Blogia
Isla al Sur

CARRAGUO, UNA CRÓNICA

CARRAGUO, UNA CRÓNICA

DAINERYS MACHADO VENTO,
estudiante de cuarto año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

El lugar donde nací no es un pueblo. No es un batey. No es una Cooperativa de Producción Agropecuaria... y muchísimo menos un reparto residencial. El lugar donde nací se parece más a Cuba que el mismísimo Malecón de La Habana, y aunque quisiera borrar todo el humor del mundo para escribir sobre mi terruño, no puedo dejar de sonreír ante la aventura que significa adentrarse por las calles de mi Carraguao, incluso a través de la magia de la lectura.

A este barrio llegué en la barriga de mi mamá, y que me parta un rayo si miento cuando digo que todo el mundo sabe que si tuviera otro lugar para donde ir, no regresaba ni para recordar la infancia.

La mayor cualidad de esta zona es no dar tregua al aburrimiento: no pasa un día sin que rueden por las calles los problemas de otros contados por otros, y escuchados por otros con la mayor naturalidad del mundo. Y ese movimiento constante de bolas nacionales, anécdotas ajenas y predicciones políticas, son los que transcurren entre horas eternas con olor a chispaetren y mucha, mucha gritería... ¿sólo gritería?

Y mi mamá atragantada, con la comida raspándole el corazón por culpa de mi abuela: “Sal de la puerta, mima, me vas a matar de un infarto. Si te dan un botellazo no voy a cargar contigo para el hospital...pst, cierra, pero...,¿tú no ves que la bronca está ahí mismo?”.

Alguien podría preguntarse entonces, ¿por qué malgastar tiempo y papel para escribir sobre uno de los tantos barrios marginales que conviven en el municipio Cerro? El que se pregunte tal cosa jamás ha pisado las mágicas —por reales y a la vez maravillosas— calles de Carraguao. Jamás ha salido arrollando desde Zequeira en una conga de sudor y alegría hasta las gradas del Latino, y muchísimo menos se ha erizado al escuchar la voz de un tambor que le canta a Shangó, y a la vuelta de la esquina ha entrelazado las manos pidiéndole a Cristo lo mismo que ya le pidió al Orisha, “por si acaso me oye primero”.

Mi barrio no tiene desperdicio. Es sentimiento...y asombro.

¡Pero, contra, si en una conversación ocasional el vecino de la puerta de al lado me dijo que Marx Horkheimer no podía hablar de enajenación de la industria cultural cuando él era el primer hippie del  movimiento universitario de los 60 en Estados Unidos! Tuve que utilizar mi propia mano para devolver mi quijada inferior a su posición original.

Y en tierra tan singular vivo hace 21 años. Exactamente el mismo tiempo que hace que anhelo el día en que mi familia se decida a permutar nuestra casa..., no para un pueblo, ni para un batey, mucho menos para una CPA, pero sí para un reparto residencial. Y vaya paradoja la de mi sueño: sé que cuando eso suceda voy a extrañar el barrio.

Porque no es sólo música alta, gritería, discusiones y mercado negro. Es también el vecino que prácticamente se saca una aspirina de la boca para aliviar tu dolor de cabeza, mi barrio es la llegada sorpresiva de una natilla humeante justo a tiempo para ser servida de postre. Mi barrio soy yo, y él también tiene ya algo de mí.

Acaso a la altura de estas letras los apocalípticos comprendan la necesidad que sí tenían estas manos de escribir sobre Carraguao, sólo que para ser sinceros, para hablar de mi barrio, no alcanzan las líneas de una crónica, porque él, por sí solo, es ya una novela.

0 comentarios