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Isla al Sur

ÉL, NO

ÉL, NO

JULIO BATISTA RODRÍGUEZ,
estudiante de segundo año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Saramago dejó de respirar, con él, la muerte no tuvo intermitencias. No importaron su Nobel de Literatura, ni el respeto de todos quienes tuvimos el placer de leerlo alguna vez; no importaron los escritos de los cuales ya nunca podremos gozar. La dama de la guadaña tenía trabajo que hacer, y ella nunca espera, siquiera por él.

José, así a secas (mío, tuyo, de todos), porque a los grandes intelectos, más allá de la obligada reverencia, debemos sentirlos  como parte de cada uno, como a viejos amigos. Verlos en cualquier plaza, calle o esquina mezclados con la realidad, esa que les sirvió de inspiración. José nos deja el honor de ser parte de su tiempo, de haber compartido el mismo planeta sin importar las distancias, y nos deja una herencia inmensa a cada cual, sus obras.

Gracias, Saramago. Gracias por enseñarnos a ver claramente, aún en la ceguera; por hacernos comprender que también es posible descubrir grandes contradicciones cuando hacemos un Ensayo sobre la lucidez o simplemente por enseñarnos la naturalidad de morir.

Con esa misma naturalidad acogiste la tuya, con la tranquilidad de quien se siente satisfecho de sí mismo, de quien ha reconocido sus errores y le han honrado por sus aciertos, en tu caso muchos.

Sin dudas dejas un vacío con tu partida de este mundo, no es igual saberte presente entre los vivos (o no tan muertos). Mas nunca nos abandonarás, pues cuando te crean ausente ya te habrás Levantado del suelo y andarás navegando en La balsa de piedra, rumbo a una Tierra de pecado.

Pedir un minuto de silencio por tu memoria sería ofenderla, pedir que cesen las actividades por respeto a un hombre que estuvo activo hasta el final, sería inconsecuente contigo. Lo mejor sería pedir actividad, creación, que las teclas no dejen de ser presionadas por quienes te quisimos de veras, por quienes tenemos la inmensa ambición de parecernos a ti.

La muerte no te pasó el aviso en forma de carta color violeta, para no amargarte la última semana, para no amargarnos con el anuncio. Porque no hace falta sufrir lo inevitable, porque hay cosas que por inevitables preferimos obviar. Pero tú no te preocupes por eso, José, la muerte, esa modesta y pequeña muerte (como tú la describiste) que se ocupa de nuestro fin no tiene poder de decisión para acabar contigo. Pues la real, la todopoderosa y omnipotente Muerte (con “M”, mayúscula), esa definitoria e irrefutable, esa también se enamoró de ti.

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