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Isla al Sur

LA INGENUIDAD ARTÍSTICA DE LA SOLEDAD

LA INGENUIDAD ARTÍSTICA DE LA SOLEDAD

Tras toda una vida como mecánico, Bernardo Alonso ha descubierto una insospechada inclinación por la pintura.

Texto y fotos:
DANIEL MONTERO PUPO,
estudiante de primer año de Periodismo,
 Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Muchos carros entran y salen del taller del Gallego, en Marianao. Con más de cuarenta años como mecánico no son pocos los que llegan a él recomendados por otros que sin importar su  tipo de auto -Chevrolet del 56, Lada del 79, o Audi del 2014-, coinciden en que si él no sabe cómo arreglarlo, probablemente no tiene arreglo.

Las manchas de grasa y aceite de motor de las paredes y puertas de su quirófano para rodantes pasan inadvertidas, son insignificantes al estar dentro de colores y figuras que convergen para formar imágenes, pinturas a gran escala que distraen a los confusos clientes. Aunque la mayor distracción sean los lienzos que ocasionalmente residen en tan extraño destino para su especie, robándose la atención de los acongojados choferes, quienes no pueden menos que preguntarle al gallego –“¿Quién pintó ese cuadro?”. A lo que él responde entre orgulloso y avergonzado: “Yo compadre, que me da por pintar”.

Bernardo Alonso Vázquez, que aunque bien pocos lo sepan es su verdadero nombre, aprendió la profesión de mecánico de su padre, el gallego original. Ya con trece años armaba y desarmaba automóviles como un genio del cubo de Rubick, y de ello hizo su vida, pues ese talento le viene en la sangre. Y no fue hasta hace ocho años, llegando a los cincuenta, cuando descubrió que manejaba el pincel con la misma comodidad que una llave Stillson.

“Mi papá empezó a pintar con los materiales que yo dejé en mi taller”, cuenta Carlos Javier Alonso, su hijo, quien es artista de la plástica, rodeado de obras de ambos en su estudio de Calzada y K. “Me sorprendí, porque él siempre ha sido mecánico, y de los buenos, igual que mi abuelo, quien tiene una historia muy interesante, y fue determinante en la vida de mi papá y la mía. Ahh, y ese también tiró sus pinceladas ya al final”, dice.

El abuelo del que habla, Gonzalo Bernardo Alonso, formó a su hijo en el hábito del trabajo como religión. Llegó a Cuba procedente de su España natal en años de la Guerra Civil, en la cual participó del lado franquista. Tras un tiempo de regreso a casa, en el que fue representante de la Ford, se estableció definitivamente en La Habana, donde abrió el taller Bugati.

“El viejo era un aficionado de carros y motos clásicas, tenía un Aston Martin, un Jaguar, la cuña Fiat Spider que yo manejo, una Harley Davidson y una Indian, su favorita”. Creciendo en ese mundo, el niño Bernardo ya con trece años arreglaba máquinas que profesionales de años no podían descifrar.

Cuenta que nunca fue muy bueno en la escuela, pero tampoco le hizo falta. Al salir del servicio militar validó sus conocimientos de mecánica con un título, y comenzó a ejercerlo en varias empresas estatales, mientras llevaba su propio taller paralelamente. A él llegaban tanto automóviles como motocicletas, aunque estas últimas nunca han sido sus preferidas.

Los sitios web oficiales de la Harley y la Indian solo hablan de sus cualidades únicas y su personalidad, pero el viejo Gonzalo, que aún con 80 años las corría, enseñó a sus hijos a temer a esos ataúdes rodantes, como él las llamaba.

Su amigo de toda la vida, Pedro Regalado, relata entre risas que estando en una escuela al campo se rompió la pipa de agua que venía a abastecerla y el galleguito dejó atónito al chofer al ponerla a andar en cinco minutos: “Hemos trabajado juntos desde que me acuerdo, él entiende más de motores que de gente, y de un día pa´ otro lo veo con pinturas, pinceles, cartulinas…"

Sin embargo, esa decisión repentina tiene una explicación: hace ocho años la soledad se apropió de Bernardo. Su esposa por más de dos décadas y sus tres hijos se marcharon a España sin que él pudiera acompañarlos, pues su padre tenía entonces noventa años y estaba bajo su cuidado. Fue entonces que el estudio de pintura dejado atrás por su hijo Carlos Javier se convirtió, primero en santuario de la nostalgia, y luego, en recipiente de las emociones encontradas que atormentaban a un hombre que no sabía cómo lidiar con los fantasmas de la ausencia. “Esa época fue una de las más difíciles de su vida”, reflexiona Félix Castaño, uno de sus mejores amigos.

Comenzó a volcar en la pintura todas las emociones que lo carcomían por dentro, el óleo se convirtió en su confesionario, y partiendo de la emoción de la soledad, reflexionó en colores y figuras sobre toda su vida. “En cierto momento ya no le alcanzaba el lienzo. La necesidad de plasmar lo que sentía era más grande que los medios a su alcance, y empezó a pintar las paredes, las puertas, un pedazo de metal, lo que fuera”, cuenta Jorge Luis Rodríguez, diseñador y artista de la plástica amigo de los Alonso, quien fue testigo del proceso.

Javier explica que la obra de su padre se clasifica como arte bruto (art brut), específicamente en la corriente del naif o ingenuo. Según exponen John Maizels en su libro Rawcreations, y Yaisis Ojeda Becerra en El aullido infinito, el art brut es un movimiento que surge a mediados del siglo XX en Francia denominado así por el pintor francés Jean Dubuffet, quien lo define como “toda clase de producciones que presentan un carácter espontáneo y fuertemente imaginativo”. Colin Rhodes en su libro Outsider Art, define al naif como un movimiento de "pintores sin academia, empíricos que aspiran a contar su mundo como una expresión cromática de estilo simple, término que no implica simplicidad”, de ahí que sea ingenuo.

Pero el gallego no sabe de definiciones rebuscadas ni corrientes artísticas, aunque conozca a varios artistas. Para hablar de su manera de pintar, él dice: “Yo pongo el caballete y empiezan a funcionar las neuronas "loquísticas". Pienso en mi pasado, en las mujeres, en todo, y salen figuras de las que se van desprendiendo otras, uso una técnica mixta, le pongo desde pintura de aceite hasta crayolas”.

Para Jorge Luis lo que hace Bernardo es “entregar la sinceridad del artista sin filtro”. Al no tener preparación, su trabajo ha ido progresando de manera totalmente espontanea. La relación entre el sentimiento y la obra lo han hecho cuestionarse el soporte, el método y la forma de trabajar.

Mientras que en un inicio su producción artística era vertiginosa, en el último año ha disminuido considerablemente. Al principio llegó a realizar una o dos obras por día. De ese tema habla su esposa, Sofía Micaelli, sentada en la sala de su apartamento en el Vedado, la cual está decorada con varios cuadros firmados por Gaito (seudónimo del Gallego): “Se sometió a una operación de la columna que lo retuvo en silla de ruedas y recuperándose varios meses, además, algunos problemas familiares lo han alejado del pincel”.

Azares de la vida e ingratitudes de algunas personas lo han obligado a dejar su taller, pero el nuevo emplazamiento es a apenas dos calles del antiguo y pintoresco cuartel. “La gente del barrio no lo dejó irse lejos de allí, su taller siempre ha sido la mesa de conversaciones de la ONU de esa zona”, continúa Sofía. “En varias ocasiones ha acogido a jóvenes descarriados del vecindario para enseñarles la profesión y sacarlos del mal camino”, agrega.

El Gallego tiene una tendencia por devaluar su trabajo porque no se considera a sí mismo un artista. Pero las obras que ha vendido desvirtúan esa idea. Sin haber expuesto, varias personas después de ver sus cuadros han tenido la necesidad de no parar de hacerlo, han visto en ellos la singularidad de su trabajo y la crudeza de sus mensajes.

El pasado primero de abril fue una noche única para Bernardo, no solo sería la primera vez que expusiera, sino que lo haría en conjunto con su hijo. Carlos Javier y Jorge Luis inauguraron en el Vedado el estudio K-51, y para la ocasión organizaron una exposición a trío: “A varias personas les gustaron más mis pinturas que las del chama, y él estudió en San Alejandro. El arte es complicado, uno no sabe lo que pueda transmitir a la gente”.

El estudio pretende aportar un nuevo espacio de exposición, pues la producción artística en Cuba es demasiado grande y las galerías no bastan. Es también el marco para dar a conocer la obra de Bernardo, porque un artista como él nunca podría exponer en otras circunstancias.

“Él es un desconocido en el medio, pero yo creo que debe ser la obra del artista quien hable, no su nombre y este es un espacio para mentes desprejuiciadas. Yo espero que siga trabajando, porque estoy convencido de que si lo hace tendrá mucho más reconocimiento. El hecho de no considerarse artista de la manera más tradicional es parte de lo especial de su obra” ”, comenta Jorge Luis.

Aunque ha disminuido su producción, no ha parado de pintar, tal vez haya cambiado su realidad, pero la necesidad de expresión se mantiene. La soledad fue el disparador de algo más grande, y ya no la necesita para trabajar. Pero esto no quiere decir que no se sienta solo, la ausencia de dos de sus hijos lo hace imposible: “Hace ocho años que no los veo a los tres juntos”.

Con el nuevo taller y con circunstancias diferentes, sigue haciendo lo que le enseñó su padre, la mecánica, y lo que le enseñó la vida, poner a su familia por delante de todo lo demás. Solo que actualmente lo refleja todo valiéndose de un pincel: “Si no hubiera sido como fue, sé que nunca hubiera empezado a pintar, pero ahora es diferente, ahora lo necesito”.

Pie de fotos: 1-La exposición de K-51 es la primera del Gallego; 2-Para Bernardo Alonso Vázquez la pintura no tiene que ver con técnicas o definiciones.

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