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Isla al Sur

CUBA VIVE

CUBA VIVE

Tras los embates de los huracanes Gustav e Ike en apenas poco más de una semana, los cubanos tenemos la firme convicción de que el país continuará funcionando y que nadie quedará sin amparo, sin solidaridad, sin la asistencia inmediata para todos los que la necesiten.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Los cubanos hoy estamos tristes. Basta ver las imágenes que la televisión ofrece, escuchar los noticieros radiales, leer la prensa. Miles de familias han quedado sin techo, algunas zonas del país arrasadas por las lluvias y los vientos, instalaciones económicas dedicadas a la alimentación del pueblo seriamente dañadas, cosechas devastadas, árboles derrumbados, ríos excedidos, falta de fluido eléctrico. Es un panorama sobrecogedor.

En la capital, donde los daños fueron menores en comparación con otras tragedias que enfrentan varios territorios de la Isla, casi se ha vuelto a la normalidad, pero los citadinos no dejamos de pensar que entre los demoledores huracanes Gustav e Ike, más de medio millón de viviendas fueron parcial o totalmente dañadas, parte del tendido eléctrico, estructuras metálicas, plantaciones de plátano, café, yuca, maíz y la avicultura, recibieron el golpe maléfico de la naturaleza que con vientos y lluvias se ensañó a lo largo del caimán.

Algunos ejemplos son inevitables. En Sibanicú, Camagüey, 35 centros docentes y 32 comerciales quedaron dañados. En Pinar del Río, el río Cuyaguateje cercenó precozmente el paso por carretera entre los pueblos de Isabel Rubio y Guane. En Matanzas se sufre la caída de 35 mil toneladas de toronja y más de 3 mil de naranja. En Baracoa, Guantánamo, 346 casas quedaron arruinadas totalmente y otras más de 700 de forma parcial, además de 21 ejes económicos. En los municipios tuneros de Puerto Padre, Jesús Menéndez y Manatí se presenta un conmovedor escenario en el sector residencial, en las áreas agrícolas y en instalaciones productivas y sociales. En Holguín, la localidad de Gíbara perdió su hermoso malecón y las aguas penetraron extensamente al poblado. La Isla de la Juventud, ya se sabe por las imágenes que recorren el mundo, es otra. 

Sin embargo, el optimismo del cubano está presente. Y no es palabrería, no es consignismo. Ante la tragedia, nos salva el humanismo, la solidaridad, la fuerza interna que mueve a un pueblo que sabe que no está desprotegido por su sistema social. Hoy, como nunca, la Revolución cobra el sentido exacto de la palabra, de la voluntad, de la permanencia de su justeza repartida para todos.

Tras los embates de los huracanes Gustav e Ike en apenas poco más de una semana, los cubanos tenemos la firme convicción de que el país continuará funcionando y que nadie quedará sin amparo, sin solidaridad, sin la asistencia inmediata para todos los que la necesiten.

Los que a falta de fluido eléctrico seguimos por la radio el curso de ambos fenómenos, no pudimos dejar de sentir orgullo por nuestra Defensa Civil, por los combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, del Ministerio del Interior y del Cuerpo de Bomberos. Por los imbatibles linieros a quienes nunca nos bastará la palabra para agradecer tanta muestra de coraje. Quiero hacer mi particular agradecimiento porque hay que ser no solo valiente, hay que ser profundamente humano para asumir tamaña y gigantesca obra. Hay que tener amor, y perdonen la palabra que, por usada en ocasiones indiscriminadamente, a veces perdemos su virtuosa dimensión. Y hay que distinguir, en primerísimo lugar, a los hombres y mujeres cubanos, ¡qué gentes!, que en medio de tanta desventura, nunca han perdido la confianza, el atrevimiento de echar hacia delante sean cuales sean las circunstancias que desafíen. Eso es Cuba hoy. 

Pero, en particular, necesito –necesito, así repetido-, decir que siento mucho orgullo de ser periodista cubana. Hoy, cuando después de casi 30 años en el ejercicio en caliente de la profesión ya no soy reportera y por primera vez asumo un huracán desde la perspectiva del ciudadano común, sé cuánto de coraje hay en mis colegas para hacer llegar las informaciones más recientes, más frescas, más actuales, más orientadoras, a su pueblo.

Los periodistas cubanos no viven en mansiones, no tienen autos de último modelo, no reciben salarios con sumas exorbitantes de dinero, no trabajan con espíritu de mercado. Muchos de esos hombres y mujeres que oí, vi o leí los conozco y sé que no pocos dejaron atrás situaciones personales difíciles y las confiaron a sus familias. Pero el deber ha estado por encima de cualquier otra dilucidación. El deber que va en nuestras venas no como modo de ganar la vida, sino como actitud y compromiso ante la vida.

En estos días aciagos extrañé como nunca mi puesto en el periódico Granma, las noches de insomnio, la búsqueda de noticias para escribir sobre los rumbos más recientes de la situación eléctrica del país, de los embates en poblados, la comunicación con los corresponsales, mientras el diario estaba en cierre, pero confiaba en mi rapidez para conformar una información en 10 minutos. Por eso valoro muy en alto lo que han hecho y me siento, ahora desde las aulas universitarias como docente, en la responsabilidad ineludible de decirle a los estudiantes: Somos periodistas las 24 horas del día.

Y como periodista y cubana, expandir la certeza de que no nos derrumbaremos ni material ni espiritualmente. Que estamos convencidos de que ahora viene otro ciclón, pero esta vez cebado en la confianza en nosotros mismos como constructores de una sociedad que no abandona a los suyos. Que lo que hay por delante es descomunal, pero se hará. Que los recursos son escasos, pero se emplearán con raciocinio. Con la alegría de que los niños vencerán el curso escolar, los trabajadores volverán a sus puestos y las gentes, aún con muchísimo esfuerzo, casi titánicamente, recompondrán sus hogares. Que la vida está aquí aún cuando hay dolor, pero que no hay tiempo para más lágrimas. 

Cuba vive.

 

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