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Isla al Sur

LA BANDERA DEL GENERAL CALIXTO

LA BANDERA DEL GENERAL CALIXTO

Un episodio en la vida octogenaria de Ana Luisa Altarriba, quien recibió el encargo de entregar la enseña al Museo Casa Natal del patriota holguinero.

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Ana Luisa Altarriba Hierrezuelo tiene 85 años bien vividos en la epopeya de amar, trabajar, educar y andar alistada en las tropas de quienes convierten la cotidianidad en un hecho irrepetible y mágico. Hacer siempre algo noble y humano, parece ser la divisa de esta mujer de palabra sencilla y locuaz.

Es santiaguera de corazón holguinero, porque “aquí me dieron más de lo que merecía, todos mis reconocimientos vinieron por la gente de esta provincia que no olvidó nada de lo poco que pude hacer”, me dice un día de conversación larga, de visita en el Museo Casa Natal Calixto García, adonde fue para ver, otra vez, una de las banderas que utilizó la tropa del Mayor General y que una vecina le entregara para que ella fuera depositaria.

“Había trabajado mucho en Holguín como maestra de Español y después inspectora de Educación en el municipio y la provincia, cuando mi esposo, Enrique Vian, juez lego de la Sala de lo Criminal aquí, decidió jubilarse y radicar en la capital. También pedí el retiro en 1988 y nos mudamos para el Reparto La Rosita, en San Miguel del Padrón.

“Apenas unos días después de llegar a la casa, una vecina viejecita llamada Rufina me mandó a buscar con su hija Ofelia, para entregarme algo importante de Holguín que no debía perderse. Yo fui curiosa a verla y, de pronto, me entrega la bandera, guardaba por ella desde la época en que trabajaba en la casa del Mayor General. La tuve conmigo, bien cuidada, unos dos años”.

-¿Y por qué no la entregó Ofelia?

¿No le parece mucho tenerla

retenida dos años, privando al

patrimonio de una reliquia histórica?

“Rufina estaba prácticamente inválida y su hija era la única persona que podía ocuparse de ella. Hacer los trámites entre La Habana y Holguín le era muy engorroso. Puede preguntarle, todavía vive. Y a mi lo que me pasó es que cuando recogí la bandera la guardé bien envuelta y me entró tremendo miedo porque se perdiera algo tan sagrado. Solo al cabo de ese tiempo pudimos mi hija Ivette y yo venir al museo a pedir a las especialistas que fueran a buscarla, porque yo no montaba una guagua con ella ni loca: mire si era grande el respeto que me inspiraba”.

Ella precisa responsabilidades en un acto que siempre le ha parecido fantástico en su providencia: “La viejecita quiso entregármela a mi, a nadie más, porque creía que yo era holguinera, y eso le bastaba para confiar plenamente en mi honestidad”.

Educadora por más de 30 años, fundadora en Santiago de Cuba de la Escuela del Hogar en 1942, activa organizadora de la Universidad de Oriente, graduada en esa misma provincia en Pedagogía y con una vasta participación en el sector educacional durante los primeros años de la Revolución, insiste una y otra vez que “todo lo que tengo se lo debo a Holguín”.

-¿No teme que los santiagueros

le reclamen pertenencia?

“No, porque nunca he relegado de ella. Pero en esta otra patria chica mi familia cooperó en tareas de la clandestinidad, trabajé muy duro en la Campaña de Alfabetización, fui seleccionada en 1970 la mejor maestra de la provincia y estuve en la las tareas de organizar los CDR y la FMC. ¿Sabe quién reconoció todo, sin pedirle nada?: Holguín. Desde aquí se tramitaron los papeles para otorgarme varias medallas”.

De su paso por el magisterio, Ana Luisa lo que más recuerda es el cuidado de los niños y enseñar a los propios maestros a no destacar malas conductas en ellos, sino utilizar reiteradamente la palabra “bueno”, porque queda sedimentada en los pequeños y les eleva la autoestima y la confianza.

“Fui defensora de las Escuelas de Padres y las cree en Holguín. Aprovechaba las reuniones de las organizaciones de masas para que la familia conociera y comprendiera más sobre el universo de su hijo, visitaba las casas. Si un docente no sabe cuáles son los problemas de sus alumnos, entonces el curso fracasa. Esa experiencia la llevé a una reunión nacional en 1970 y tuvo éxito. Creo sinceramente que todo niño sirve, todos son buenos y hay que estimularlos; si tienen problemas, ¡salvarlos!”.

-Ana, y al paso del tiempo,

¿qué ha sido regresar y ver

por primera vez la bandera

en el reposo del museo?

“Pararme frente a ella me causó una emoción intensa y, después, cuando me volví, increíblemente dos mujeres me reconocieron como su maestra de sexto grado. Era mucho más de lo que hubiera pensado jamás. Esta vuelta ha sido un motivo con el que despedir la vida satisfecha”.

 

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