una avenida y arrinconarla contra una luminaria.

Fíjese en quienes a la hora de estacionarse lo hacen frente a un garaje o cierran cualquier posibilidad de maniobra a los vehículos situados delante o detrás. A estos, cuando se les llama la atención, exclaman incómodos o con sorna: “¡Oiga, lo mío es un momentico!”, pero en realidad pierden la noción del tiempo, la memoria y la ¡vergüenza!

El muestrario incluye choferes que con algún tipo de maniobra al volante dañan el césped o destruyen  un jardín sin importarles, pasan a toda velocidad por al lado del trabajador de servicios comunales cuando limpian nuestras calles. Este tipo de conductores golpean, botan y hasta producen averías a contenedores de basura y son incapaces de detenerse a mirar el daño. ¡Cuidado! Con semejante actitud, en un momento dado, son capaces de darse a la fuga si atropellan a un ciudadano en la vía.

La conducta humana es compleja y en ocasiones tiende a ser irracional a partir de comportamientos que tienen sus orígenes en la violencia reprimida, la prepotencia, la ostentación, el poder, la vanidad, el orgullo estéril, el primitivismo absurdo, la incultura. Mas, no soy psicólogo para adentrarme en estos asuntos, pero como ciudadano sí puedo afirmar: esos individuos son incapaces de valorar y disfrutar el privilegio de actuar como seres sociales.

Con ellos convivimos, pero no debe ser de una forma pasiva al punto de facilitarles el triunfo sobre lo racional y justo. Se trata, entre otras cosas, de que quienes tienen que hacer valer la ley estén en el lugar y momento que deben estar. Hagámosle sentir a estos personajillos el rigor de la justicia y el repudio de quienes no queremos ser víctimas de su forma de asumir el mundo cuando están al volante.

No pretendo con estas líneas cerrar el inventario; ayude a completarlo, pero sobre todo a combatir las actitudes que, no pocas veces, llevan a la muerte y las lesiones a muchos en la vía.

Y si por casualidad es uno de ellos y aún tiene capacidad instalada para el razonamiento en este tema, piense que, al menos, una vez en el día, andará a pie. Un consejo: ¡Cuídese de quienes son como usted!

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