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Isla al Sur

A HURTADILLAS CON FERNANDO PÉREZ

ELIZABETH MIRABAL LLORENS Y CARLOS VELAZCO FERNÁNDEZ,

estudiantes de tercer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana  

Esta entrevista mereció el Premio Nacional de Periodismo Cultural Monchy Font, que entrega la UNEAC a periodistas menores de 30 años.

Ese domingo se levantó poco después de las cuatro de la tarde. Las dos últimas madrugadas las había consagrado, junto a su equipo, al rodaje de Madrigal, película cuyo estreno será en mayo próximo. Pero esto es solo un elemento de actualidad en la entrevista. Lo que realmente nos interesa de Fernando Pérez es conocer lo que dice "el creador" que se las ha ingeniado para abrir las mismas puertas de Cervantes: la lectura, la imaginación, la curiosidad y la libertad.

Cara a cara luce más viejo de lo que aparenta en las fotografías, aunque posee un cierto desgarbo que le sienta muy bien. Alto, enjuto, (preferimos que los lectores no evoquen ni por un instante la imagen del Quijote), Fernando es siempre intranquilo en el set de filmación.

De cuando estaba en la universidad recuerda que era un finalista a la hora de entregar los trabajos. Aunque los tuviese en la mente, era la pesadumbre de no sentarse a escribir. Después, a lo mejor, los hacía de un tirón. Claro, siempre cumplía, sacaba buenas notas. Pero cuando le mandaban a leer un texto, se ponía a leer otro. "A los espíritus creativos no les gusta la obligación", se justifica. Cree en el rigor, pero no en la Academia. "Las cosas académicas pueden convertirse en rutina."

Dicen que usted es tímido. Otros, sin embargo, piensan que con una obra como la suya no necesita hablar tanto, ¿con cuál criterio se queda?

Soy tímido. Y no me gusta hablar mucho. Soy un hombre de pocas palabras, porque siento que a veces no logro expresar en palabras, lo he dicho siempre, lo que es mi pensamiento. Tengo amigos y colegas que lo logran, y me quedo asombrado de esa fluidez, de esa capacidad... Son capacidades que se tienen o no. Y he percibido con el paso del tiempo que me siento más cómodo cuando me expreso por imágenes. Esto no quiere decir que no me comunique con los demás. Tengo mi propia manera de comunicarme, y a veces uno se comunica sin palabras. Hay días en que soy muy fluido hablando conmigo mismo y con la gente que me rodea. Lo que sí es cierto es que desde niño, y sobre todo en mi adolescencia, la timidez ha marcado mi carácter y prefiero escuchar a tener que hablar. Siempre he dicho que hay cosas que se sienten y que expresarlas en palabras es muy difícil. A veces una mirada dice más que una frase. Así es como soy.

Un director de cine es una fusión de muchas profesiones, muchas sensibilidades o cualidades. ¿Cuáles son esenciales para usted?

Son esenciales para mí, y el hecho de que lo sean para mí no quiere decir que sean esenciales para todo el mundo, porque no creo mucho en las reglas, en las leyes que devienen fórmulas. He acumulado experiencia en mi trabajo como creador, como cineasta, y mi lenguaje cinematográfico lo he encontrado allí. Eso lo decía Almodóvar. Uno se encuentra en lo que quiere decir y ahí halla su lenguaje cinematográfico; no es que exista un lenguaje cinematográfico que uno deba aprender. Uno encuentra el propio.

Lo primero que debo tener es el sentimiento de la película que quiero hacer, ese sentimiento lo tengo que sentir. Cuando va naciendo la idea y se va desarrollando, lo voy conformando, definiendo. Es esencial. Luego, escoger bien a los colaboradores y saber escuchar, pero escuchándose uno mismo también. Muchas veces uno tiene que tomar decisiones y decir "por aquí es el camino, por aquí voy...", a pesar de las múltiples opiniones y argumentos que con razón puedan ser posibles vías. Pero uno tiene que escuchar también: he tenido colaboradores que han conformado la película que estaba en mí.

Además, en las distintas etapas uno tiene que crear, no con alegría, alegría no es la palabra, pero sí con disfrute, con deseos de hacer las cosas. Creo que uno no es cineasta las doce horas que está filmando, sino que uno es cineasta las veinticuatro horas del día. Y eso es vivir: vivir el cine. Se comienza a ver la vida a través del cine y el cine, entonces, forma parte de la vida de uno.

Hay otras, pero estas son las que me vienen a la mente.

¿Considera que en sus películas hace crítica social?

No. De la palabra crítica, a partir de un momento dado, empecé a dudar, porque fui crítico de cine, y uno puede tener una actitud crítica frente a las cosas, pero del término crítica se ha abusado mucho. Yo digo: "¿Es que hago cine para criticar?" No es mi objetivo. Hago cine para crear, para comunicar. Y después, "¿qué es lo que define lo que yo quiero decir?" ¿Es la crítica? No. Es tratar de expresar la complejidad de lo que te rodea, la complejidad de tus sentimientos y de tu visión, y la complejidad de la vida, porque parto del presupuesto de que el arte no puede ser esquemático. Hay otros lenguajes y otros discursos que pueden permitirse el esquema, o la reducción, o el didactismo. El arte enfrenta las contradicciones y la complejidad de la vida y la ambivalencia de las cosas, no puede consistir en dar moralejas. Y esa es la creación artística que me planteo. Y, por supuesto, cuando tú complejizas estás sacando aristas de la realidad que no tienen por qué ser las modélicas, ni las que otros lenguajes u otros discursos te exijan.

No digo: "voy a hacer esto para hacer crítica". Incluso, he sentido que hay obras no solo cinematográficas, que se quedan en el acto de criticar y no profundizan, no van más allá. Para mí eso tiene menos valor. No soy crítico de nada, me siento partícipe y comprometido con mi pensamiento y con el ejercicio de mi opinión y mi visión del mundo.

Según Oscar Wilde el sentido de toda cosa hermosa creada está por lo menos en el alma de quien la mira y en el alma de quien la creó. Suite Habana gustó a un público no acostumbrado a esa manera de hacer cine, a la ausencia de diálogo. ¿Qué hay del alma de Fernando Pérez en Suite Habana que coincide con lo que está en el alma de todos nosotros?

Para mí, Suite Habana fue un gran reto. Estuve muy inseguro durante el rodaje y con el temor de que el espectador cubano no se sintiera reflejado de alguna manera en la película. Primero, por el carácter del cubano, que es más extrovertido. Yo estaba dando aristas de su intimidad a partir de códigos que no son los que habitualmente se utilizan, pero que creo forman parte del cubano también.

Ahora me aparto un poco de la pregunta: Con Madrigal estoy tratando de hacer una película bien abstracta, bien abstracta..., fuera de todos los códigos que aparentemente puedan definir y definen la cubanía. Pienso que aún más allá de esos códigos, Madrigal va a ser una película más cubana que cualquier otra, aunque sea una película abstracta. Porque la cubanía es lo que decía Fernando Ortiz, un sentimiento inefable, eso no se puede clasificar. Se puede estudiar, investigar, expresar, pero no clasificar.

Y en Suite Habana creo que lo que puede mover el sentimiento que hay en mí y en el habanero y en el cubano, es común, es lo que nos une: el amor por lo que nos rodea aun cuando la mirada pueda tener complejidades de sentimientos y sentimientos contradictorios.

Es lo mismo que me pasa a mí cuando salgo a caminar por las calles de La Habana. Siento que formo parte de una gran familia. Hay gente que no conozco, y, de pronto, hablo con ellos y soy uno más... Y ese sentimiento de ser uno más y de compartir la realidad que uno vive y sentirse responsable de ella, con todo lo que está y no está, creo que es lo que une a los espectadores y a mí en Suite Habana. Fundamentalmente es eso: el amor a lo que es uno junto con los otros. Es lo que siento.

El personaje de Elpidio Valdés de su película La vida es silbar ¿es el héroe cubano de fines de los 90?

Absolutamente. Le pusimos Elpidio Valdés precisamente por eso. Elpidio Valdés tiene una madre que se llama Cuba, ya ahí estamos jugando con la alegoría. ¿Qué es lo que pasa con este Elpidio de los 90? No es el personaje modélico, no es la imagen de Elpidio de finales del siglo XIX. Es otra caracterización de la realidad y de la evolución de la realidad; y cómo ese Elpidio no modélico puede ser marginado, puede ser no entendido, puede ser apartado de la sociedad por las mentes que prefieren una imagen modélica de la misma. Esa era la contradicción de Elpidio. Pero el Elpidio de los 90, a pesar de sus propias contradicciones, ama a Cuba. Y está ahí. Y la quiere. Solo quiere que lo dejen silbar a su manera.

¿Qué palabras lo hacen desmayar?

No quisiera nunca actuar por miedo para preservar la libertad. La libertad es una palabra que no me hace desmayar, pero si sintiese miedo de ejercer mi criterio, su mención me provocaría ese desmayo. Hay otras, pero esa fue la que me vino a la mente.

¿Cuáles rasgos de los personajes de sus películas conservaría consigo?

Una de las constantes que he ido sintiendo poco a poco en las películas que he hecho es que la mayoría de los personajes, aun cuando no logren lo que han soñado, al menos han luchado. A mí siempre me gusta citar una frase, creo que es de Freud: "Soy un hombre feliz. Todo en la vida me ha sido muy difícil". Eso es algo que define a los personajes de mis películas y es un rasgo que quisiera mantener en mi vida también. Nada me ha sido fácil, pero eso me hace feliz: luchar, vivir. Y hacer.

¿Existe la película de su vida?, ¿la ha hecho o está aún en su cabeza?

Cada vez que voy a hacer una película, pienso que es la película de mi vida. Y todas las que he hecho las he hecho con ese sentimiento. Entonces las miro en el tiempo y son mis películas. Ojalá pudiera hacer muchísimas más. Ya tengo sesenta y un años. A veces me pongo a pensar en cuántas películas me quedan por hacer. Y digo: "coño, ¿me quedarán dos, tres...?, ¿cuántas?". Ahora estoy filmando y cada vez que voy al rodaje, me canso muchísimo, porque ya no es la misma vitalidad de cuando yo tenía veinte, veintiún años. Pero me siento feliz, y me dan ganas de filmar ya, después de que termine esta. Filmar otra, y otra, y otra..., pero no depende de mí. Uno hace las películas que puede, no las que quiere. Pero sí sé que cada película que haga intentaré hacerla como si fuera la película de mi vida. Nunca haría cine por otras razones. Creo que hago cine por empeño, por tratar de ser pleno y porque me gusta hacerlo.

Fernando, usted ha sido traductor de ruso, crítico, incluso actor, pero ser cineasta es, sin duda, lo que más le gusta. De no haberlo logrado ¿qué otro camino hubiese querido seguir?

Músico. Soy un músico frustrado. Ni sé cantar, tengo un oído pésimo para la música, soy patón, pero la música me llena mucho, cualquier tipo de música. Es una forma de expresión artística que puede lograr cosas muy misteriosas. Incluso, algunas de mis películas han surgido escuchando una música. Por ejemplo, ahora en Madrigal estoy utilizando una canción y se la hago escuchar a todos los que están trabajando en ella y les digo: "ese es el sentimiento de la película".

¿Qué película ajena que le hubiera gustado dirigir?

Ah... ¡Tantas! Ahora estaría loco por haber hecho cualquiera de las películas de Lars von Trier. Cualquiera. Es un visionario. Está más allá. Siempre hace una película distinta a la otra. Y hace lo que nadie hace, lo que nadie ve. Otra película que me ha obsesionado últimamente es Mulholland Drive, de David Lynch. Creo que es una de las pocas películas que ha logrado expresar el flujo de pensamiento de una mente disociada. La he visto como cinco o seis veces. Y, luego, en la historia del cine, tantas películas: Ocho y medio, de Fellini; Vértigo, de Hitchcock. Sería una lista interminable. Y van a surgir más películas. He vivido tantas vidas como películas he visto. Eso es algo que el cine tiene. Al menos para mí.

 

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