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Isla al Sur

"ÉRASE UNA VEZ UN HOMBRE PEGADO A UNA OREJA..."

"ÉRASE UNA VEZ UN HOMBRE PEGADO A UNA OREJA..."

JOSÉ AURELIO PAZ,
Periodista del Invasor. 

El Periodista que duerme a pierna suelta, toda la noche, que la desazón no le produce una bronca en sus jugos gástricos de madrugada, como dice la gente por ahí: "¡Empújalo, que es de cartón! ¡Bótalo que es una copia que no sirve para nada!"

Y es que la Palabra lleva siempre en sí un compromiso, un riesgo, una consecuencia. ¡Cómo cautivar a un lector de un semanario, el cual ya ha sido informado toda la semana por la radio y la televisión, incluso, algunos por la Internet! ¡Cómo contarle historias de manera que le "suenen" distintas y no se deje llevar por las repetidas y huecas cifras, que casi nunca dicen nada! ¡Cómo remontar vuelo, conduciendo el motor del corazón, sobre el espejo de destinos propios o ajenos, de manera que el tipo que amaneció sin café, o con la bicicleta rota, o llegue a su trabajo con olor a siete potencias, porque la guagua era un infierno, crea en ti, en lo que escribes a diario, en lo que sofoca el espíritu común! Porque, no caben dudas, la única manera de conseguir que esta amarillenta hoja, manchada por la tinta, huela a pregón de pan caliente y enamore, es que el lector sienta que está parado frente al mundo.

En su artículo El periodismo vuelve a contar historias, el periodista y escritor argentino Tomás Eloy Martínez (Tucumán 1934), se pregunta lo que nos preguntamos, quienes, más que el tránsito por una Redacción de periódico "sin saber que pasaste", como decía Buesa en su Poema del renunciamiento, queremos ser esa historia cotidiana que se le escapa a los libros: "¿Cómo seducir, usando un arma tan insuficiente como el lenguaje, a personas que han experimentado, con la vista y con el oído, todas las complejidades de un hecho real? Ese duelo entre la inteligencia y los sentidos ha sido resuelto, hace algunos siglos, por las novelas, que todavía están vendiendo millones de ejemplares a pesar de que algunos teóricos decretaron, hace dos o tres décadas, que la novela había muerto para siempre.

"También el periodismo ha resuelto el problema a través de la narración, pero a los editores les cuesta aceptar que esa es la respuesta a lo que están buscando desde hace tanto tiempo."

Agrega ideas consustanciales para entender nuestro "drama de semanario" ante el empuje robótico de las nuevas tecnologías, cuando afirma que ya la gente no compra los diarios para informarse, sino para entender y confrontar, "para revisar el revés y el derecho de la realidad". Y asume que, primero Hegel y, luego, Borges, escribieron los destinos de un ser humano que resume la suerte de otros y nos puede llevar a pensar, durante la lectura: "esto que le pasó, puede pasarme a mí".

Escribo estas cosas no por pura catarsis del dilema existencial de un profesional que quiere recibir la única bendición que le redime: ser leído por la gente, amén de ser aplaudido o apaleado. Sino, porque acaba de concluir aquí el Festival Provincial de la Prensa Escrita, un "cocinadito" entre nosotros mismos, pero que nos permitió una mirada hacia dentro en la búsqueda de las manquedades y el vuelo.

Por eso, cuando en aquel encuentro con los lectores de la calle Libertad, de la otra noche, un joven recriminó al periódico por no haber reflejado de que en cierto centro gastronómico de la localidad se oferta desayuno, algo tan elemental y casi perdido en la vida del cubano, nos reímos por lo bajito y estoy convencido de que, a más de uno, nos pasó por la cabeza: "Este muchacho necesita un paseíto por el Van Troi". ¡Pero ahí estaba el asunto! Para él eso resultaba una hazaña y no habíamos sido capaces de reflejarla.

O el otro señor, ya entradito en años y con aquel vozarrón que hubieran envidiado los más connotados narradores deportivos, que levantó su mano, pidió la palabra y, ante el micrófono, denunció, con toda la libertad que le daba su condición de ciudadano, a un funcionario, el cual, según él, había hecho una exhortación en la televisión a que la gente se sumara a una campaña que, después, en la concreta, era una farsa.

¡Qué diario del mundo, por millonaria tirada que tenga y rimbombante título de mercado, recibe la gracia de reunirse con sus lectores a ver qué piensan de ese pedazo de alma de papel que, salido de las redacciones, ya no nos pertenece! Y es que en la mayoría de las "aldeas" de este Planeta, lo que importa es vender hasta el último ejemplar y nada más. A nosotros, se los aseguro, mucho más nos interesa que nos lean, aunque sea para disentir o encontrarnos lo que para cualquier periodista es "la mota negra" en la historia de piratas: una errata, una información oscura.

Quienes han vaticinado, ante el arrollador empuje de los nuevos medios, que "el mundo se va a caer/ y el rey lo debe saber..." para la literatura y el periodismo escritos, están totalmente errados. Todo dependerá, como decía en estos días la profe Iraida Calzadilla, en su memorable conferencia sobre los actuales retos de la nota informativa —desmitificada de toda tradicional objetividad y subvertida en muchacha llena de subjetividades como abalorios que engrandezcan su belleza—, el asunto está en saber contar historias y hacer un trato, como el de Benedetti con su amada, para decirle a la Palabra: "Compañera usted sabe que puede contar conmigo/ no hasta dos o hasta diez, sino contar conmigo/ si alguna vez advierte que la miro a los ojos y una veta de amor reconoce en los míos/ no alerte sus fusiles ni piense que deliro/ a pesar de la veta o tal vez porque existe/ usted puede contar conmigo./ Si otras veces me encuentra huraño sin motivo/ no piense qué flojera, igual puede contar conmigo/ pero hagamos un trato yo quisiera contar con usted/ es tan lindo saber que usted existe, uno se siente vivo."

Aquellos profesionales de la prensa que repetimos como papagayos y no transformamos desde una actitud ética y comprometida con el pueblo, sencillamente no hacemos historia, porque como mismo plantea Martínez, "cuando el silencio dura demasiado tiempo, la Palabra corre el riesgo de contaminarse, de volverse cómplice. Para hablar (o escribir) hace falta valor, y para tener valor hace falta tener valores. Sin valores, más vale callar."

Pues bien... "Érase una vez un hombre pegado a una oreja...", pero ¡no!, mejor te lo cuento otro día, para que vuelvas a buscarme en estas páginas.
 
 

 

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