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Isla al Sur

CERCANÍA

CERCANÍA

Guillermo Cabrera Álvarez llegó a Guaracabulla por donde nadie lo esperaba. Se había levantado bien temprano en la mañana de ese 1 de julio nefasto y abandonado el hotel Escambray de Fomento a eso de las ocho junto a Jorgito, Rosy y Malú, luego de descansar del trajín del día anterior en la tertulia de Sancti Spíritus, donde autografió muchos Regalo de Jueves, entre ellos uno dedicado a dos de sus siete jinetes del Apocalipsis. En todo el viaje, que incluyó una parada en el río Agabama y el paso por Báez, su cerebro no dejó de trabajar a ese ritmo sólo posible en Guillermo, como no había dejado de hacerlo nunca a lo largo de sus 64 años recién cumplidos y no lo dejaría hasta horas más tardes, cuando luego del almuerzo, su cuerpo flaqueó y cayó al suelo en un comedor escolar del pueblo que se vanagloria de encontrarse ubicado al centro de Cuba.

Algunos veían a Guillermo más desmejorado en su última semana, otros le aconsejaban que descansase de su trabajo el viernes anterior, pero ¿dejaría Guille de ser Guillermo? ¿Sería capaz de divorciarse el talentoso periodista de sonrisa amplia, del Guille de las aventuras, de Don Guillote de la Tecla, de Nuestro Guy Ganas de Vivir?

Creo que no, lo pienso, y no. No. Cuando más cansado lo veían, cuando más le ordenaban descansar, era cuando más inquieto estaba ese grillito que llevaba dentro y que no le permitía un momento de descanso a su imaginación, que le impulsó a comentarle a Rosy durante el trayecto a Guaracabulla su plan de volver a intentar la competencia del beso más largo, que no le permitió sentarse en el local donde se realizó la tertulia puesto que había personas del público de pie, o subirse al carro hasta no dedicarle un último saludo, una frase precisa a cada unos de aquellos seres curiosos que se reúnen convocados por la columna de un diario y que lo seguían en cada una de sus ocurrencias. Guille, como siempre, trastocando las cosas, alterando el orden de la rutina.

El hecho cambió bruscamente el signo de un día hermoso, y aunque sucedieron cosas inexplicables, como una lluvia repentina que acompañó a Guillermo desde la escuela hasta el momento de su muerte, lo insólito no le otorga un componente mágico a la tragedia, pues lo sucedido allí fue muy amargo. Guillermo recogió a lo largo de toda su vida el amor y las manifestaciones de cariño de todos los que le rodeaban. Fue gente que lo quería quien lo sacó del comedor y lo auxilió, sacándolo de un primer paro. Fue gente que lo quería quien lo condujo hasta la posta médica del pueblo. Fue gente que lo quería la muchedumbre que esperaba, rezaba y lloraba afuera, y lloró más intensamente, unos apartados, otros abrazados, cuando se oyó el llanto de Tais y se vio salir a un Rene destrozado, que antes había dirigido todos los esfuerzos por contrarrestar al destino y la escasez en un lugar donde no habían bisturís, donde no funcionaban los desfibriladores.

Guaracabulla fue el lugar escogido para hablar de las cosas centrales en la vida de cada uno en una tertulia de la Tecla Ocurrente el mediodía del medio del año. El Guille vivió allí muchas emociones, se sonrojó varias veces (sucedía siempre que lo elogiaban), dijo frases que quedarán guardadas en ese pueblo cuyo nombre permanecerá grabado en la mente de demasiadas personas y que algunos, incluso, maldicen, y comentó que a lo mejor se embullaba y hablaba de las cosas centrales de su vida. Pero no lo hizo. Y fue mejor así, pues todos los que lo teníamos muy en el centro de nuestros afectos, guardamos un Guille Nuestro; y es mejor algo de misterio. El misterio ayudará al mito, y el mito crecerá para siempre, aunque para los que hayamos vivido el tiempo del Guille, lo inmenso fue la posibilidad de estar a su lado, así fuese sólo un rato de su camino.

¿Qué sucederá ahora cuando los tecleros se vean las caras en El Hueco de G y 21 este próximo sábado? ¿Qué sucederá cuando el inconsciente nos impulse a tomar el teléfono y esperar una voz que no contestará y nos quedemos con las ganas de decir: "Hola, Guille", pedirle un consejo o un favor? ¿Qué sucederá cuando Elizabeth y Rosy crucen de la Facultad al Instituto y al ver a Maggie se les escape la pregunta: "Está el Guille"?

Gente como Guillermo trasciende sus años contables.

La vida continúa. Pero duele.

Carlos Velazco Fernández

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