Blogia
Isla al Sur

LA ESCUELA ES MI VIDA

LA ESCUELA ES MI VIDA

Para Josefina Montenegro, profesora que ha dedicado 53 años de vida al magisterio, la edad no constituye una limitante a la hora de enseñar.

Texto y foto:  
ARLET CASTILLO GONZÁLEZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
 Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.  

Llegué aquella mañana a la escuela donde comencé a dar mis primeros pasos como estudiante. Parecía que en la primaria Roberto Casals, sita en el municipio capitalino Diez de Octubre, el tiempo se había detenido, pues todo permanecía tal y como lo había dejado siete años atrás.

Las pequeñas sillas y mesas y los grandes alfabetos engalanando las paredes, me hicieron revivir esa maravillosa etapa que marca el inicio de la vida estudiantil.

Mi visita tenía como propósito conversar con la profesora Josefina Montenegro Torre, una educadora que por 53 años se ha entregado en cuerpo y alma a este centro escolar.

Me recibió en un aulita cerca del patio, adornada con dibujos y manualidades realizadas por los niños. A pesar de sus 75 años, la maestra lucía fuerte y continuaba con la costumbre de llevar altos moños y largos collares.

Activa como una jovencita tomó asiento en una de las sillas de sus alumnos y al ver mi rostro asombrado dijo: «Siéntate con confianza, son pequeñas, pero resistentes». De este modo, comenzó un diálogo que no dejó de acaparar mi atención ni por un instante.

«Toda la vida me gustó aprender, mi mamá decía que era necesario saber para poder desenvolverse. Una persona que no estudia es como un árbol seco, no tiene vida.

«Me incorporé a la Campaña de Alfabetización muy joven cumpliendo con el llamado de la Patria, alfabeticé  en San Luis y Managua (Pinar del Rio) y en la Sierra Maestra.

«Cursé el bachillerato durante cinco años en el preuniversitario de la Víbora y posteriormente ingresé en la carrera de Biología. También trabajé un tiempo en el Ten Cen  de Monte, exhibiendo collares, aretes y todo tipo de bisutería. Como estudiaba, además, tenía un nivel alto y me propusieron en ese centro para integrar el Plan Titulación, un proyecto formador de profesores, donde se graduaron compañeros que habían estudiado ciencias, comercio y otras carreras universitarias. Así entré en el mundo del magisterio.

«No pude terminar Biología porque me robaba mucho tiempo y era imposible entonces preparar bien las clases».

-¿Que representa esta escuela para usted?

«Soy una de las fundadoras. Antiguamente, era un club donde asistían los vecinos de la comunidad. Al triunfar la Revolución, con el proceso de nacionalización, se convirtió  en una escuela. En sus inicios solo contaba con cuatro maestros, Delia Thompson, Elena y Juana Díaz y María Matilde Valdés. Me incorporé tras graduarme del Plan Titulación y empecé en esta misma aula.
Este colegio es mi vida, primero está mi casa y después la primaria Roberto Casals. Quiero que sepas que me levanto a las tres menos veinticinco de la mañana y  llego  a las cinco y media, pues vivo en Los Pinos, sustituyo a los serenos. Tengo un hijo que por poco nace aquí,  yo nunca dejé de trabajar, venía con el “barrigón”, entonces le puse Roberto en homenaje al centro estudiantil».

-¿Cómo reaccionó su familia al saber que continuaría impartiendo clases a pesar de estar en edad de jubilación?

«Tengo la dicha de que mi familia siempre me ha apoyado en las decisiones que tomo. Todos saben que adoro enseñar, si yo me siento feliz haciendo lo que amo, ellos también».

Josefina ha recibido numerosas condecoraciones por su trayectoria, entre ellas las medallas Rafael María de Mendive y Cuarenta Aniversario. La mayor parte de los años que lleva como educadora los ha dedicado a impartir docencia en  primer y segundo grados. Actualmente ofrece clases de Educación Laboral en preescolar y desempeña el cargo de psicopedagoga en la escuela, donde trabaja con niños autistas y con Síndrome Down.

-¿En qué consiste el trabajo que realiza con los niños autistas y Síndrome de Down?

«Estos niños requieren de un trabajo especial. En el caso de los autistas, los varones son más retraídos que las hembras, entonces enfoco mi labor en enseñarlos a dibujar, les preparo cuentos, láminas y rompecabezas con un poco de dificultad para ayudarlos a pensar. Compartir con ellos es muy lindo, sobre todo para mí, que siento un gran amor por los niños.

«Los juegos constituyen la base para que  aprendan. La niñita Síndrome de Down que atiendo sabe contar y dice las vocales. Sus capacidades no son las mismas, pero con el tiempo lo logran y en artes manuales se desarrollan muy bien. Los primeros y terceros viernes de cada mes vienen la psicóloga y la metodóloga del Centro Docente de Orientación (CDO) a trabajar con ellos para ver si han mejorado. Nuestro país dedica una atención especial a este tipo de casos, hay varios centros escolares que se ocupan de su  aprendizaje para que sean en el futuro útiles a la sociedad».

La profesora detuvo la conversación por un momento y comenzó a mostrarme los juegos y tarjetas con imágenes que utiliza para enseñar a estos niños. Sin duda, dedicó un buen tiempo a prepararlos. En su rostro se dibujaba una sonrisa cuando comentaba de los progresos que tenían  los pequeños.

-Me han dicho que este es su último año como maestra, ¿qué es lo que más va a añorar?

El silencio se adueñó por un momento del aula, luego  susurró en un tono melancólico: «Lo que más voy a extrañar es no estar aquí».

Recobrando la energía que la caracteriza aseveró, «pero yo vengo, yo sigo viniendo a preparar cositas para los niños».

En ese momento una pequeña voz interrumpió la conversación, «estamos con una visita, después nos vemos », respondió la maestra a su alumno.

«Ya te digo, abandonar la escuela va  hacer muy grande, después de tanto tiempo aquí, es un gran impacto para mí».

-¿Tiene algún proyecto para cuando se jubile?

«Mi idea es no estancarme, continuar estudiando y superarme hasta que pueda. Quiero  pasar cursos en la Universidad del Adulto Mayor, comenzar este año me fue imposible por el trabajo».

-Ha impartido clases a muchas generaciones, ¿qué siente cuando ve a los que un día fueron sus alumnos ya convertidos en profesionales?

«Ay, niña, eso es lo mejor que le puede suceder a  una educadora, ver su fruto. Las mamás que yo les di clases ponen a sus hijos en esta escuela. Incluso, he llegado a la tercera generación, profesora del abuelo, de los hijos y luego de los nietos. Ayer en la parada de la 83 vi a un hombre canoso, me quedé mirándolo y  dijo: “Maestra”».

-Como maestra experimentada que es, ¿nunca pensó en abandonar las aulas y convertirse en metodóloga de la enseñanza o directora de un centro escolar?

«Fui subdirectora de esta primaria hace muchos años, pero lo que me apasiona es el trabajo con los niños, nunca he querido, verdaderamente,  ser dirigente, porque hay que poseer mano suave y a la vez fuerte. Las personas no son iguales, en los trabajos uno quiere hacer esto y el otro opina diferente y entonces es muy difícil, aunque aquí no existe eso, en este centro escolar todo fluye muy bien, somos muy buenos maestros desde primero hasta sexto y nuestra prioridad siempre han sido los estudiantes».

-En la actualidad muy pocos jóvenes deciden dedicar su vida al magisterio, a su entender, ¿por qué ocurre esto?

«Pienso que muchos se sienten limitados por la idea de que esta profesión no es recompensada como debiera ser. Hoy muchos jóvenes están buscando, quizás, lo que les proporcione una mayor adquisición monetaria y no ven en el magisterio el camino para lograrlo, por eso se inclinan hacia otras carreras.

«También hay quien, simplemente, no le gusta, todos no tienen por qué amar ser maestros, y eso sí, enseñar es un arte, para hacerlo bien tiene que nacer desde adentro. Como digo esto, no dejo de reconocer que existe el que lo lleva en la sangre y decide dar el paso al frente porque verdaderamente tiene la  vocación, sin importarle el dinero que va a ganar, solo pensando que se va a sentir pleno y satisfecho haciendo lo que le apasiona.

«Esos son los maestros que necesitamos, los dispuestos a entregarse por completo para formar a las nuevas generaciones, pues ese es el futuro del país. Creo que en la Roberto Casals abundan profesores así, por eso somos y seguiremos siendo una de las mejores escuelas primarias del municipio  Diez de Octubre».

-¿Qué consejos le pudiera dar a los que deciden ser profesores porque verdaderamente tienen vocación?

«Les diría que ejerzan esta profesión con amor, cariño y respeto. Que sean portadores de buenos valores a sus alumnos y, sobre todo, que no abandonen esta linda carrera. Además, que nunca paren de superarse, un maestro debe estar bien preparado para brindar lo mejor de sí a sus discípulos y aprender de ellos, obviamente, porque en ocasiones los estudiantes con las intervenciones que realizan aportan importantes ideas al contenido de la clase.

«También es imprescindible tomar el ejemplo de los educadores con experiencia, escuchar sus consejos y recomendaciones. En las manos de estas nuevas generaciones está que nuestro país continúe siendo paradigma para América Latina y el mundo en la esfera de la educación».

-¿Pudiera contar alguna anécdota que haya marcado su vida como maestra?

«Mira, yo nunca me enfermo, he estado años sin faltar un día al aula, pero hace algún tiempo tuve un problema en la vesícula y me tuvieron que ingresar en el hospital Julio Trigo para operarme, extrañaba mucho el trabajo y a los alumnos, pero recibí una sorpresa que  marcó para siempre mi vida. Los papás del grupo  llevaron a todos los niños a verme, así pasé un rato con ellos y me contaron cómo les iba en estos días en los que estaba ausente. Los maestros de la escuela también fueron y  los ayudaba con sus planes de clase, aunque después recibiera un regaño de los doctores, pues debía hacer reposo.

«Hay otra anécdota que recuerdo: una vez cuando participaba en la Campaña de Alfabetización se acabaron las libretas y en camino a pedir más, como no conocía bien la zona, cogí por un lugar que estaba cubierto de lodo y me hundí, pensé que me ahogaba, pero por suerte enseguida recibí socorro. 

«Son muchas historias, te puedo decir que hasta un televisor me cayó una vez en la cabeza, pero no fue nada. Estaba puesto al lado de la pizarra en una mesa alta y un día un muchacho tropezó y se vino abajo el equipo. Yo, que estaba parada dando clases, recibí el golpe, me dieron unos puntos y se acabó. Continúe asistiendo a la escuela para que mis alumnos no perdieran la docencia».

-Además de enseñar, ¿tiene Josefina otra pasión? 

«No lo llamaría pasión exactamente, pero, por supuesto, hay otras cosas que disfruto hacer. Me encanta cocinar, ver una buena película y, sobre todo, adoro las novelas, para mi ese momento de la noche es sagrado (comenta entre risas). En verdad, nada de lo que hago se compara con la felicidad que siento al impartir una clase. Vivo convencida de que nací para enseñar». 

Pie de foto: “Una persona que no estudia es como un árbol seco, no tiene vida...”, asevera la maestra Josefina.

 

0 comentarios