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Isla al Sur

LA ÚLTIMA AVENTURA

LA ÚLTIMA AVENTURA

Hubo alguien que dijo: "No hay que temerle a la muerte, sino a la vida sin vivir", y es que Guille nunca le temió a algo, menos a la muerte, a la que le ganó por jaque mate más de dos veces.

Vivía cada instante con tal energía que parecía un muchachón de 20 años, aunque realmente pasara de los 60. Con sus aventuras varias veces le puso los nervios de punta a quienes lo rodeaban. Solo él era capaz de convencerse, y convencer, de que sí se podía luchar por una idea, siempre que esta fuera racional y única.

Pensar que después de una operación a corazón abierto podría volver a escalar el Pico Turquino era realmente una locura. Pero Guille no solo lo pensó, sino que lo ejecutó y convenció de hacerlo a otras 80 personas que lo acompañaron en la travesía de celebrar el cumpleaños de un Gigante en las alturas de la Sierra Maestra.

Definitivamente era extraordinario este ser que con decir dos palabras: "Dale fea (o)", te arrastraba a lo que después podría ser una de las mejores cosas de tu vida.

Esta vez no hubiera sido diferente si el destino hubiera jugado limpio. Nuestro Guille convidó a sus tecleros a viajar hasta Guaracabulla, pueblo que marca, según la historia, el centro de Cuba. Allí se reunirían a hablar de lo "central en sus vidas", en el día central del año, y en la hora del medio de este día. Podía asistir todo el que quisiera porque la entrada era libre, el único requisito era llevar su corazón y la voz: el corazón para sentir, y la voz para decir lo que estaban sintiendo.

Los guaracabullenses se engalanaron para la gran fiesta que darían a los que viajaban hasta su terruño desde Santiago de Cuba, Holguín, Ciego de Ávila, Sancti Spíritus, Villa Clara, Matanzas y Ciudad de La Habana. Todo estaba listo para el gran día.

El precursor del viaje venía a la vanguardia de la tropa junto a tres personillas que solo conseguían divertirse a su lado. Aquel primero de julio se levantó bien temprano porque quería visitar, antes de llegar a Guaracabulla, la casa de una amiga que lo había telefoneado la noche anterior.

Salieron de Fomento con destino Agabama, pueblos villaclareños que los acogieron el día anterior. Nadie podía suponer que los viajeros acompañantes verían por primera vez, bien de cerquita, una cascada y que se tomarían las últimas fotos con el gran amigo.

Ellos se estrenaban junto a él en aquellos parajes. Era espectacular ver cómo disfrutaba el descubrir un curujey enganchado a un árbol, fotografiar a una amiga al borde de la cascada y a la pareja de enamorados que se mojaban los pies en las aguas del río Agabama.

Decididos a llegar a su destino final emprendieron la marcha. Por supuesto, era de esperarse que no arribaran al pueblo por donde todos pensaban; lo harían por donde menos los esperaban.

Aquello les costó muchísimo. Tuvieron que rodar más de 15 kilómetros por un terraplén, que en tramos era polvo o fango, en un auto moderno no acostumbrado a esos ajetreos. Pero como diría el chofer improvisado, "quién le dice al Guille que hay que virar, eso sería para él como aceptar una derrota y de eso nada". El copiloto, que no se dejaba amilanar tan fácilmente, dijo: "Yo me bajaré y guiaré tus gomas por el camino ideal". Finalmente salieron del fango por la astucia del copiloto Cabrera.

Hicieron su entrada triunfal a Guaracabulla a la hora indicada, justo en el momento en que debía comenzar la actividad. Antes de ir al lugar de la cita todos los visitantes se apertrecharon de alimentos y refrescos para disfrutar mejor aún la fiesta.

Los centros de las vidas de las personas que hablaron eran infinitos. Algunos consideraban su familia como lo principal en sus vidas; otros sus metas inmediatas como graduarse de la Universidad. La mayoría coincidía en que una de las líneas centrales de la existencia de los cubanos era la patria, la vida en sí y lo humano en general.

Todo era felicidad porque se habían reunido debajo de aquel techo y entre paredes, la madre feliz, el amigo agradecido, el viajero andante y el doctor en Ciencias. Todo era felicidad porque todos eran felices. Todo era felicidad porque Guille era feliz.

Después de los centros vitales, llegó la presentación de los libros de la Editora Abril escritos por periodistas del diario Juventud Rebelde, entre los cuales se incluía el padre de la Tecla Ocurrente, columna de este periódico.

Muchos querían la dedicatoria del periodista. Muchos estaban a su alrededor. Muchos solo deseaban tenerlo cerca y poder tocarlo porque aún dudaban de que existiera entre ellos alguien que les endulzara el alma con palabras sinceras e insuperables.

Solo la vida sabía que aquel hombre se apagaría pasadas las dos de la tarde, que se escaparía de las manos de la gente que más lo quería, esa familia gigante que él había formado con sus palabras y sentimientos sinceros hechos teclas. Solo la vida sabía que aquel hombre no volvería a sonreír.

Después de un jugoso almuerzo se desmayó, y lo perdimos un rato más tarde en los brazos de uno de los tecleros que más lo quería, Rene, estudiante de Medicina, quien hizo todo lo posible por salvarlo. La muerte lo vino a buscar para llevárselo definitivamente.

Aquella sería la última aventura del Guille en vida. Suponen los que lo conocieron y supieron de sus travesuras habituales que en cualquier lugar que esté debe estar sonriendo y haciendo felices a esos que les toca disfrutar ahora de su presencia.

Rosy Amaro

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