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Isla al Sur

LA MANO DEL HOMBRE SALVA

LA MANO DEL HOMBRE SALVA

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

La Habana entera va en el corazón de la Plaza Vieja. No hay quien escape al sortilegio de su bullicio, de su multiplicidad de vida, de su vocerío indetenible y gozoso como una puesta escenográfica que se regala en tridimensión desde cualquiera de los amplios portales que la circundan y se tornan invitadores del sosiego y el amparo del trópico de luz y calor pródigos.   

Nacida a mediados del siglo XVI como plaza principal con carácter civil y público, y primer intento planificado de ampliación de la ciudad en correspondencia con el auge urbano y comercial alcanzado por la urbe caribeña, es sitio cerrado en el que desembocan las calles Muralla, Teniente Rey, San Ignacio y Mercaderes, y forma parte, en su tipo, del quinteto fundacional de la Ciudad de San Cristóbal de La Habana, al vincularse definitivamente con las de Armas, San Francisco, de la Catedral y del Cristo, y su consolidación definitiva llegaría en el XVII como sitio de mercado y fiestas.

Vuelta al esplendor

Desde que en 1982 la UNESCO llamara a la solidaridad internacional para el rescate y salvaguarda del monumental conjunto urbano, la mano del hombre ha ido devolviendo el esplendor a esta unidad arquitectónica en la que viviendas, amplios portales de grandes arcadas, vidrieras cromadas en los ventanales y galerías superiores provistas de balcones abiertos, son fiel exponente del gusto estético del XVIII, cuando la Plaza era lugar obligado de actividades conmemorativas, mascaradas, paso de carrozas, juegos, y otros tantos entretenimientos de época que llegan a nuestros días con el sabor de lo sempiterno.  

Según investigaciones, de las 20 construcciones que posee la Plaza Vieja –ubicada en el Centro Histórico-, dos pertenecen al siglo XVII, ocho al XVIII, cinco al XIX y cinco al XX, la mayoría con grados de protección de primer y segundo nivel, es decir, en el primer caso, prácticamente se mantienen todos los valores arquitectónicos y necesitan el respeto máximo en la restauración; y en el segundo, solo admite muy limitadas transformaciones.

A partir de que fueron iniciadas por el Centro Nacional de Restauración y Museología y la Oficina del Historiador de la Ciudad las obras salvadoras, hasta hoy, ya casi el ciento por ciento de los inmuebles está reconstruido, y solo pocos edificios se encuentran en fase de recuperación devolverles la esplendidez de los viejos tiempos.

Entre esos rescates favorecedores estuvo la fuente nueva, de mármol blanco de Carrara, interpretación contemporánea de la original, marcando el centro del espacioso sitio con su forma de taza octogenal, conchas surtidoras, columna estriada para que el agua descienda libre desde la copa que va en la cima del conjunto escultórico, y el líquido limpio y fresco sorprenda al transeúnte como invitándolo a admirar la resurrección.

Portales adentro

Uno de los más homogéneos conjuntos de casas habaneras del siglo XVIII los atesora la Plaza Vieja, y es por ello que con especial interés se ha trabajado en un plan de acción que preserve los valores arquitectónicos, urbanos e históricos, así como la adaptación que sufrieron algunos para asumir nuevas funciones de naturaleza socio-cultural.

En la cruzada por rescatar las edificaciones se defendió la función de hábitat en las plantas altas de los inmuebles; en tanto el espacio central de la Plaza se respetó en su potencial como área de actividades culturales.

A inicios de este siglo XXI que corre rápido, los cubanos van orgullosos de disfrutar de la restauración, y también, de poder mostrar al viajero la antigua Casa de los Condes de Jaruco (hoy Fondo de Bienes Culturales, en Muralla 107), uno de los exponentes más valiosos de la arquitectura colonial doméstica, cuya fecha de construcción data de 1737 y donde nació María Mercedes de Santa Cruz y Cárdenas, condesa de Merlín, escritora y anfitriona de ilustres artistas en su palacio de París.

Y también, la Casa de los Franchi-Alfaro, situada en la esquina de Muralla y Mercaderes, edificada en 1752 y con una muy trabajada portada barroca, revivida ahora como inmueble de vivienda y posta médica; o la del antiguo Colegio del Santo Ángel, en Teniente Rey No.60, obra del siglo XVIII.

Un alto en el curioso deambular se impone en San Ignacio 364, en la otrora Casa del Conde de Lombillo, para admirar esta obra del siglo XVIII, cuya fachada está decorada con motivos florales y marinos y a la que el XIX trajo modificaciones en la herrería y el cierre de la loggia con persianas. Ahí se ubican casi una veintena de apartamentos de vivienda y la Oficina de Proyectos de la Oficina del Historiador de la Ciudad.

Unas tras otras, las edificaciones se suceden en este sitio donde se embridan la tradición y el presente en generoso pacto, como juicio perdurable que preconiza la esperanza en el mejoramiento porque, por encima de toda desventura y olvido, la mano del hombre salva.
 

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