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Isla al Sur

LA TÍA SARA

LA TÍA SARA

El Hogar de niños sin amparo filial del municipio Artemisa ha sido para Sara Soto Valdés, la directora por más de 17 años, su otra casa y un lugar imprescindible en su formación profesional.

MERLYN BARROSO HERNÁNDEZ,

estudiante de primer año de Periodismo,

Facultad de Comunicación,

Universidad de La Habana.

La música se escuchaba en los alrededores de la cuadra, la algarabía iba de una esquina a otra y en la sala, donde más de una vez se conjugaron sueños e insomnios, te quieros y regaños, silencios y canciones para componer el hogar de tantos niños, se sentía aquella tarde olor a despedida.

La noticia fue aceptada con alguna que otra lágrima y unas cuantas preguntas de quienes piden explicaciones y no todas las entienden. “Se nos fue la tía Sara”, se escucha a momentos cuando todo está tranquilo o por cualquier razón la extrañan.

Su nombre no aparece en la plantilla de trabajadores del Hogar y la llegada a las 7:30 de la mañana, el regreso a cualquier hora, las noches enteras vigilando el sueño a los niños, las tardes de baile y los fines de semana de excursión, ya no son parte de su itinerario.

Después de muchos años dedicados al Hogar, Sara se ha decidido por un trabajo que la ocupa menos en la Dirección de Educación, Cultura y Deporte de la provincia Artemisa. Ahora tiene más tiempo para combinar los quehaceres hogareños, el cuidado de la familia y las visitas de vez en cuando a la que siempre será su otra casa.

Volvería a serlo

Sara Soto Valdés, trabajadora de 42 años de experiencia, directora por más de 17 años del Hogar del niños sin amparo filial, Carlo Selli, del municipio Artemisa, la tía de todos, la hermana de las otras tías, Vanguardia Nacional por varios años, su misión incluso ha cruzado fronteras.

Sus primeros estudios fueron de Enfermería, pero nunca la ejerció. Su amor por ser maestra la hizo renunciar a todo, comenzar de nuevo. Hoy lo reafirma: “Siempre fue esto lo que quise ser, y si naciera otra vez, volvería a serlo”.

Esta Máster en Educación Especial, recuerda cuando en el 2004 formó parte de los 20 graduados que integraron el primer contingente en la antigua provincia La Habana y luego, en el 2006, llegó hasta Venezuela, donde dedicó por dos años su sabiduría y dulzura a quienes la necesitaban.

Llevar dos casas

Con el cansancio y los achaques de más de seis décadas de vida, Sara ha decidido renunciar a la maternidad de los 14 niños que hoy viven en el Hogar de Artemisa. Siente que ya no puede, no le quedan fuerzas para tanto. Ahora debe dedicarse a sus dos hijos y nietos, que quizás alguna vez descuidó o les dio menos por repartir a tantos.

“Nunca entendí cómo mi mamá podía dividir su amor entre muchos niños y conocerlos como a nosotros. No lo niego, a veces sentía celos y miedo a que me robaran el cariño que me correspondía. Me molestaba que a cualquier hora tuviese que salir porque algún niño del hogar estaba enfermo o había problemas”, confiesa después de tantos años, Raúl Márquez Soto, hijo menor de Sara, mientras su madre le acaricia la mano, como pidiendo disculpas.

También su esposo, que la ha acompañado en cada uno de sus pasos, la comprende, lo ha sabido hacer toda la vida, aunque no niega que en ocasiones se cuestionaba por qué tenía que dar de comer a sus hijos mientras Sara alimentaba a los de otros. Pero al reflexionar, comprendía que ellos la necesitaban tal vez hasta un poco más, y eso lo hacía entonces, entenderla y admirarla.

De todas sus hermanas, Caridad es la más cercana y quien quedó como esa huella en el camino fulgente por donde pasó un gigante. Ahora es educadora del Hogar, aunque unos años más joven, sus facciones y espíritu parecen aminorar de a poco el vacío que dejó Sara.

“Mi hermana siempre ha sido mi apoyo, y yo también lo he sido para ella. Cuando mamá enfermó fuimos nosotras quienes nos ocupamos de todo hasta su muerte y estuvimos un año entre sufrimientos y presiones. Siempre ha sabido equilibrar las acciones y los sentimientos y creo que se lo debe a su trabajo. Ella transmite esto en cada momento a quienes la rodean. Es la mayor de las tres hermanas y también es la más fuerte”, asegura Cari, como la llaman de cariño.

Sara supo llevar de la mano dos hogares y también una profesión a la que dio vida como una escultora (así se compara a sí misma), que poco a poco da forma a una obra que recibió llena de grietas.

La familia somos todos

Cuando los niños quedan huérfanos o la familia no cumple con “las responsabilidades de dar alimentos y asistirlos en la defensa de sus legítimos intereses y en la realización de sus juntas aspiraciones; así como el de contribuir activamente a su educación y formación integral” como legitima la Constitución de la República de Cuba, entonces le corresponde a quienes trabajan en los hogares ocupar ese vacío.

Yandry Rodríguez Palacio desde los tres años convive en uno de estos con el cariño y los mimos de las tías, entre las que estaba Sara, que ha sido una de las personas que siempre lo ha llevado de la mano y le ha brindado el amor de una madre.

Asimismo lo ha sido para quienes durante los 17 años que dirigió el Hogar le sumaron un miembro a su árbol genealógico. Su familia lo siente así y la ha apoyado en cada momento, aun conociendo los daños, pues ni las sonrisas ni el amor que cada uno le regala, sanan las cicatrices que van rasgando sus historias de infancias violentas y tristes.

“La tía Sara siempre estaba con nosotros, el Día de las Madres, en la comida de Noche Buena, el 31 de diciembre, en nuestros cumpleaños y hasta nos llevaba a los de sus hijos, porque decía que nosotros también lo éramos”, explicó emocionado Pedro Barreto Cárdenas, uno de los jóvenes de los que alguna vez aquella fue su casa.

Thalía Bardón Caballero hace dos meses cumplió 15 años y su familia, la del Hogar, la acompañó en su sueño de vestir un traje rojo y llevar “como las princesas de los muñes” una tiara de perlas coronando el cabello, que quedó en una de las imágenes que presiden el salón principal, para rememorar con una ojeada los sueños cumplidos.

Comenta que siempre había visto cómo le celebraban los 15 a las otras amiguitas y tenía muchas ganas de festejar los suyos: “Muchas personas ayudaron a las tías para hacerme una fiesta y tirarme las fotos que quería. La tía Sara siempre estaba pendiente de nuestros cumpleaños y aunque cono pocos dulces, nunca dejó de celebrar uno”.

Sus compañeros de trabajo opinan lo mismo: “Para Sarita esta también era su casa. Hacía hasta lo imposible porque los niños nos sintieran como su familia. Nos hizo entender que eso era imprescindible en nuestro trabajo. Estos no son como los otros niños, han sufrido traumas y hay que tratarlos con mucho cuidado. Sara nos enseñó eso”, asevera Viveka Breto Lugo, trabajadora social por muchos años en el centro.

Yoali González Echeverría, educadora del Hogar, añade que “siempre la respetaban. Con su voz baja y la capacidad de encontrar las palabras precisas y el momento adecuado, nos humedecía los ojos cuando hacíamos algo incorrecto. No solo era maestra para los niños, también lo fue para los trabajadores. Ella siempre repetía que la familia somos todos”.

Quien por tantos años estuvo dirigiendo el Hogar afirma que lo que más le satisfacía de su trabajo era ver a los que siempre serían sus niños, formados como hombres de bien: trabajadores, educados y responsables, y que a pesar de la distancia y el tiempo a veces la sorprenden, cuando abre la puerta de su casa, con un abrazo y la que siempre será para ellos la frase de bienvenida: “Tía, ¿usted no se acuerda de mí?”

Pero aún, a ratos, Sara alegra el Hogar con su presencia: “Los extrañaba mucho”, es la excusa que les da como si causara molestias. “Al contrario, me encanta que venga y que almuerce con nosotros. Ella siempre dice que desde que se fue de aquí no come chícharos. Así que cuando viene trato de hacérselos para que sea algo menos que extrañe”, comenta Ana Rosa Barredo Quesada, la mayor de las cocineras.

“Ella nos ayudaba en los quehaceres. Conocía los gustos de cada niño y trataba de complacerlos en lo que podía. Los cuartos de las niñas los adornaba con fotos de princesas y los pintaba de rosado como tanto les gustaba. Intentaba prepararles ella misma, aunque sea una vez al mes, la comida preferida de cada uno. Disfrutaba los momentos que pasaba con los niños y cada “Gracias” que ellos le regalaban”, añade Ana.

La tristeza se acumula tras las puertas y los rincones, o se tira de golpe en cualquier sillón cuando llega la tarde y la tía Sara no está para bailar y cantar con los niños como todos los días; o amanece y no disponen de su beso antes de salir para la escuela, ni de su buenas noches melodioso y sutil antes de irse a acostar: “Pero vuelve. Viene con sus pasos firmes, aunque un poco más lentos, a hacernos la visita de vez en cuando”.

Pie de fotos 1 y 2: Con más de seis décadas de vida, Sara abandona la dirección del que por más de 17 años fue su otro hogar, aunque asegura que jamás dejará de serlo; 3-Hogar de niños sin amparo filial Carlo Selli, del municipio Artemisa.

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