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Isla al Sur

“NO QUIERO SER RECORDADO”

“NO QUIERO SER RECORDADO”

Enrique Pineda Barnet, director de películas como La bella del Alhambra o Mella, a sus 82 años confiesa seguir respirando cine.

ERNESTO EIMIL REIGOSA,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Foto: Cortesía del entrevistado.

Su casa, ubicada en el Vedado, parece sacada de un libro. Originales de Portocarrero y Servando Cabrera adornan la sala. Premios, recuerdos y afiches de sus películas pueblan la habitación contigua. Allí es donde crea. El paralelismo entre su hogar y el de Rachel, protagonista de La bella del Alhambra, siendo ya anciana, es evidente. Dice tener muchos proyectos en el tintero, pero la falta de financiación no le permite llevarlos a cabo. Enrique Pineda Barnet, a los 82 años, aún posee energía y ganas de hacer cine.

Conversador y cuentero como cualquier cubano, aunque no con el ritmo y la rapidez de otros tiempos: “La edad no perdona”, confiesa. Su pelo cano, antaño rubio, y las bolsas bajo los ojos lo corroboran. Platica sobre su último corto, Upstairs, “una reflexión existencialista”. Sonríe. Señala que le fascina y disfrutó mucho haciéndolo.

Delgado y de apariencia frágil, dice haber sido siempre flaco, “aunque no tanto como ahora”, aclara. “Cuando en mi vida he asumido un trabajo físico ha sido un reto, un sacrificio, un enorme y voluntarioso esfuerzo”. Me cuenta mil historias: de su niñez, de las coquetas dependientas de ETECSA que a veces lo atienden, del helado de chocolate sin el cual no puede vivir, y de la música: “La música puede más que yo, esa es mi verdadera pasión”. Acto seguido, y para mi sorpresa, baila una rumba con juvenil entusiasmo.

“Te voy a hacer una historia ahora que nos ponemos musicales”, me dice después de recuperar el aliento. “No tenía 14 años cuando, en camino a RHC Cadena Azul, vi entrar al teatro Fausto nada menos que a Josephine Baker. No tuve ni que hacerle un guiño para que me invitara a participar como pala de su espectáculo esa misma noche. Así bailé con ella”, manifiesta con orgullo.

“Me considero iracundo, impetuoso, estallo como la pólvora. Pero soy manso y tierno por naturaleza. Emocional, aunque también reflexivo. Pero aún reflexionando no puedo evitar el impulso”, confiesa con naturalidad. Parece un personaje sacado de una de sus películas o del teatro. Sí, definitivamente es muy teatral.

“Creo en la vida interior, en esa poética de lo bello, dulce, amoroso, armónico, bondadoso… ¿Qué cursi, eh? Me da la gana de ser cursi. Y hasta pueril. La gente es muy cobarde, no se atreve a sus cursilerías”. Me agarra con la guardia baja. No esperaba esa declaración. Veo que disfruta con el efecto que causan en mí sus palabras. “Ser amado, reconocido, admirado realmente, me alimenta el ego hasta el tope. Contradicciones que tiene uno”, continúa.

Le pregunto sobre el cine cubano de hoy. “Está en crisis”, responde simplemente. No contento, sigo la arremetida. ¿Si pudiera cambiar alguna decisión sobre sus filmes, cuál sería? “Todas. El paso del tiempo te da una perspectiva crítica sobre tu trabajo”.

Vuelve a mostrarme su faceta cuentera. Ahora es sobre cuando hacía publicidad allá por los años 50´. Me habla de sus primeras obras y de la representación musical de Juana de Arco que lo marcó de por vida. Usted habla contando historias, le digo. Se pone serio: “Es verdad eso que dices. No me había dado cuenta. Me expreso contando historias”.

De repente se torna entre nostálgico y abstraído. “Mi aspiración más alta es lograr el abrazo entre mi gente. Mi verbo interior es “puentear”. Ámense por encima de las diferencias. Mi sentimiento predominante es la ternura”.

Anochece. Mientras me copia en la memoria USB una foto suya para este trabajo, se me ocurre otra pregunta. ¿Cómo le gustaría a Enrique Pineda Barnet ser recordado? Me mira pensativo: “Yo no quiero ser recordado. Deseo, en cambio, que sepan olvidarme”.

Pie de foto: Enrique Pineda Barnet, cineasta, publicista, escritor y cuentero nacido en La Habana el 28 de octubre de 1933.


 

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