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Isla al Sur

«A VECES SUEÑO QUE JUEGO TODAVÍA»

DANAY GALLETTI HERNÁNDEZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana

FICHA TÉCNICA:
Tipo de entrevista: De personalidad, biográfica o de retrato del entrevistado.
Tipo de título: De cita textual
Tipo de entrada: Evocativa o retrospectiva
Tipo de cuerpo: Mixto
Tipo de conclusión: Una frase de impacto que evidencie el final.

Juegos Panamericanos, Centroamericanos; mundiales juveniles, universitarios y Torneos de la Amistad engrosan la lista de triunfos del equipo femenino de voleibol en las décadas del setenta y el ochenta del siglo pasado. Entre las muchachas lideradas por el que fue seleccionado mejor entrenador del siglo XX, Eugenio George, está Emma Bárbara Alfonso Trujillo, atacadora auxiliar del conjunto criollo. Transcurridas casi cuatro décadas, rememora esos sucesos con la ilusión de vivirlos nuevamente mediante las palabras.

Nuestra entrevistada vio la luz en La Habana, el 17 de noviembre de 1959.  Confiesa que nunca pensó ser deportista, lo que le gustaba realmente era la música: «Quería aprender a tocar piano, pero a los ocho años, cuando me llevaron a una convocatoria en la escuela Alejandro García Caturla, la capacidad para estudiar ese instrumento estaba agotada».

En aquellos años conoció a Félix Hernández. Almorzaba en un restaurante cuando el profesor se acercó a preguntarle si le gustaba el voleibol. La niña respondió que sí, entonces le propuso a la madre llevarla a unas pruebas en la Ciudad Deportiva.

«Al conocer los resultados, me informaron que la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE) me había aceptado. En esa etapa, 1970 1974, mi entrenador fue Eider George Laffita.

«La primera competencia internacional en la que participé fueron los Juegos Juveniles de la Amistad celebrados en Polonia en 1974 y donde obtuvimos el sexto lugar entre los 10 países asistentes. Al año siguiente pasé a la preparatoria con el entrenador Argelio Hernández, quien fuera en 1986 tutor de mi tesis de licenciatura en Cultura Física y, actualmente, secretario de la Federación Internacional de Voleibol de Cuba. En 1976 comencé en la Escuela Superior de Perfeccionamiento de Atletas Giraldo Córdoba Cardín.
 

«Por la participación y los resultados en los Juegos Escolares Nacionales, el departamento técnico de voleibol de la Comisión Nacional decidió que formara parte de las filas de la preselección cubana. En esos años, mis entrenadores fueron Antonio Perdomo (Ñico) y Eugenio George. Aprendí con ellos a dirigir un equipo, la metodología del trabajo, la pedagogía  y la responsabilidad.

«Del rigor, precisión y exigencia en los entrenamientos dependía la victoria de nuestro país en las competencias. Nosotras practicábamos ocho horas al día. En la mañana el trabajo se centraba en la parte física: levantamiento de pesas y correr en las pistas. El horario de la tarde se dedicaba a la técnica y táctica: combinaciones con las pasadoras, remates y saques a zonas dirigidas.

«En la etapa de preparación física general, empleábamos cuatro horas al descanso activo, en el que ejercitábamos otros deportes como fútbol y baloncesto. En el período especial el entrenamiento era muy agotador. No abandonábamos la cancha hasta vencer las dificultades.

«Eugenio les exigía a sus deportistas  disciplina, puntualidad, unidad en el juego y buenos resultados académicos. En una ocasión suspendí Química y por ese motivo no pude participar tres meses en una base de adiestramiento en las montañas alemanas.

«Nos explicaban en cada viaje cómo conducirnos en aeropuertos, restaurantes de lujo y embajadas. En el terreno no podíamos lamentar una mala jugada. El contrario no debía percibir nuestro disgusto. Era importante mantenernos optimistas: “Muchachitas, vamos, hay que cubrir esta zona. Tenemos que seguir adelante. Pégate aquí. Remata más fuerte...”. De eso dependía el triunfo». 

El Mundial de 1978, celebrado en Moscú, fue el primer gran triunfo del combinado criollo. Emma  tuvo una lesión por la que perdió eficiencia en la práctica, y además le impidió alcanzar el rendimiento necesario para ese tipo de eventos. En su lugar fue Josefina Capote. «Me sentí triste —expresa— pero confiaba en mis compañeras. Ellas traerían la presea dorada».

Sus traviesos dedos señalan en una foto a las atletas de la preselección nacional. El paso del tiempo no ha borrado de su mente los nombres que glorifican al deporte cubano: Mercedes Pérez, Nelly Barnet, Imilsis Téllez, Erenia Díaz, Mercedes Pomares... Tampoco olvida a los jóvenes del horrendo crimen de Barbados. En especial recuerda a Virgen Felissola, su amiga.

«A las seis de la mañana dieron la noticia de la explosión en pleno vuelo de un avión de Cubana en las costas barbadenses. Más tarde nos avisaron de que no hubo sobrevivientes, y  que entre  los pasajeros estaba la delegación de esgrima.

«El día anterior al viaje nosotras practicábamos cuando vimos a la guagüita que los llevaba al aeropuerto. Al terminar el entrenamiento, los muchachos de esgrima regresaron por problemas con el avión. Nos dijeron que en Venezuela esperarían por ellos para iniciar la competencia. Fue la última vez que los vi porque se fueron esa madrugada. Desde aquel 6 de octubre de 1976 hasta la fecha hemos estado de luto... el luto nos durará toda la vida».

Retornar al pasado ahogó sus palabras, pero el deseo de expresar todo lo que Virgen Felissola significaba para ella, pudo más que las lágrimas.

«Siendo yo única hija, Felissola era como mi hermana. Si tenía un problema siempre acudía en mi ayuda. Recuerdo que cuando mis padres se divorciaron me aconsejó mucho. Yo le comenté que me iba de la escuela para acompañar a mi mamá en la casa. Ella ripostó mi decisión. Me explicó que en La Habana solo tenía a su hermana bailarina. Ansiaba visitar a su familia en Santiago de Cuba, pero el amor por el deporte le daba fuerzas para no rendirse. Yo te cuento mis problemas —me dijo— no me dejes aquí sola.»

¿Cómo la recuerda?

«Cuando murió tenía 17 años. Su alegría se apagó físicamente pero mi corazón no la olvida. Era inteligente y estudiosa. Su uniforme estaba siempre limpio y su cabello bien peinado. A pesar de su juventud se conducía con responsabilidad, y las derrotas la ayudaban a seguir adelante. Sabía lo que quería en la vida.

«Con ella hablaba de la Revolución. Decía que si Fidel no hubiese bajado de la Sierra, siendo oriental, negra y pobre quizás no habría nacido o estaría arañando la tierra. Vivía enamorada del Che. Le gustaba la foto donde cargaba descamisado un saco de azúcar. Antes de irse me regaló el libro A fin de cuentas, de Boris Polevói. En él un refugiado contaba las atrocidades cometidas por los fascistas. La historia le dio tristeza. Cuando estuve en una base de entrenamientos en Alemania, en julio de 1977, visité el crematorio de Nuremberg que se menciona en el libro».
 
Emma guarda celosamente las fotos del equipo de voleibol femenino. ¡Las primeras morenas del Caribe! Sus ojos brillan cuando ve en una de ellas a Mercedes Pérez, «Mamita».

«Cuando entré a la selección, Mamita Pérez me cuidó como a una hija. Era yo la más pequeña, con 15 años, por eso en las competencias todas las muchachas me  ayudaban a vestirme y maquillarme de acuerdo con mi edad. Mercedes Pérez era una jugadora muy completa, formaba junto a Nelly Barnet  y Mercedes Pomares el llamado “trío del terror”.

«Con ellas no había equipo de voleibol cubano que perdiera, gracias a su destacado desempeño en las posiciones que ocupaban: Nelly y Pomares, jugadoras centrales o principales,  y Mamita, jugadora auxiliar. La quiero y admiro. Expresé, en ocasiones, mis deseos de jugar como ella. Esa  excelente mujer me inspiró desde que supe de la existencia de una malla, un balón y seis personas en un terreno. Actualmente es licenciada en Cultura Física y trabaja en la Dirección Provincial de Deportes, atendiendo allí a los atletas retirados. Después de su regreso del extranjero mantenemos comunicación frecuentemente. 

«Recuerdo con mucho cariño también a Mercedes Roca. Tenía unas manos divinas para pasar. Fue de las primeras atletas en esta disciplina. Le decíamos “roca” por su carácter fuerte y su seriedad».

¿Por qué abandona el deporte activo?

«Las lesiones en los tobillos, el hombro y la cervical impidieron que continuara. Además, las nuevas atletas presentaban talla y características superiores a las mías. Podía aportar también al deporte siendo una profesional del ramo.

«Con mis estudiantes a veces juego 12 minutos. No puedo hacerlo por más tiempo debido a las fracturas. Corro en la pista y hago ejercicios para mantenerme saludable».

Actualmente el seleccionado femenino de voleibol afronta inestabilidad en su rendimiento. ¿A qué se debe esa situación?

«Este conjunto atraviesa por un  proceso de cambios. Las mujeres que lo integran son, en su mayoría, muy jóvenes. Aunque poseen una base de entrenamiento fuerte, les falta madurez en el pensamiento táctico, es decir, se apuran al realizar las jugadas y no observan al contrario. Pienso que es, a nivel mundial, uno de los equipos mejor preparados en cuanto a fuerza y resistencia en la duración de los partidos».

El proyecto humanista de la Revolución devolvió  los derechos a los sectores desplazados de la sociedad. Numerosas familias se beneficiaron con las medidas progresistas implementadas desde los primeros días del triunfo. ¿Qué significó para usted este trascendental acontecimiento?

«De procedencia humilde y raza negra, sin el triunfo revolucionario no hubiese podido ser atleta. Le debo a este, a mi familia y a mis entrenadores todo lo que soy.

«La mayor parte de los atletas, antes de 1959, tuvieron una formación autodidacta. Cuenta mi padre que Rafael Fortún, gloria de nuestro deporte, y  él, practicaban juntos en el actual estadio Juan Abrahantes. Fortún compraba la ropa y los zapatos para  entrenar y competir. En ocasiones no almorzaba, solo bebía una malta. Tras la victoria, pasó a ser entrenador de atletismo».

En la Escuela Latinoamericana de Medicina, donde se desempeña como profesora adjunta, Emma ha obtenido premios destacados en jornadas científicas y eventos de medicina natural y tradicional. Su esposo, Carlos Campbell, perteneció 15 años al equipo de fútbol, en el periodo en que Cuba alcanza sus logros más significativos. Iris, su hija, cursa el cuarto año de la carrera de Derecho.

Cuando estaba dispuesta a marcharme, Emma sujetó mi mano para una última confesión: «A veces sueño que juego todavía».


 

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