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Isla al Sur

TIRAR, SÍ, LA PRIMERA Y HASTA LA ÚLTIMA PIEDRA

TIRAR, SÍ, LA PRIMERA Y HASTA LA ÚLTIMA PIEDRA

IRAIDACALZADILLA RODRÍGUEZ

Cayo Coco.- “A mí el mar nunca me gustó, pero la vida tiene más vueltas que anjá y de pronto ese fue mi mayor objetivo. Ese día pensé, ¡hacer una carretera en el mar!, y aquel primer grupito de hombres que me acompañaba, cuando lo anuncié, solo atinó a comentar que yo estaba loco”.

Guayabera y sombrero pulcrísimos cuando lo entrevistamos, me hacen pensar en los pocos descansos sabatinos que se permite Evelio Capote Castillo. Se siente como pez fuera del agua sin la carretera y el ruido de los buldózeres y los camiones, sin las voces de mando, el polvo y la bravura del mar que se empeña en rescatar su parte.

El jefe del contingente El Vaquerito, en Ciego de Ávila, lleva la impronta de 36 kilómetros –de ellos 17 en puro mar- del pedraplén Turiguanó-Cayo Coco, esa obra que deslumbra por la proeza de echar una carretera para transitar sobre las aguas.

Entonces parecía cosa de sueños lo que hoy es tangible y permite el desarrollo turístico de uno de los parajes más insólitos por su virginidad y belleza, y por lo que es ahora el poblado caribeño edificado por los constructores de la UNECA, luego de abierto el camino por los hombres de Capote.

Pero su vida no se detiene en ese punto inicial del pedraplén, ni siquiera cuando se juntaron carretera y cayo y el júbilo de la gente, y el suyo, apenas le dejaba hablar, mientras el nudo en medio del pecho forcejeaba por deshacerse.

Ahora andan, él y su tropa –más de 500 entre los que permanecen casi la totalidad de los fundadores-, en los viales del aeropuerto, en la ampliación de la carretera de Turiguanó, en el vial que va desde Bautista hasta el empate con la carretera de Cayo Paredón Grande, en el movimiento de tierra del segundo hotel de Cayo Coco y en las obras de fábrica, y construir nuevas caballerías con microjet en la zona agrícola La Cuba.
 
A nada teme. En 61 años le ha entrado con fuerza al trabajo desde que era apenas un niño y el laboreo en la limpia y corte de caña, la disciplina del Ejército Rebelde, los camioneros, choferes de ómnibus y dirigentes de la construcción, no le son en absoluto ajenos.

Reconoce que su nivel escolar es bajo. Sin embargo, cree que las personas tienen un don natural de mando y aunque no sabe precisamente cuál es su virtud para dirigir, sí la asume como una credencial que le otorgaron al nacer.

Si no fuera así –se queda pensativo, ladea el sombrero y mira de frente-, yo no pudiera dirigir a personas tan instruidas, especialistas, profesionales. Yo lo que tengo es la escuela de la vida  en  la  que  mucha  gente  me  ha  educado  y  enseñado -precisa en unas reflexiones en las que le place reconocer amigos o a buenas personas que influyeron, y aún lo hacen, en él.

¿Y el éxito? Capote no gusta de esas palabras, solo atina a decir que siempre traslada su experiencia, conversa, reflexiona en lo que puede o no hacer, consulta, y luego sale una labor buena, unida por el trabajo compartido.

En estos años de responsabilidades se le han sumado unas tras otras. Ahora es también delegado de circunscripción, miembro del Comité Provincial del Partido y diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular. Para Mayda, la esposa, o para Miriam, Rosario, Pilar, Anay e Imaray, las hijas, el tiempo va quedando chico, pero concentra ternuras para los ratos en que juntos hacen planes familiares o llegan preocupaciones lógicas.

Dice, y lo hace con orgullo, que sus mejores cosas andan en la honradez, la seriedad, el respeto y la disciplina. Y aún se duele de que a veces se empeña en hacer más de lo que puede, o de querer que otros hagan lo mismo que él: “Eso es un error mío, hay que saber el límite”, pero a seguidas reconoce que ya está viejo para cambiar sus rumbos.

Capote es noticia siempre, le comento en esta entrevista que deja de serlo para buscar los cauces de una conversación amiga. Se ríe, nada le importa la fama, porque sabe que todo lo hecho, y lo que queda por empezar y concluir, es como un asalto a la bravura de estos tiempos que requieren de hombres que se ajusten los cinturones y empinen sus fuerzas.

¿Qué otra obra estará por iniciarse? “Cualquiera que sea, que venga. Cuando termino una siento un gran placer, pero mayor responsabilidad porque atrás espera otra y El Vaquerito es como un contrato de seguridad y confianza para la gente”, precisa.

“Mire, dice, mientras la Revolución y Fidel me necesiten, habrá Capote para rato”.

(1993)

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