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Isla al Sur

EN BUSCA DE UN HOMBRE CULTO

EN BUSCA DE UN HOMBRE CULTO

A propósito de hoy 22 de diciembre, Día del Educador cubano.
  
IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

¿Cómo hacer de nuestros jóvenes personas sensibles, creativas, cultas, integralmente preparadas en una sociedad que cada vez más se preocupa por dar a sus ciudadanos herramientas que los lleven a la plenitud de las capacidades intelectuales, en condiciones de iguales posibilidades?

La pregunta no es un simple enunciado ni intención fortuita ante los desafíos que impone a los docentes cada curso escolar, analizando la problemática desde la visión de la escuela, así de grande y amplia en su concepción, así de integradora de todos los niveles educacionales. Así, desde esa perspectiva en la que andamos miles de cubanos hoy día, empeñados en que el aula y la escuela sean útiles y sabrosas como las pensó Martí.

A mi juicio, desde el conocimiento y el ímpetu, desde los saberes establecidos, el compromiso ético y la responsabilidad social, compete a cada maestro, a cada profesor, dar prioridad en las aulas a la pasión que supone en toda persona que colaboramos a formar la comprensión profunda acerca de la identidad nacional, las tradiciones y el patrimonio, como partes indisolublemente ligadas a la educación estética y ética: saber qué somos y de dónde venimos es una fortaleza del ser humano que debe echar sus raíces desde la infancia, y en ese empeño trabajar para que perdure a lo largo de la vida.

Un elemento primerísimo tendrá que ver con los valores, una palabra que, por repetida a diestra y siniestra, sin contextualizaciones ni intenciones, a veces nos parece que pierde sentido cuando debiera erigirse monumentalmente como guía personal. Los valores, de ellos nos habló Martí sin mencionarlos explícitamente siempre, están en cada acto de nuestras vidas. Y no podrá apuntalarse en ellos quienes no los llevan como brújula respetada. 

Para alcanzar estos primigenios empeños que han de ser columnas en la voluntad de cada maestro, en la perseverancia por llevarlos al aula y hacerlos germinar con sabrosura entre los estudiantes, es imprescindible la preparación de ellos mismos, el gusto de ellos mismos, las fortalezas de ellos mismos, pues nada prospera sin el aliento de lo útil y bueno si no está precedido por la sinceridad y honestidad de quien impulsa el proyecto. 

Para que nuestros alumnos crean en nuestro verbo, hemos de vestirnos de sinceridad y pasión. De firme convicción por lo que hacemos. De creer que los sueños son posibles y que las metas no son palabras artificiosas para llenar oralidades sin sentido. Es crear, entonces, espacios y propósitos favorables que propendan a fomentar, promover y exaltar lo mejor de cada individuo.

Para un maestro, cada alumno no es un número abstracto en el listado de asistencia, no es una nota que se registra al término del examen. Cada alumno es un ser humano al que debemos abrazar en toda su espiritualidad, sensibilidad, creatividad y manera de relacionarse, entre los más disímiles comportamientos humanos que los hacen únicos e irrepetibles.

Vayamos a ellos sin campañas. Busquemos su inserción natural y deseada, su voluntad entusiasta para incorporarse a movimientos culturales del aula, de la escuela, de la comunidad. Forjemos en ellos la pasión por el aprendizaje creativo, colaborador, participativo. Que sientan que el espacio del aula trasciende sus paredes y las sillas y pupitres, el olor a la tiza y la voz del maestro los llevan a todas partes como una etapa divina y exclusiva de sus vidas: como un período de crecimiento personal y colectivo que imprimirá su huella para siempre. 

Un hombre culto no es el que más libros leyó ni el que más obras de arte distingue ni el que con más prosopopeya destelle su lenguaje. Forjemos a un hombre culto porque conoce el mundo y lo contextualiza sin artificios, porque ama a sus semejantes, porque asume posturas flexibles ante la vida, porque la bondad lo viste, porque el conocimiento profundo que tiene de la universalidad que vive, lo hace ser sencillo, equilibrado, modesto, sincero. Un hombre culto es un hombre sabio y honrado. Ese es el ser humano que debiera ser cada maestro para, desde el ejemplo, colaborar a que la especie humana sea mejor. 

 

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