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Isla al Sur

EL ARTE DE CURAR CON LAS MANOS

EL ARTE DE CURAR CON LAS MANOS

Magdalena Carvajal Manso ha dedicado gran parte de su vida a curar empachos en el municipio capitalino del Cotorro y se siente orgullosa de ayudar a todas las personas que creen en su método.

Texto y fotos:

GABRIELA TAMARIT GUERRERO,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

Se me fue olvidando el olor a rosas de su jardín, a la entrada de la casa. Quizás, porque hace seis años no visitaba aquellos lares tan alejados del centro de la capital, donde transcurre mi día a día. Allí todo es más pausado, tranquilo.

Y ahí está ella en la sala, en su faena diaria, lo hace a cualquier hora, no importa si es en el transcurso de la novela o en el momento de ir a bañarse, y si tiene los boniatos en la candela te dice: “Espérame un segundito, déjame apagar el fogón que se me queman”. Así es Nana, la que cura el empacho, una de las tantas personas que creen y sanan con el arte de su virtud. En el barrio capitalino de Lotería, en el Cotorro, todos la llaman de esta forma cariñosamente, pero su nombre es Magdalena Carvajal Manso.

Volver a verla fue recordar los mejores momentos de mi infancia. Yo solía visitar la casa de mi prima, bien cerca de la suya, lo suficientemente cerca como para disfrutar del aroma de sus frijoles, que a lo mejor con ajo, cebolla y orégano ganen a cualquier legumbre cocida por el mejor chef de Cuba. Siempre tiene un plato lleno par quien llegue de visita. Puede faltar cualquier cosa encima de la mesa, ¡pero nunca unos buenos frijoles negros!

Nana comenzó a los 23 años a curar el empacho con una cinta, uno de los métodos enraizados en nuestra cultura, gracias a que nuestros bisabuelos y bisabuelas inculcaron a las nuevas generaciones la tradición de utilizar la medicina popular que, antaño, fue la solución a sus enfermedades.

“Yo aprendí hace muchos años en Vuelta, mi pueblo de Villa Clara, de un señor que sabía. Fue un Viernes Santo, antes de que amaneciera. Él dijo en voz alta el rezo que debíamos memorizar y si no te lo aprendías al momento, había que esperar al próximo año”, expone Nana. Desde ese día hasta hoy, con 61 años, se ha dedicado a ayudar a las personas sin esperar algo a cambio.

Las raíces de este don

En la historia de la medicina latinoamericana existen reportes sobre el empacho desde el siglo XXI y en la actualidad la terminología aún es muy empleada. Según la Enciclopedia UTEHA de 1951 la palabra proviene del latín impedicarem, que se traduce en estorbo, embarazo, mientras que el Diccionario de la Real Academia Española en la vigesimosegunda edición la define como un trastorno en la digestión de la comida y el glosario terminológico de Ciencias Médicas lo precisa solo como indigestión.

En una entrevista con el diario argentino Perfil, Roberto Campos Navarro, médico e investigador mexicano, que ha dedicado más de treinta años a estudiar las practicas populares para remediarlo, no solo en su país, sino también en Latinoamérica, explica que es sinónimo de dispepsia y embarazo gástrico, descritos como una alteración funcional del aparato digestivo, donde los alimentos no son aprovechados debido a la inactividad del estómago.

Entre las diferentes variantes tradicionales estudiadas por Navarro para su tratamiento se encuentran “tirar del cuerito”, sobar las piernas y medir con la cinta.

“Tomo la medida de tres codos, es decir, la distancia entre el codo y la pinza de los dedos. La persona se aguanta una punta en la barriga, yo me voy acercando y recogiendo la cinta. Si está empachada, la medición no da y la mano me queda por encima del abdomen”, aclara Magdalena. Luego, dice la oración que guarda con sigilo en su mente mientras sus manos hacen en el aire la forma de una cruz. Son 130 centímetros de largo que provocan fe y mejoría.

¿Trastornos o creencias?

Aunque científicamente sus curaciones no tienen una explicación acertada y los especialistas en los trastornos digestivos generalmente no acuden a estas prácticas, Nana cuenta con el apoyo de la doctora Mariuska Corbillón, responsable del consultorio No.28, en Lotería.

“El paciente no se expone a riesgos ya que no utiliza ningún procedimiento médico o tratamiento, por eso confío plenamente en su labor y si las personas creen en ella, ¿por qué no emplear su táctica para enfrentar este obstáculo digestivo? Además de ser efectivo, creo que influye en el resultado la relación que establece con los enfermos, su calma, paciencia, buen trato y energía”, declara Corbillón.

Isabel Hernández Valdés relata –mientras Nana la cura-, que ingirió muchos alimentos, y al amanecer tenía “dolor en el estómago” y náuseas. La excesiva ingestión, una de las causas posibles de este trastorno, es expuesta por el gastroenterólogo Agustín Mulet Pérez en su libro Empacho ¿Síndrome o mito? (2011). Hace referencia en él también a la ingestión de alimentos descompuestos o sustancias no alimenticias y la alteración de los procesos digestivos y sus funciones como factores de dicho embarazo gástrico.

Según Magdalena, las personas que acuden a ella, generalmente, presentan malestar, dolor en el estómago, vómitos, falta de apetito y a veces diarrea: “Recomiendo también tomar té de menta y manzanilla tras la cura, porque son plantas medicinales con buenas propiedades para la digestión. En ocasiones he tenido casos que son apendicitis o gastritis, donde el dolor se confunde con el del empacho, por eso recomiendo ir al médico”. Es consciente de los límites de su conocimiento…

“En la consulta, ante este tipo de trastornos agudos, y vale aclarar que siempre pasan, el tratamiento indicado es tomar metoclopramida, domperidona y otros procinéticos. Como médico, no creo en esta forma de tratamiento, pero incide en las personas el llamado efecto placebo”, explica el doctor Oscar Villa Jiménez, especialista del Instituto de Gastroenterología, en La Habana.

“El efecto placebo está asociado a los cambios subjetivos y objetivos alcanzados en el estado, luego de la aplicación del medicamento o procedimiento en cuestión. En el caso de la cura del empacho específicamente con el método de la cinta, ejerce gran influencia la relación sanador-paciente y la creencia de la persona enferma, también su entorno social, familia y fe”, agrega Villa.

Pero si de sugestión se trata… el caso de Laurita, una bebé de 10 meses, da mucho qué pensar. Su madre de 22 años, Glenda González Báez, relata que en varias ocasiones ha recurrido, en primera instancia, a la ayuda de Nana: “Comencé a darle la comida no muy batida, con grumitos; la niña vomitaba, no tenía hambre y se quedaba tranquilita, lo cual no es muy común –me dice mientras intenta dormirla- porque siempre está jugando.

“Enseguida corrí a ver a Nana para que la curara y ¿te lo puedes creer? Pasada una hora ya estaba pidiendo 'la papa' y muy animada. Aún al irme, Laurita no se había dormido, quizá cuando comprenda el mundo que la rodea, crea verdaderamente en el remedio que la ha ayudado.

Otra de las pacientes es la epidemióloga Yesenia Hernández Álvarez, desde su propia experiencia, el método de la cinta resulta efectivo: “Existen muchas formas de promover salud. Si la cura incide en el mejoramiento de los síntomas presentes, entonces es satisfactorio. A lo mejor es esa energía que ella siente y trasmite lo que sana, para nosotros los médicos, personas como Nana son las llamadas líderes no formales”, añade.

La otra cara de la Luna

Magdalena es la mayor de sus tres hermanos y desde muy joven ayudó en sus crianzas, igualmente con las labores en el hogar. Cuando se casó con Carlos, su esposo, sintió que aquel amor era para toda la vida. En un accidente de tránsito, con 40 años, lo perdió. Jamás ha vuelto a mirar con los mismos ojos a un hombre; sin embargo, él está a su lado, su imagen reposa donde ella aflora sus sueños.

Hace un año, Pablo, su padre, falleció: “Lo de papi fue un duro golpe para mí, el proceso de su enfermedad aún más difícil” (se humedecen los cristales de sus espejuelos). Con su muerte terminaba de escucharse en la casa el nombre de su comida preferida: habichuelas y quimbombó. Pero lo sucedido no le ha podido borrar de su rostro una sonrisa, o su amabilidad. No ha trabajado nunca fuera del hogar, ese es su castillo.

Sus vecinos la quieren y respetan. “Nana es un ser especial, ayuda a quien lo necesite. Y cuando me siento algo en la barriga, voy corriendo para su casa sin pensarlo, y después, si lo necesito, veo a un doctor”, asegura la anciana Gladys Urgellés Torreblanca.

Si bien la vida se vuelve cada vez más cara, Magdalena piensa que su don no es para cobrar a las personas que van en busca de sanación. Muchas veces insisten en brindar un peso cubano, veinte centavos o un medio.

“Mis hermanos varones me ayudan bastante, el mayor vive cerca, el pequeño, en España, y de vez en cuando manda algún dinerito. Los que dejan algo en la mesita de la sala es porque quieren y pueden, otros no lo hacen, pero eso no determina lo que hago. Curo al que se pare en mi puerta en busca de ayuda”, revela.

Siempre me ha gustado ver su casa, en vacaciones, llena de primos, grandes y pequeños, tías, hermanos y vecinos a los que ya considera parte de su familia, aunque no tuvo hijos. “Era habitual también en fin de año tenerlos por aquí, ese era el momento para disfrutar, jugar dominó y reírnos después de varios meses sin vernos”, recuerda con alegría y nostalgia.

“Hace varias navidades no sucede, algunos se fueron del país; otros, ya no están; otros, olvidaron el placer de comer en familia. Espero algún día escuchar nuevamente la bulla, las risas y a los niños gritando desde la ventana de la casa de mi prima.

La rosas no están en el jardín, me voy sin sentir su perfume. Cambiaron muchas cosas por aquí, pero Nana no. Sigue teniendo un plato lleno de frijoles negros para quien llegue de visita, como yo.

Pie de fotos: Magdalena realiza este procedimiento a personas de cualquier edad.

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