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Isla al Sur

EDAD MEDIA, ¿SUEÑO O DESPERTAR?

EDAD MEDIA, ¿SUEÑO O DESPERTAR?

BRENDA FERRER BERMÚDEZ,
estudiante de segundo año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Una abadía atormentada por la muerte y el misterio. La validez de una orden pendiente de un hilo. Miedo al juicio y la hoguera inminentes. Una historia de amor. Un fray franciscano junto a su joven novicio develando la verdad oculta en un libro maldito.

Los acontecimientos narrados en la fabulosa novela de Umberto Eco ocurren en época de gran turbulencia para la Iglesia católica, época marcada por el resquebrajamiento de los paradigmas medievales mientras que el Papa Juan XXII excomulgaba al emperador Ludovico y este declaraba hereje a aquel.

La Edad Media fue una curiosa simbiosis entre unidad, conseguida mediante la implantación del cristianismo como religión oficial, y diversidad, evidente en el surgimiento de nuevas y disímiles nacionalidades. No obstante, en el siglo XIV un piadoso manto de silencio cubría aún la cotidianeidad feudalista.

En un tiempo en que el espacio público era prácticamente inexistente, la Iglesia se erigió como poder absoluto sobre la ideología y la cultura. “Si Platón había razonado la dictadura de la razón de los poetas, la Iglesia legislaría desde su debut prepotencial la dictadura de la Gran Finalidad” expresa Vázquez Montalbán en su libro Historia y Comunicación Social. El Bien Último debía ser el fin de toda acción física o intelectual.

Un marcado predominio de la fe sobre la razón pudo enlentecer el desarrollo científico-técnico, más no lo detuvo. El reloj, el astrolabio, el imán y curiosos lentes para leer fueron algunas de las máquinas maravillosas de la época. Pero allí estaba la sacra censura satanizando y en ocasiones quitando la vida de aquellos deseosos de compartir con otros el caudal de sus descubrimientos.

Fray Guillermo de Baskerville, religioso excepcional enamorado del conocimiento y muy vinculado a los avances científicos de la época, rompe moldes y esquemas “movido como estaba sólo por el deseo de la verdad, y por la sospecha —que siempre percibí en él— de que la verdad no era la que creía descubrir en el momento presente, de que la verdad, antes de manifestarse a cara descubierta, se muestra en fragmentos (en El nombre de la rosa).

La fina agudeza e inteligencia mostradas por este Sherlock Holmes medieval causó gran impacto en la vida del joven Dom Adson, quien aprendió a ejercitar su mente buscando deducciones lógicas a la hora de descifrar un dilema y evitar atribuir causas antinaturales a lo incomprensible, solución aceptada y generalizada en aquel entonces.

El nombre de la rosa muestra el infranqueable monopolio cognoscitivo controlado por el alto poder eclesiástico. Por su condición de clase privilegiada el clero acaparaba, adaptaba y modificaba los conocimientos de la Antigüedad y los utilizaba como herramientas para esparcir el dogma cristiano valiéndose de una campaña propagandística que podría ser la envidia de muchos consorcios modernos. La Iglesia se convirtió en el timonel del desarrollo sociocultural del feudalismo. 

Ni siquiera los monjes podían gozar de una libre adquisición del saber, ya que mucha literatura antigua estaba prohibida por considerarse espiritualmente peligrosa. El scriptorium era el lugar donde hacían su labor los escribas, anticuarios, rubricantes, copistas y miniaturistas. La deslumbrante belleza del lugar contrastaba con la escasez de libros, pues solo constaban aquellos en los que trabajaban los monjes y su prestación debía ser autorizada por el abad. La duda es la enemiga de la fe: un hombre instruido no podía evitar notar contradicciones entre lo plasmado en algunos libros, por ejemplo, los que dedicaban hermosas loas a lo femenino, y lo divulgado por la Iglesia, que llegó a considerar a la mujer como algo diabólico que se apodera del alma del hombre.

El latín siguió siendo la lengua empleada por el clero, pero el analfabetismo reinante obligó a la Iglesia a utilizar las lenguas vulgares en la divulgación de sus apóstoles, a pesar del rechazo hacia ellas por parte de los monjes más cultos.

Es por ello que la oralidad y la representación gráfica mantuvieron un lugar preponderante como herramientas comunicativas. El cristianismo se apoyó en los códigos culturales de las civilizaciones antiguas para penetrar ideológicamente en la sociedad. La cristianización de mitos y símbolos paganos fue fundamental para la unificación cristiana, en poco tiempo los motivos religiosos se apoderaron de todas las fachadas y caminos.

Dicho fenómeno dejó una marcada impronta en el arte, el cual sufrió una reestructuración en su función social, el fin estético fue reemplazado por el propagandístico. “La autonomía de las formas fue lo primero que se perdió de la herencia espiritual de la antigüedad. Para la Edad Media no existe un arte despreocupado de la fe, ni la ciencia autónoma. E incluso el arte, por lo menos en lo que respecta a su efecto de difusión, es el más valioso instrumento de la obra educativa de la Iglesia” (en Historia Social de la Literatura y el Arte). En la novela, Adso se siente abrumado y al mismo tiempo maravillado y deslumbrado por la decoración de la Iglesia de la Abadía que le provocó una profunda reflexión espiritual.

Algunas figuras mostraban la gracia divina, otras los pecados para que el feligrés los conociera y no incurriera en ellos, mientras que unas se ideaban con el propósito de infundir miedo al castigo de Dios. A la eterna amenaza de guerras, miseria y enfermedades sufridas por los campesinos, se les sumaba el terror a las condenas del infierno, al diablo y a las brujas. Un estado de temor esparcido con total intención “porque, ya sabéis... a veces las órdenes que se imparten a los simples llevan el refuerzo de alguna amenaza, por ejemplo, el presagio de que algo terrible, y de origen sobrenatural, castigaría cualquier desobediencia” (en El nombre de la rosa).

El imperio eclesiástico ejerció un eficaz control contra todo lo que discutiera el carácter absoluto del cristianismo. Bajo la condena de atacar la verdad religiosa, aquellos en discordia con el poder también eran acusados de herejes, esta condición se extendía a todo aquel que protegiera o no denunciara la herejía. La sospecha se dirigía fundamentalmente a los más desposeídos por ser los más propensos a rebelarse contra el régimen impuesto.

La Inquisición, sistema represivo y persuasivo a la vez, fue establecida en 1233, uno de los momentos de “máximo esplendor temporal-espiritual del Papado, pero también uno de los momentos de mayor convulsión doctrinal en toda Europa, activada por las nuevas condiciones en las relaciones políticas, económicas y sociales” (en Historia y Comunicación Social); luego en 1252, el Papa Inocencio IV autorizó la tortura. Los inquisidores arrancaban a cualquier precio la confesión del acusado y bajo la teoría de que las llamas purifican el alma miles de personas fueron llevadas a la hoguera.

A pesar del oscurantismo característico del Medioevo, la evolución de la sociedad no se detuvo. A finales de 1327, año en que transcurre la historia, la recuperación de conocimientos no satisfacía las necesidades de la sociedad lo cual exigió la creación de nuevos saberes. Los hombres buscaron soluciones que se adecuaran a las circunstancias y la Edad Media fue transformándose en una etapa de reorientación y abono a la semilla del árbol Renacentista, fue también la construcción de Europa. 

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