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Isla al Sur

DE DUEÑO A ALMACENERO, CUMPLIR CON UNO MISMO

DE DUEÑO A ALMACENERO, CUMPLIR CON UNO MISMO

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ
 

El niño Vera tiene muuuuchos años, mente clara y sonrisa franca para un diálogo sin reservas. Hace cinco décadas, precisamente el 29 de agosto de 1959, era el dueño del restaurante Los Jazmines, en el Valle de Viñales y, desde el salón abierto a los aires del campo, a escasa distancia del viejo mirador, vio allá arriba a Fidel y a Celia y el corazón le dio un vuelco presintiendo un nuevo rumbo para su vida y la de María Aurora, la esposa, que entonces atendía los ajetreos de la cocina.  

José Antonio Vera García no lo pensó dos veces y subió a saludarlos. Allá arriba los invitó al restaurante y se inició la más grande entrevista que haya tenido. El Jefe de la Revolución le preguntó qué pensaba hacer con el restaurante, y El Niño le contestó que ampliarlo con algunas cabañas.  

Fidel le comentó que el lugar era bueno para construir un hotel que él podría administrar: "Yo no lo acepté porque no tengo capacidad para eso. Le dije que se haría lo que él proponía, pero que me dejara en cosas de almacén y de suministros, para lo cual me sentía seguro de responder bien".  

No ha tenido otro oficio desde entonces: "A mí no me intervinieron el negocio, yo lo entregué. Aunque parezca que no es fácil pasar de dueño a almacenero, a mí siempre me han respetado, tal como lo he hecho yo con todas las personas. Nunca me molestó haberlo dado, creo que lo más bonito que hay es sembrar un árbol y verlo crecer con frutos para muchos. Se siente contentura y no me arrepiento". 

Primer proyecto turístico de la Revolución

Dice El Niño que Los Jazmines fue el primer hotel iniciado por la Revolución en Pinar del Río, a la vez que iban creciendo otros proyectos con vistas al desarrollo de la región. Se inauguró el 20 de mayo de 1960 y tuvo desde los inicios un restaurante naranja y azul -restallante en los verdes vueltabajeros-, hasta la piscina, todo un regalo de paraíso prometido en una tierra de mogotes.  

Según anotaciones del doctor Antonio Núñez Jiménez, en esa época director ejecutivo del Instituto Nacional de Reforma Agraria, Fidel en aquella visita a Pinar dio instrucciones para el desarrollo del turismo rural en la zona, ordenó la construcción de un nuevo y más grande mirador en el Valle, un hotel y su restaurante, y al día siguiente quedaron aprobados los créditos para las obras.  

También se decidió edificar nuevas capacidades en San Vicente, teniendo en cuenta los beneficios de las aguas minero-medicinales del entorno, y otro hotel en la Loma de La Ermita. Se orientó, además, pintar sobre un farallón del Valle de Las Dos Hermanas, el ahora famoso Mural de la Prehistoria. 

El niño Vera hoy

En 50 años la obra de El Niño Vera creció y el hombre piensa que se agrandará todavía más: "Yo sigo mirando esto como si fuera mío, es que nunca ha dejado de serlo". 

-¿Qué es para usted

el Valle de Viñales?  

Lo que más quiero, yo nací en este Valle y me lo conozco bien porque fui campesino. Lo he caminado de una parte a la otra. He andado por él a caballo, arreando mulos y en carreta. A mí de él me gusta todo. Incluso, lo repaso a cada rato y vuelvo a los mismos sitios que iba cuando era muchacho. 

-Lo que más le gusta.  

Mi familia, las mujeres, el Valle y los gallos finos. 

-Cuando le pusieron al restaurante

del hotel el nombre de Vera,

¿qué significó para usted?  

Un reconocimiento, me alegró mucho, me dio idea de que yo había cumplido. 

-¿Se iría a vivir al pueblo?  

Mire, mi casa está pegadita al hotel, me la hizo la Revolución, aunque yo después la amplié, y no la voy a dejar por nada del mundo. Yo no sirvo para vivir donde haya aglomeraciones. Es lo mismo que nunca dejaría a Cuba, aquí tengo muchos amigos, mi mujer, mi hijo, nietos y el Valle de Viñales que uno lo mira y ya almorzó con eso. 

-¿Sus defectos?  

Todos tenemos cantidad, nadie es perfecto. 

-¿Y su mayor virtud?  

Entonces, El Niño Vera, este hombre pequeñito, gentil, de buenas "pulgas" para los amigos, leyenda viva en los contornos por una actitud ante la vida en la que la rectitud es una medida precisa, abre los ojos como quien da por sentado una verdad absoluta: "Haber quedado bien conmigo mismo". 

 

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