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Isla al Sur

TERESITA, VOZ DE PERSONA

TERESITA, VOZ DE PERSONA

JUSTO PLANAS CABREJA,

estudiante de tercer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación de la

Universidad de La Habana.

A Teresita Fernández hay que mirarla con los ojos entrecerrados. "Yo creo que con los ojos entrecerrados -dice-, se ve mejor. Los fotógrafos, los arquitectos, cierran un ojo; también para disparar." De esta manera, el sillón de la sala sobre el que se mece se convierte en un trono. El forro es el de una grabadora que le regalaron en el Centro.

Veo la mejor repisa de tantos objetos rescatados del basurero. Y hasta el escritorio de Don Emilio Bacardí conjuga perfectamente con una maceta de plantas que crecen a su antojo, porque Teresita Fernández echa allí todas las semillas que encuentra, a ver si se deciden a nacer. Ahí también viven un busto del niño Martí, y una bandera cubana.

Se mece en su sillón. Un tabaco le adorna permanentemente la boca. Y desde hace una semana, tos tras tos, escupe los restos de una influenza que la dejó ingresada en el hospital un buen tiempo. "Me di cuenta de que iba a cumplir 76 años, que estaba vieja, y no me gustó, porque no me lo sentía. No pensé que la vejez me obligara a estar tan quieta. A fuerza de no cantar las canciones, porque tengo muchas, se me olvidaron los acordes, las letras no tanto. Cuando plantas la botella tienes muchos amigos; pero cuando todo eso se suspende, van escaseando; otros se han ido, otros se han muerto. Entonces casi todo son recuerdos."

Pero si estamos mirando a Teresita Fernández con los ojos entrecerrados sabemos que el próximo 20 de diciembre cumplirá solo otro año más de su eterna niñez: "Psicólogos que he consultado por algunas cosas me han dicho que me quedó por dentro una niña de 6 años, pero que no la maté porque es lo mejor que hay dentro de mí. No es que yo le cante a los niños, es que cuando estoy con ellos me siento una más. Hasta me he buscado problemas por sacar la lengua... Pero soy muy seria, y mucho más profunda de lo que nadie se puede imaginar; pero esa espiritualidad la disfrazo de niña para no ser pedante.

"Cuando me dijeron que los Reyes Magos no existían lloré mucho. Y me explicaron que no era el ratón el que se llevaba mis dientecitos. Pero esta es la hora en que estoy esperando que se me caiga este diente para meterlo debajo de la almohada."

Los personajes de sus canciones infantiles compartieron su niñez en Villa Clara, y el tiempo en que fue maestra. Luego, eligió la pedagogía de la canción. Aprendió guitarra con "un pobre tabacalero que por las noches daba serenatas." Y se fue a La Habana para aplicar "el discurso de Martí a los maestro ambulantes...  Yo tenía un pulóver y una sayita negros que me habían prestado porque me robaron la maleta en el viaje. Por eso es que ahora, para los actos elegantes, me pongo el pulóver negro; para los niños, el azul; y a veces me pongo el carmelita porque es el color de la tierra, y de las alondras.

"La canción es un modo de expresar lo que hablando nadie escucha. Cuando canto no queda más remedio que oírme. Mi tono no es de soprano ni de contralto. Mi voz es, como decía Bola de Nieve, voz de persona. De acuerdo como la tenga, toco."

La letra de sus canciones se llenó de animales y de flores. Y porque "soy una mujer primitiva", su arte fue el mejor traductor de la obra de la naturaleza: "Yo creo, mientras viva, en la naturaleza. El hombre hace edificios, aviones; pero todavía no he visto ninguno que haga un gorrión, ni que le ponga luces a un cocuyo."

Vivió en el Cerro, en la calle Clavel, dentro de una casita de madera rodeada de "setenta y pico de animales". Y después de 25 años, hace poco, se mudó a un edificio: "El cambio ha sido muy brusco. De aquel patio con tantos perros y gatos, y los vecinos, hasta aquí, donde todo es silencio". Ahora les tira desde su apartamento en el piso 12, los huesos del pollo a los perros callejeros que rondan el parqueo: "Y si no se los comen los perros, lo hacen los gatos o los pájaros o las hormigas."

Ya no compone. Su última canción decía: "Me punzó una espina, el dolor eras tú. Cuando la espina me hirió, eras tú. Me encontré la rosa, el aroma eras tú. Cuando la rosa se abrió, eras tú. Pero yo te siento vivir en mí. Yo te siento en la luz de la tarde que cae, siempre tú. Siempre tú. Me creció la rosa. Me creció por dentro. Cuando la rosa creció, el rosal eras tú."

Si pudiera corregir su pasado... "no buscaría amor donde lo busqué... No buscaría el amor... Porque cuando invito a ver el amanecer y me contestan que el sol parece un huevo frito me entran ganas de llorar.

"La gente sin sensibilidad, vulgar, que no ven lo que veo, me dan tanta lástima como un hambriento. Porque el hambriento tiene hambre de comida; pero esto es el hambre de ver la luna, las nubes. La belleza está dentro del que la quiera ver."

Le llega la tristeza cuando no trabaja: "Soy Vanguardia Nacional por sexto año consecutivo por el trabajo desinteresado. Porque me conformo como estoy. Creo que el salario es un sala´o... Había una vez uno que tenía comida pero no sal, le pidió a otro, hicieron un cambio, y comieron los dos."

Recela de los concursos de música infantil porque "se debe trabajar en busca de una música buena. Hay quien cree que la música para niños es de menor categoría, pero detrás de eso está la ganancia; y los niños no tienen nada que ver con ella. Para mí el billete se convierte en un poco de sal. La música tradicional, Naranja dulce, limón partido, Alánimo, se ha difundido muy poco. Y compositores que respeto como Rita del Prado, Enriqueta Almansa, María Álvarez Ríos, tampoco tienen la difusión que merecen."

Grabó un solo disco, "el del gatico Vinagrito, que lo han reproducido y está a la venta". Pero si le preguntan por la poca difusión de su música para adultos, responde: "Yo no conozco a nadie. No conozco productores."

Viaja por amistad con los pueblos, no por dinero. Y en cuanto le dieron un carro lo donó a la Federación de Mujeres Cubanas, que lo necesitaba más: "A mí me preguntaron una vez por qué yo pensaba y hablaba así, y dije que miraba poco para las vidrieras. Porque hay tantas cosas bellas y gratis.

"Hay mentiras que me producen ira, uno de mis pecados capitales." Pero cuando supo que la había heredado de un abuelo torero, la dominó, porque no quería parecerse a un matador de animales.

Tiene en cambio un amor sereno, "un amor que mantengo todavía, lo he encontrado en forma de amistad; porque muchas veces el amor más grande es el que no se toca, el que no se posee."

Admira a Martí por ser cubana; y a Jesús, por católica. Y al punto, aclara: "Soy católica, apostólica, romana, militante; y soy además, bautista, metodista, masona y comunista... porque el sol está brillando para todo el mundo, y llueve parejo para todo el mundo y el aire todavía no lo han embotellado."

La fotografía de un gato que la mira en blanco y negro denuncia que Teresita Fernández pertenece a una familia grande, la de todos lo hombres del mundo, y más aún, de todo lo vivo. Su gusto musical es igual de inmenso. Shubert, Chopin, Beethoven; Adolfo Guzmán... el tango, el flamenco... Damisela encantadora.

"Para mí todo tiene música. Todo. El aire cuando pasa por los árboles. El agua cuando cae... esto que te voy a decir es una vulgaridad para una entrevista, pero la gente que me conoce sabe que soy verdadera: el mismo tanque del inodoro: después de que halas la cadena puedes oír como hace [tararea un vals] hasta que se llena."

Su poeta preferida es Gabriela Mistral, "porque creó un lenguaje nuevo". Siempre aconseja la lectura: "He leído mucha poesía, por eso sé que la gloria del mundo pasa, pero lo que sirve, queda." Un poemario de la Premio Nobel de Literatura engalana su mesa como un ramo de flores: "Mi flor preferida es el romerillo, que es silvestre y medicinal."

Teresita Fernández no está sola, aunque lo parezca. Su casa vive poblada de imágenes y sonidos que solo sabe reconocer una experta como ella. A veces su vecino, deportista de un equipo nacional, toca a la puerta para pedirle prestada una fosforera. Cada domingo el cura manda que le lleven la comunión... Y los días seguirán "como Dios quiera."

Los recuerdos de 76 años, de vez en vez, atraviesan las habitaciones y rompen la cortina de humo del tabaco. Y de pronto está jugando nuevamente en la loma del Capiro. Se mete en los ríos, pesca guajacones, y caza cocuyos. Entonces parece como si todo volviera a repetirse: "Puedo imaginarme la diferencia entre el perfume de la rosa y el del jazmín. Yo vivo del recuerdo de la rosa."

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