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Isla al Sur

EL SIGLO XIX CUBANO: UN COMBATE CONTRA LA CENSURA ESPAÑOLA EN LA ISLA

EL SIGLO XIX CUBANO: UN COMBATE CONTRA LA CENSURA ESPAÑOLA EN LA ISLA

AILEEN INFANTE VIGIL-ESCALERA,
estudiante de cuarto año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
 

Según la investigadora Martha Lesmes en su artículo Concepciones de periodistas, pensadores y escritores cubanos sobre la prensa y su función social (hasta 1868), el desarrollo de la nación cubana se caracterizó por su peculiar unicidad, evidenciada tras un acercamiento a la génesis de la evolución de la prensa y el periodismo en nuestro país.

“Desde finales del siglo XVIII hasta el primer tercio del XIX, las manifestaciones de algunos elementos que denotaban la presencia definitiva de una conciencia y de una literatura nacional, así como la condición colonial de la isla, justifican la afirmación inicial. Puede decirse, además, que a diferencia del resto de los países de nuestro ámbito regional, el periodismo cubano se estableció como actividad sistemática y de primer rango intelectual, junto con el advenimiento pleno de nuestra literatura romántica y bajo condiciones objetivas muy específicas” (Lesmes, M., en García, J., p.14).

Para algunos historiadores como Juan Marrero en su libro Dos siglos de Periodismo en Cuba, la sociedad en Cuba a partir de 1810 y hasta 1868, es escenario de un gran forcejeo ideológico y de intereses donde esclavismo o abolición, reformismo o anexionismo, autonomía o independencia, conservadurismo o liberalismo, fueron los temas y corrientes de pensamiento que afloraron y se enfrentaron con colores y matices varios en este período de la historia.

Los periódicos y revistas que nacen, algunos de ellos con efímera vida, no lo hacen para complacencia y desahogo de sus redactores, sino que se utilizan como instrumentos para la promoción y defensa de diferentes ideas e intereses en muchas ocasiones contrapuestos. De tal forma que las primeras evidencias de la inconformidad ciudadana con el gobierno colonial se manifestaron cuando la Isla comenzaba a disfrutar de los beneficios de la primera ley de libertad de imprenta, decretada al poner en vigencia en España por la constitución liberal.

En virtud de las leyes de imprenta y asociación promulgadas en el siglo XIX, la Corona le concedía a las clases propietarias y letradas criollas ciertas facultades suplementarias que habían sido siempre suyas: la facultad de asociarse y de expresar sus opiniones; sin embargo, lo realmente paradójico de las nuevas ordenanzas prescritas por la legislación colonial española radicaba en que se concedía un derecho soberano para negarlo acto seguido.

“Se reconocía el derecho de los criollos de ultramar a crear sus órganos de opinión pública y sociedades para postular a continuación  que las autoridades coloniales ejercían una soberanía o derecho inminente sobre esas instituciones. O sea, se reconocía que los criollos eran soberanos para determinar solo lo que las autoridades tuvieran a bien. La nueva legislación resultó más onerosa y agravió aun más a los criollos. Las consecuencias inmediatas fueron que las relaciones entre las autoridades y los criollos se tornasen más tensas y enconadas. De ese modo, la creación de una opinión pública por los criollos contribuyó a recrudecer los conflictos en la Isla, sobre todo, en la región centro oriental, y probablemente a acercar o precipitar la hora  de la ruptura definitiva con la metrópolis” (La formación de la esfera pública en Cuba).

Según el autor de Dos siglos de periodismo en Cuba, la promulgación en España de la Constitución de 1812, la primera en la historia de ese país que colocaba la soberanía en la nación y no en el rey, “disponía la separación de los poderes del Estado y la abolición de los privilegios señoriales, a la vez que reconocía varias libertades, entre ellas la de imprenta, determinante para que en Cuba hubiese, a partir de entonces, un incremento del número de periódicos con una amplia variedad de posiciones políticas e intereses” (Marrero, 2003).

Ante este adelanto, se instalaron en todo el país nuevas imprentas que propiciaron el surgimiento de decenas de nuevas publicaciones de diverso tipo: políticas y literarias, científicas y técnicas, económicas y mercantiles, humorísticas y satíricas, de modas y recreativas, al punto que “sólo de 18l2 a 1832, por ejemplo, aparecieron más de doscientos periódicos, revistas y boletines en La Habana y otras ciudades del país”  (Ibídem).

“Si bien la cantidad de publicaciones periódicas conocidas que circularon en Cuba durante la primera ley de libertad de imprenta fue mayor que las que lo hicieron bajo la segunda, en 1820, las ideas con respecto al ejercicio periodístico variaron notablemente, así como la calidad del mismo […]. Estos periódicos ilustrados del liberalismo inauguraron una nueva etapa dentro del periodismo nacional, porque no fueron empresas gubernamentales, sino contribuciones personales a la cultura cubana con el único interés de servirla y de transmitir a la mayor de las Antillas las motivaciones políticas que habían conducido a los pueblos del continente, una década antes, por los caminos de sus movimientos independentistas” (Lesmes, en García, p. 19).

Así, mientras se buscaba un despertar de nuestra conciencia nacional, se ponía en justo lugar el papel de la prensa en una actitud ética ejemplar, ya que, lejos de ser incompatible con el orden y la tranquilidad ciudadana, la libertad de imprenta y por consiguiente la libre expresión de las ideas, era una de las principales vías en el logro de la justicia social y política sin promover enojosos enfrentamientos violentos o revueltas y motines indeseados.

Al referirse a ese período, el historiador Jacobo de la Pezuela, escribió que, “como movidos por un resorte común rompieron con sus mordazas todos los periodistas de la anterior época, y aun algunos de los nuevos. De ahí que sea, precisamente en 1812, cuando tuvo lugar la primera junta general de periodistas en la historia de Cuba bajo el siguiente comunicado: “congregados todos los periodistas de la Habana en lugar seguro, donde libres de todos los ignorantes, de los partidarios de la tiranía y de los aduladores sempiternos de los déspotas, pudiesen tratar de reformas de abusos y de proponer los medios convenientes para remediar los males que afligen a nuestra patria, se determinó ante todas las cosas, para el mayor orden de las ulteriores juntas, elegir un presidente, un vicepresidente y secretario, y procediéndose a la votación salieron electos, a pluralidad de votos para el primero El Censor Universal; para el segundo El Diario, y para secretario El Lince” (Marrero, 2003).

Concluida esta ceremonia, juraron todos defender siempre la justicia y la verdad y combatir incesantemente a la tiranía y el despotismo bajo el discurso de apertura del recién elegido presidente, quien uniéndose al compromiso, argumentaba que habíase ya como un año que gozaban del eterno e imprescriptible derecho de pensar y de comunicar sus pensamientos a los demás seres por medio de la prensa libre, y en todo este tiempo no habían cesado sus declamaciones contra la arbitrariedad y los abusos que se habían introducido en todos los ramos de la administración, y de proponer el remedio que creían más oportuno y eficaz para curar radicalmente la enfermedad que tanto afligía a la sociedad.

Se trataba, sin dudas, de un documento trascendental que, en primer lugar, reflejaba la voluntad de los primeros que trabajaron en el periodismo en Cuba de unirse y luchar por determinados objetivos; aunque para realizarlo, sus participantes hayan tenido que tomar precauciones celebrándola en un “lugar seguro” y encubrir sus verdaderos nombres con pseudónimos representativos de publicaciones ya existentes por aquellos tiempos como El Presidente, El Hablador, El Reparón y El Patriota, etc., además de los utilizados por los elegidos presidente, vicepresidente y secretario de la junta.

Sin embargo, en pocos años el liberalismo que había sido positivo para Cuba, fue sepultado en España. “La restauración al poder de Fernando VII trajo como consecuencia que el sector más conservador de la clase de los hacendados recobrase su influencia. En 1824 dispuso la creación de comisiones militares para juzgar a ´los enemigos de los legítimos derechos del trono´ y a perseguir ´a los que promuevan alborotos o escriban papeles o pasquines dirigidos a aquellos fines´” (Marrero, 2003).

Comenzaba de este modo un largo período dentro de la evolución de la prensa cubana, donde la defensa de los intereses e ideales patrios se verían envueltos en todo un combate contra los mecanismos de censura impuestos por la colonia española en la Isla.

Félix Varela, El Habanero y El Mensajero Semanal de Nueva York frente a la censura colonial española

Varela, quien se encontraba en España durante la restauración del gobierno de Fernando VII, fue de los primeros a los que se persiguió, y se vio obligado a refugiarse en Gibraltar, y de ahí se trasladó a Estados Unidos, donde vivió desterrado hasta el fin de sus días, en 1853.

“El amor que tiene todo hombre al país en que ha nacido, y el interés que toma en su prosperidad le llamamos patriotismo. La consideración del lugar  en que por primera vez aparecimos en el gran cuadro de los seres, donde recibimos las más gratas impresiones, que son las de la infancia, por la novedad que tiene para nosotros todos los objetos, y por la serenidad con que los contemplamos  cuando ningún pesar funesto agita nuestro espíritu; impresiones cuya memoria siempre nos recrea, la multitud de los objetos a que estamos unidos por vínculos sagrados de naturaleza, de gratitud y de amistad; todo esto nos inspira una irresistible inclinación y un amor indeleble hacia nuestra patria. En cierto modo nos identificamos con ella,  considerándola como nuestra madre, y nos resentimos de todo lo que pueda perjudicarla. (…) De aquí procede el empeño en defender todo lo que le pertenece, ponderar sus perfecciones y disminuir sus defectos” (Varela, en Guadarrama).

Lo primero que hizo Varela al llegar a Estados Unidos fue publicar en español y en la ciudad de Filadelfia, el periódico El Habanero, destinado a llamar a los cubanos a ´ocuparse de la suerte de la patria´ y ´a operar con energía para ser libres´. Este periódico era enviado clandestinamente a Cuba, y su circulación en el interior del país en los dos años que tuvo de vida contribuyó a mantener vivo el anhelo por la independencia. “Aunque solamente se publicaron siete números con un total de 200 páginas, el efecto que causó en Cuba lo revela una declaración de una autoridad española de la Época que calificó el contenido de sus páginas como opúsculos incendiarios” (Marrero, 2003).

En El Habanero, Varela ofreció a los cubanos “un verdadero programa anticolonial para América Latina, además de reiterar la idea de que no puede haber libertad política sin libertad económica”. (Miranda, en Lesmes, en García, p. 21).

Ese periódico dejó una profunda huella en el pensamiento revolucionario cubano ya que las ideas esenciales expuestas por Varela comprendían: “ser tan isla en lo político como lo estamos en la naturaleza; obtener la independencia sin ayuda extranjera; luchar por la abolición de la esclavitud; buscar la unidad de todos los componentes del país; los nexos inseparables entre los sentimientos americanos, cubano y el amor a la independencia” (Marrero, 2003).

Junto a Varela, mientras editaba El Habanero, estuvo José Antonio Saco, otra figura grande de la historia, que profesaba un amor entrañable a Cuba y tenía confianza en el poder de las ideas. Saco se opuso a la trata de esclavos y al anexionismo, y desde posiciones reformistas contribuyó a empujar al pueblo cubano al camino de la independencia.

Según Juan Marrero, se cuenta que Saco viajó a La Habana en 1826, y al regresar a Estados Unidos convence a Varela de no continuar la publicación de El Habanero debido a que los hacendados no estaban dispuestos a ayudar y el mantenimiento de ese periódico sólo iba a contribuir a derramamientos de sangre de la juventud cubana. Varela y Saco deciden poco después iniciar la publicación de otro periódico, también en Estados Unidos, al que dan el nombre de El Mensajero Semanal, que abandona la propaganda directa independentista, pero que en sus páginas alienta el desarrollo de la cultura cubana con especial énfasis en sus diferenciaciones con lo peninsular y en la reafirmación de lo americano.

Pero, como era de esperarse luego de la difícil situación que afrontó su predecesor El Habanero, también el gobierno colonial español prohibió la circulación de El Mensajero Semanal de Nueva York dentro de Cuba ya que el sector más poderoso de la burguesía esclavista no estaba dispuesto a aceptar ninguna acción divulgadora del pensamiento de los jóvenes liberales.   

Sobre esta problemática, la investigadora brasileña María Nazareth Ferreira afirma que “... la función política efectiva del periódico en la sociedad de clases no es la de dar noticias, divulgar datos que interesen a la clase o a los sectores dominantes, sino de amoldarlos, estirarlos y comprimirlos, reproducir así la vida pública y privada conforme a los parámetros ideológicos de sus productores”.  (Ferreira, en García, 2004).

No obstante, tanto El Habanero como El Mensajero Semanal, pese a la prohibición de su circulación por el gobierno colonial español, “sirvieron de aportes al contenido político de esa generación de criollos en lucha por hallar luz y, a la vez, de guía para los que encabezarían la lucha por la independencia y la dignidad de Cuba” (Marrero, 2003).

El semanario obrero La Aurora y el comienzo de la conciencia de la clase obrera en Cuba

“Los años inmediatamente anteriores al estallido de nuestra primera gran guerra por la conquista de la independencia nacional estuvieron caracterizados por la radicalización del pensamiento cubano y por el surgimiento de publicaciones periódicas con perfiles nunca antes vistos” (Lesmes, en García, p. 31).

De ahí la importante trascendencia que tuvo el surgimiento, en 1865, del  semanario La Aurora, primera publicación del reformismo obrero en Cuba dedicado a servir los intereses de nuestros trabajadores. La Aurora fue una publicación de cultura general donde materiales literarios y científicos, junto a análisis sobre los problemas cotidianos que afectaban a los trabajadores, aparecían en sus páginas.
 
La idea de fundar esta publicación fue de Saturnino Martínez, (1840-1905) “llegado a Cuba adolescente y vinculado al oficio de torcedor en la famosa fábrica Partagás, que compartía, en el horario nocturno con el de estacionario de la Biblioteca Pública de la Sociedad Económica de Amigos del País”  (Romero, 2012).        

“Esta publicación no fue precisamente un periódico político, sino una posibilidad de representar a los artesanos y obreros cubanos y, sobre todo, de ilustrarlos, fomentar entre ellos el hábito de la lectura y difundir las ideas científicas y literarias del momento” (Lesmes, en García, 32).

Además de publicar cuestiones obreras, fundamentalmente aquellas relacionadas con los tabaqueros, La Aurora incluyó innumerables colaboraciones de índole literaria como poesías, artículos de crítica y novelas por entregas y dedicó también un espacio a temas relacionados con la educación. Entre sus colaboradores estuvieron destacadas figuras de la literatura cubana como Joaquín Lorenzo Luaces, José Fornaris, los hermanos Sellén, Luis Victoriano Betancourt, Alfredo Torroella, Antonio Bachiller y Morales y Mercedes Valdés Mendoza.

El primer número apareció el 22 de octubre de 1865 y allí figuraba una “Profesión de fe” en la que se expresaba: “Por eso nosotros venimos a colocar nuestro grano de arena en el gran edificio que la humanidad erige. Cosmopolitas por convicción venimos a manifestar nuestras ideas con la libertad que nos sea permitida y entre los límites a que está sometida una publicación del carácter de la nuestra. Venimos a hermanarnos a ese grupo de obreros de la inteligencia que tanto afán manifiesta por el adelanto de las ciencias y de la literatura y por la difusión de las luces en las masas de la sociedad” (Romero, 2012).

A Saturnino Martínez se debe, igualmente, la iniciativa de las lecturas en las tabaquerías durante las horas de trabajo. La Aurora figuró entre las primeras publicaciones que se leyeron en las fábricas El Fígaro y Partagás, las primeras que implantaron esa innovación. Semanalmente en las páginas de esta publicación se anunciaban informes sobre la marcha de ese movimiento de lectura en las tabaquerías que llegó a convertirse en una atracción nacional e internacional” (Marrero, 2003).

Muy pronto, sin embargo, a finales de 1866, el gobierno colonial español prohibió esas lecturas en las tabaquerías, y el periódico La Aurora fue sometido a continua vigilancia por los censores, sin que por esto su corto período de existencia dejara de señalar el comienzo de la conciencia de la clase obrera en Cuba.

El estallido revolucionario de octubre de 1868, la consiguiente dispersión de muchos de sus colaboradores y la imposición de las autoridades coloniales fueron las causas determinantes para que esta publicación terminara desapareciendo de las esferas obreras cubanas en ese año y para siempre.    

El Cubano Libre, un adversario de armas tomar contra la censura del gobierno colonial español en la Isla

En los años 60 se tomaba cada vez más conciencia de la naturaleza del régimen autocrático impuesto en la Isla por el régimen liberal español. Al respecto, un patriota emigrado en un periódico mexicano durante la guerra de los Diez Años expresó: “los censores, que con frecuencia son españoles y cuando no, cubanos españolizados, borran con el lápiz rojo sin piedad cuanto escriben de progreso y de ideas liberales los hijos del país, mientras que los periódicos peninsulares no tienen limites para la expresión de su pensamiento…” (La formación de la esfera pública en Cuba).

Sin embargo, alrededor de estos años “pre-guerra” dentro de la Isla, fueron menos frecuentes las expresiones de nuestros escritores, pensadores y periodistas en torno a la prensa y su función social, a pesar de la presencia de elementos fundacionales de diverso tipo en su concepción. Además, durante este período, “se puede fácilmente advertir la profundización de esas escasa referencias en la defensa de los valores nacionales que muy poco después serían vindicados en la manigua” (Lesmes, en García, p. 32).

La genuina prensa revolucionaria cubana fue creada y realizada por los gestores e impulsores de la causa por la independencia y la libertad de Cuba. De tal modo que a partir de 1868 unos veinte periódicos se imprimieron en la manigua, teniendo como característica común, además de su contenido ideológico, la irregularidad de su aparición; factor este último causante de que de algunos de éstos periódicos insurrectos no se conservan en la actualidad, ni siquiera ejemplares en los archivos.

Así, “con el levantamiento en armas de los cubanos se inició también un nuevo tipo de periodismo, inaugurado por Carlos Manuel de Céspedes al fundar en Bayamo, días después del alzamiento de la Demajagua, el periódico El Cubano Libre”, al que la historia recoge como el exponente principal de esa prensa independentista (Lesmes, en García, p. 32).

“Relata la historia que días antes del alzamiento del 10 de octubre de 1868 se tomó la decisión por Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, de publicar un periódico que fuera portavoz del programa revolucionario. Se discutió sobre su nombre, y el poeta y también periodista José Joaquín Palma dijo: ¿no vamos a libertar al cubano? El periódico, pues, debe llamarse El Cubano Libre” (Marrero, 2003).

El periódico vio la luz en la noche del 17 de octubre, en una antigua imprenta donde se había editado, en años anteriores, un periódico denominado La Regeneración, dirigido por Francisco Vicente Aguilera. Su primer director fue José Joaquín Palma, quien en su número primero, publicó bajo el título ´Orden del día´, un documento firmado por Céspedes como general en jefe del Ejército Libertador, en el cual ofrecía al pueblo de Bayamo velar por su tranquilidad y respetar sus propiedades.

“Céspedes tenía una clara conciencia del papel que debía asumir en la contienda independentista un órgano de prensa y, al efecto, puso a su disposición la experiencia adquirida como colaborador de La Prensa, El Redactor (Santiago de Cuba), El Eco (1857-1858) y La Antorcha (1860-1866), éstos dos últimos de Manzanillo. […]. Sin embargo, cuando en 1868, se decide a fundar El Cubano Libre, su concepto del periodismo no podía ser el mismo, consciente de que desde allí se hablaría a toda la nación y en otros términos. […]” (Lesmes, en García, pp. 32-33).

“No es el nuestro un pueblo ilustrado y es necesario que a la obra de destrucción del régimen despótico y sus instituciones, siga la edificación de una nueva mentalidad” (Pontes, en Lesmes, en García, p. 33).

“Esta mentalidad diferente estaba asociada a una nueva condición política y social en la que los cubanos ponían su empeño, para obtenerla por la vía de la guerra recientemente declarada a España, y en la que El Cubano Libre debía ser el vocero de la libertad como expresión suprema del derecho del hombre a disfrutarla, y de su deber de alcanzarla” (Lesmes, en García, p. 33).

El Cubano Libre también publicó noticias sobre los primeros hechos de armas e incluía una sección poética donde aparecían las dos primeras estrofas de La Bayamesa (hoy Himno Nacional). A partir de su segunda semana, y durante dos meses y medio, la publicación salió a diario con editoriales y artículos de fondo, noticias de la guerra, disposiciones oficiales, gacetillas y hasta una sección literaria.

Tras el anuncio de un próximo asalto de la ciudad de Bayamo por fuerzas del general Valmaseda, los patriotas cubanos deciden incendiar y abandonar la ciudad. Y entre las cuestiones que Céspedes dispone deben ser salvadas estuvo la imprenta de El Cubano Libre, la cual se dice fue llevada a una cueva donde permaneció hasta el final de la guerra, aunque no volvió a utilizarse en la impresión de periódicos. Luego de estos sucesos, la publicación dejó de aparecer durante seis meses para, coincidentemente con la promulgación de la Constitución de Guáimaro, el 10 de abril de 1869, hacerlo como el “periódico oficial de la República de Cuba”.

“La prensa fue en aquellos momentos el mejor instrumento de la lucha en manos de los cubanos contra el coloniaje español como expresión de su cultura y como manifestación de sus ideales políticos. […]. En aquellos momentos, las preocupaciones de nuestros intelectuales por la relación periodismo-literatura estaban en la cima de una inquietud por el estado de la cultura literaria que se manifestaba a través del romanticismo bajo la férrea oposición de la censura española. Los reclamos por un periodismo auténtico estaban directamente relacionados con la exigencia de una mejor literatura, pero desde el punto de vista de las ideas que representaran con más acierto al pueblo cubano” (Lesmes, en García, p. 34).

Luego de incluso oponerse al decreto que en 1869 restablecía la censura en la Isla, El Cubano Libre cesó de publicarse en el año 1871, después de que una patrulla enemiga destruyera sus instalaciones ubicadas en un caserío de la zona de Florida. No obstante, “al estallar la guerra de 1895, Antonio Maceo lo hizo reaparecer tras ordenar la captura de una imprenta existente en unos almacenes de Nipe. Y en la cueva de Sao Corona, jurisdicción de Holguín, y luego en Cuabitas, al norte de Santiago de Cuba, se publicó indistintamente este periódico hasta 1898, bajo la dirección de Mariano Corona Ferrer, quien había sido cajista del periódico santiaguero El Triunfo. Figuras como José María Heredia, Federico Pérez Carbó, José Miró Argenter y el doctor Joaquín Castillo Duany estuvieron entre sus redactores” (Marrero, 2003).

Además, Juan Marrero agrega que durante los mil días que duró El Cubano Libre inmerso en este período insurrecto, publicó cerca de cien ediciones, incluyendo los suplementos. De ahí que un corresponsal de guerra puertorriqueño incorporado a la lucha por nuestra independencia, Modesto A. Tirado, dejó escrito en el periódico El Porvenir, de Nueva York, una crónica sobre una visita que hizo en compañía de un periodista norteamericano al lugar donde se imprimía en 1896 la publicación:

“Penetramos en el lugar donde se imprime El Cubano Libre y encontramos allí la imprenta completa. Desde el tipo más pequeño hasta la prensa de manos, todo en perfecto orden. Es admirable y digna de todo encomio la gran voluntad de estos hombres, encerrados en el corazón de un espeso bosque, con el componedor en la mano y al lado el rifle, dedicando todo su tiempo a la importante tarea de difundir por los ámbitos de la República y fuera de ella los triunfos de nuestro Ejército y los errores del enemigo, empecatado y cruel. Iba con nosotros el director del periódico, Mariano Corona, quien con exquisita amabilidad puso a nuestra vista la colección de El Cubano Libre y un sinnúmero de trabajos tipográficos ejecutados en el taller que dirige desde principios de la guerra. Volaron las horas entretenidas en la imprenta y en la redacción, curioseándolo todo y recordando mis buenos tiempos en New York. Acompaño como objeto muy curioso una de las tarjetas que Mariano Corona hizo imprimir con el nombre del corresponsal norteamericano. Lo más típico de esa tarjeta es el material en que fueron impresas: papel de yaguas” (Tirado, en Marrero, 2003).

Por su parte, Antonio Maceo definió a El Cubano Libre como “un cuerpo de ejército compuesto por doce columnas, equivalente para él a un refuerzo de quinientos hombres, que se batía diariamente y bien por la causa de Cuba. En otra ocasión lo caracterizó como una pieza de artillería” (Marrero, 2003).

Al finalizar la guerra Mariano Corona continuó en Santiago de Cuba la publicación de El Cubano Libre, y fue uno de los críticos más fuertes de la intervención y ocupación militar norteamericana de Cuba. El 30 de enero de l897, menos de un año antes de que oficialmente Estados Unidos anunciase que Cuba sería ocupada militarmente por sus tropas, Corona publicó un artículo de enjuiciamiento a un mensaje sobre Cuba presentado ante el Congreso de Washington por el presidente Grover Cleveland:

“Hay en el mencionado mensaje informes desatinados en extremo y que no tienen otra justificación que el marcado propósito de perjudicarnos, aún a trueque de obscurecer la verdad” [...]. Y añade: “Cree asimismo el Presidente, que seamos nosotros capaces, como medio de poner término a la revolución, de aceptar soluciones que no tuviesen por base la absoluta independencia de Cuba. Esas palabras, en labios tales, son la demostración más franca y evidente de que él no desperdicia la ocasión de hacernos blanco de su inmotivada malquerencia [...] Sépalo de una vez para siempre quien tan mal nos juzga: Independencia o Muerte es nuestro lema. Con él vinimos al campo de la guerra; con él volveremos al hogar, quizás deshecho pero dignificado. Con él abandonamos nuestros más preciados intereses e incendiamos la ciudad donde vivimos largos años de esclavitud; con él retamos al déspota, y con él lo venceremos [...]” (Corona, en Marrero, 2003).

Libertad de imprenta en la Isla: un negocio de solo treinta y cuatro días

La libertad de imprenta se convirtió durante este período entre guerras en un tema de generalizados comentarios en la Isla en medio de la difícil situación política y social que se vivía en toda la metrópoli.

En las Memorias de mi mando en Cuba, el Capitán General Lersundi resumió la perspectiva desde la que apreciaba la situación de Cuba en los años 60: “Los periódicos publicaban descaradamente doctrinas incendiarias… y la enseñanza pública desde la Universidad hasta la última escuela de aldea, estaba convertida en una conspiración contra la unidad nacional” (La formación de la esfera pública en Cuba).

De ahí que, producto de esta delicada situación para su dominio en la Isla, el gobierno colonial español remplazara al general Lersundi por el general Domingo Dulce Garay en el mando principal en Cuba, quien, en un intento por contrarrestar la rebelión independentista, dictó algunas medidas de apertura política, entre ellas la libertad de imprenta del 9 de enero de 1869, en cuyo decreto se establecía que:

“Todos los ciudadanos de la provincia de Cuba tienen derecho a emitir libremente sus pensamientos por medio de la imprenta, sin sujeción o censuras ni/o ningún requisito previo. Los delitos comunes que por medio de la imprenta se cometan, quedan sujetos a la legislación común y tribunales ordinarios. Son responsables para los efectos del artículo anterior en los periódicos, el autor del artículo y a falta de este el director; y en el caso de los libros, folletos y hojas sueltas, el autor, y no siendo conocido, el editor y el impresor por su orden; aclarando que serían considerados como hojas sueltas para los efectos de este decreto, los periódicos que carezcan de director. Las empresas de periódicos pasarán a este gobierno superior político una comunicación en la que ha de constar el nombre de la persona que dirige el periódico. Ni la religión católica en su dogma, ni la esclavitud hasta que las Cortes Constituyentes resuelvan, podrá ser objeto de discusión” (Marrero, 2003).

Entre los nuevos diarios que se publicaron amparados en la libertad de Imprenta se encontraban los periódicos de la juventud habanera El Diablo Cojuelo y La Patria Libre. “Por primera vez, desde el periodo constitucional de 1820 a 1823 se publicaban periódicos sin censura previa. Allí José Martí y Fermín Valdés Domínguez  denunciaron toda posibilidad de entendimiento con el régimen colonial, luego del estallido revolucionario de Yara. En El Diablo Cojuelo impreso en la imprenta y Librería El Iris, entre el 19 y el  22 de Enero de 1869, José Martí, escribió su primer artículo periodístico a propósito de la Libertad de Imprenta  española: ’Esta dichosa libertad de imprenta, que por lo esperada y negada y ahora concedida, llueve sobre mojado, permite que hable usted por los codos de cuanto se le antoje, menos de lo que pica: pero también permite que usted vaya al Juzgado o a la Fiscalía, y de la Fiscalía o el Juzgado lo zambullan a usted en el Morro, por lo que dijo o quiso decir’ “ (La formación de la esfera pública en Cuba).

Sobre este mismo tema de la censura y sus consecuencias, el intelectual cubano Alfredo Guevara afirmó que “no hay creación donde hay moldes estrechos. Se trata de abrir y aun de ahondar el debate ideológico sin temores y sin límites, de hacerlo coherente y seriamente, buscando en extensión y profundidad las líneas más justas y los análisis más completos. Y de armarse para ese proceso con una adecuada formación, que ha de comenzar por una información igualmente adecuada. De otro modo, la tentación de la fuerza puede hacerse inevitable, y causar incalculables daños, temporal silencio e irrecuperable empobrecimiento espiritual (Guevara, en García, 2004).

El Diablo Cojuelo había nacido para  proclamar que el único camino que les quedaba a los cubanos era el de decidirse entre Yara o Madrid, no para jugar, como pretendían los reformistas, con un tercer camino. Por su parte y ante esto, la metrópolis comprendió, en efecto, que no había otro camino y clausuró todos los periódicos y la mayor parte de las sociedades creadas por los criollos, entre 1830 y 1868.

La fecha de constitución y desaparición de los órganos de la aristocracia centro oriental, y los periodistas y rotativos sancionados por la censura de prensa, reflejan hasta qué punto se hacía  intolerable  la represión a la expresión del pensamiento durante los años 50 y 60 en Cuba. “Con independencia de la censura que gravitaba sobre la prensa, los periodistas se las arreglaban siempre para transmitir mensajes que escapaban a toda vigilancia gubernamental. En los fondos del Gobierno Superior Civil existentes en el Archivo Nacional se conservan decenas de casos de periódicos sancionados por no cumplir las disposiciones de la Ley de Imprenta, en cuyos casos, los redactores editaban los periódicos sin pasarlos por la censura previa de los tenientes gobernadores y afrontaban las penas de prisión, multas o clausura del periódico”  (La formación de la esfera pública en Cuba).

Esta libertad de imprenta duró treinta y cuatro días, justo hasta el 12 de febrero de 1869, fecha en que el general Dulce dictó un nuevo decreto restableciendo la censura en la Isla. El debate sobre la cuestión llegó incluso a la prensa insurrecta propiciando que la Constitución de Guáimaro estableciera que ciertas libertades, entre ellas la de imprenta, eran inviolables.

Precisamente, según afirma el intelectual español Ignacio Ramonet, de esto se trata la censura autocrática, de la “supresión, prohibición, corte y retención de la información, estimando la autoridad precisamente que un atributo fuerte de su poderío consiste en controlar la expresión y la comunicación de todos los que están bajo su tutela...” (Ramonet, en García, 2004).

Toda esta situación provocó contradicciones ante la imposibilidad de conciliar las exigencias de la guerra con los procedimientos democráticos consagrados en la constitución. Así, por ejemplo, “la Secretaría de la Guerra de la República en Armas, la cual dependía del gobierno civil, se vio obligada a enfrentar la campaña de propaganda mentirosa y calumniosa de España en relación con la lucha de los mambises y no tuvo otra opción que prohibir la circulación de periódicos, revistas y proclamas del enemigo español en los campamentos rebeldes. Además, se emitió una circular determinando que al ciudadano que llegase un papel de esa naturaleza, debía entregarlo a las autoridades cubanas y que estas lo harían llegar a la Secretaría de la Guerra, la que decidiría si debía publicarse o no, o ser objeto de réplica en la prensa mambisa. Esto no se entendió en medios aferrados a un civilismo en extremo. La Cámara de Representantes rechazó la medida de prohibición como inconstitucional” (Marrero, 2003).

Por su parte, el periódico El Cubano Libre apoyó la resolución de la Secretaría de Guerra. “Conque tenemos libertad de imprenta ilimitada, comentaba en una nota editorial el 15 de diciembre. Pues entonces pueden salir escritores españoles del seno de los campamentos enemigos, y fundar periódicos dentro de nuestras mismas trincheras, proclamar en ellos las doctrinas más disolventes para nosotros, atacar la causa de nuestra independencia y ser inviolables sus personas, pues hacen uso de una libertad que les concede la República de Cuba, la libertad de imprenta [...]. De tal manera, desde sus mismos inicios, El Cubano Libre evidenció ser un símbolo de la intransigencia y la combatividad revolucionarias” (Ibídem).

El golpe combate final

Si bien estos son solo unos pocos ejemplos de la férrea censura impuesta por la colonia española en la Isla durante el siglo XIX, bien que revelan los mecanismos censores que enfrentaban día a día los periodistas y escritores cubanos en su búsqueda por una culturización y emancipación de los ideales patrios frente al dominio español en Cuba.

Tanto El Habanero, de Félix Varela, como La Aurora, de Saturnino Martínez, o El Cubano Libre, de Céspedes, no son más que pequeñas heridas abiertas al filo de la pluma dentro de la “poderosa” coraza censora española, que por más que lo intentó, no logró frenar ni las ansias emancipadoras de los cubanos contenidas en sus páginas ni sus firmes y ya arraigados ideales patrióticos. Al final, el siglo XIX cubano bien pudiera denominarse, en el ámbito de la prensa, como un continuo combate contra la censura española en la isla.

BIBLIOGRAFÍA

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