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Isla al Sur

70 FUE EL NÚMERO

70 FUE EL NÚMERO

En 1972, unos meses antes que Fidel llamara a formar el Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech para suplir el déficit de maestros en secundaria básica, cobró vida la avanzada de este revolucionador empeño.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

El corazón de Lidia Turner quedó detenido una vez. Fue el 4 de abril de 1972, en la sala de su casa, frente al televisor, escuchando el discurso de Fidel en la clausura del II Congreso de la UJC. ¡El Comandante lanzaba la convocatoria a todos los jóvenes de décimo grado del país para constituir un destacamento pedagógico que cubriera el déficit de maestros en aulas de secundaria básica!

A la vuelta de 38 años la pedagoga sonríe con la placidez de los fundadores. Ocho meses antes de ese momento en que pensó no sobrevivir a la emoción, había sido llamada en su condición de directora de la Sección de Pedagogía del Instituto Enrique José Varona, para coordinar un pilotaje con jóvenes de décimo grado de las secundarias básicas en el campo de Ceiba I y Ceiba II, en el municipio habanero de Caimito, en aquel entonces en el momento cumbre de lo que se denominó “la nueva escuela”.

Nacido del Congreso Nacional de Educación y Cultura para buscar una alternativa ante el boom de alumnos que se iniciaba en ese nivel de enseñanza y la profusión de aulas que crecían por todo el país esencialmente en escuelas en el campo, el proyecto integraba en el programa de Círculos de Iniciación Pedagógica el desarrollo de seminarios, cine-debates, prácticas docentes, de laboratorio y de campo y preparación de clases, de manera que los jóvenes estudiaran y trabajaran durante los cinco años de su formación como futuros docentes.

¡Qué 31 de diciembre!    

En su ya larga y plena vida, la doctora Turner, hoy Presidenta de Honor de la Asociación de Pedagogos de Cuba, recuerda con especial cariño el 31 de diciembre de 1971, cuando en el teatro de Ceiba I, al pedir la disposición de la muchachada para convertirse en maestros, las manos fueron levantándose. Primero la de Panchito, el presidente de la FEEM del plantel, y sin pausa, una tras otra hasta 70, de una matrícula de poco más de 120: había nacido la avanzada de lo que después se integraría como Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech.

“Mira, aquello fue indescriptible. Era como decir: ahí está la respuesta a la Revolución. Eran años de una entrega absoluta, de un compromiso muy fuerte de los muchachos con toda tarea que se les encomendara. ¡Qué fin de año inolvidable! Pienso en él y todavía me invade la nostalgia por esa época de mi vida!”

-¿Se les impuso la asignatura a

impartir o pudieron escogerla?

Cada quien optó por la que más afín le era. El grupo pionero quedó constituido por cinco muchachos en Español, 13 en Biología, siete en Geografía, 13 en Historia, 12 en Física, cinco en Química, dos en Educación Laboral, cinco en Educación Física y ocho en Matemática.

Ellos tuvieron una preparación específica según la materia seleccionada, y se enfatizaba en el manejo de los programas de estudio, en la profundización de los contenidos, técnicas y métodos de enseñanza y entrenamientos con los medios audiovisuales.

De ese pilotaje salió la propuesta de ensanchar la experiencia a las escuelas de Sandino, en el municipio pinareño de Guane, y a las de Jagüey Grande, en Matanzas.

Por la ruta del recuerdo      

El 22 de febrero de 1972, en el teatro Lázaro Peña, de la CTC, Fidel adelanta un poco de lo que en Ceiba estaba sucediendo: “Los profesores forman las escuelas, lo que nadie había dicho nunca es que las escuelas iban a formar a los profesores”.

Y era así: “Los docentes íbamos a las secundarias a impartir las clases a esos jóvenes, quienes contaron no solo con la formación que les brindaba el Pedagógico, sino también con la ayuda de los profesores de la propia escuela donde trabajaban y por los del Instituto de Perfeccionamiento Educacional”, rememora la doctora en Ciencias Pedagógicas.

-¿Nunca le pareció locura aquella

solución de emergencia?

No; primero, porque fue una propuesta del propio Pedagógico y, segundo, porque en mi formación, en el capitalismo y por necesidad económica, yo había sido maestra mientras estudiaba justamente para docente. Tenía fe absoluta en que el proyecto era posible”.

-¿Qué siente por ese parto primigenio?

La alegría de una madre con 70 hijos repartidos haciendo cosas buenas. Y lo más importante, la satisfacción de haber dado solución a un problema que parecía imposible de resolver.

-¿Y no le preocupó la vocación de esos jóvenes?

La vocación no se  forma en teoría, se modela estudiando ya para maestros. La vocación es la práctica.

-Siendo gestora de esta avanzada,

¿por qué se sorprendió tanto cuando

Fidel la anunció el 4 de abril de 1972?

Porque pensé que todavía estábamos en una fase de pilotaje. Yo no imaginaba cercano aquel acto audaz del Comandante, que me demostró, una vez más, su visión de futuro y su confianza absoluta en los jóvenes. Esa es la enseñanza.

RECUADRO

LA VALIDEZ DEL SEGUNDO

Luego de más de un cuarto de siglo impartiendo clases, las fechas se confunden en los recuerdos de Alexis Almaguer Zayas. Pero no precisa de la exactitud del 31 de diciembre de 1971 porque hay algo más importante en su vida como pedagogo: la mañana de sol intenso en que en la secundaria básica de Ceiba I, levantó la mano para incorporarse a aquella avanzada de 70 jóvenes que estudiarían a la vez que trabajarían como profesores.

Fue el segundo en dar la disposición, solo antecedido por el presidente de la FEEM del plantel: “Pensaba ser arquitecto, pero creí más importante cumplir con la tarea que la Revolución ponía en mis manos”.

-¿Tenías experiencia frente a un aula?

Muy escasa, solo como monitor de Matemática. Cuando di la primera clase recuerdo que no tenía método alguno y entonces imité a mi profesor José Miguel Torriente, a quien admiraba por su creatividad para enseñar.

Hoy Máster en Didáctica de la Matemática y profesor asistente del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, en la capital, Alexis confiesa que el momento de estar en el aula es la mayor satisfacción que puede tener un maestro, es la realización absoluta, el sentido de haber permanecido durante más de un cuarto de siglo en la profesión y sentir un profundo orgullo por ella.

“No me imagino hoy, con la necesidad de maestros, separándome de la profesión, cuando fue esa misma razón la que me hizo vincularme al magisterio. Soy un hombre que siempre ha estado allí donde ha sido necesario, sin sentir conflictos. Siento que el compromiso es muy grande como para dejar la causa”.

 

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