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Isla al Sur

INTERPRETAR LOS SABORES Y OLORES DE LA VIDA MISMA

INTERPRETAR LOS SABORES Y OLORES DE LA VIDA MISMA

Conferencia sobre Periodismo Interpretativo. IV Festival Imagen de la Naturaleza "Rosa Elena Simeón In Memoriam", evento anual auspiciado por el Museo Nacional de Historia Natural de Cuba, la Productora Mundo Latino y la Asociación Cubana de la Imagen y la Naturaleza.

MSc. IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ,

Profesora de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana y del Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

No es este, precisamente, un espacio donde venga a disertar como me lo han pedido los anfitriones. No es posible tal altisonancia entre colegas de valía que ejercen la profesión de manera consecuente e inspiradora. Yo prefiero venir a conversar sobre temas que nos preocupan... y ocupan, porque estamos convencidos y urgidos de la necesidad de un salto cualitativo en los modos de hacer de nuestro periodismo.

El tema en cuestión es la validez o no del periodismo interpretativo ante la avalancha de informaciones que recibe el receptor de cualquiera de los soportes mediáticos. La necesidad de reconstruir y recodificar nuestra propia actitud ante la construcción de los mensajes porque, inevitablemente, debemos aceptar que recibir información no es equivalente en todos los casos a poseer conocimientos, a tener elementos que nos permitan la contextualización de los acontecimientos. En no pocas ocasiones esa sobreabundante y masiva información de que se dispone se vuelve anodina al no saber cómo interpretarla.

El hombre del siglo XXI tiene acceso a la información casi en tiempo real, casi al momento de producirse los hechos: ahí están los noticieros de la radio y la televisión haciendo perenne gala de inmediatez; y, si algo podría faltar, la irrupción de Internet ha puesto al mundo al alcance del mundo a una velocidad de vértigo y con una apoyatura que trasciende a los profesionales del sector para dar paso también, cada vez más, a los dominios del paisano común que puede transmitir, desde su particular perspectiva, lo que ve y oye.

Este es el eje central que motiva la charla. Lo sabemos: la prensa escrita ha perdido los dominios del qué, quién, cuándo y dónde que la hacían imprescindible a la sociedad informada. El receptor ya no está interesado en que le "anunciemos" mañana lo que conoció hoy. La prensa escrita, entonces, está abocada a sustentar el por qué, para qué y cómo de los acontecimientos, y definitivamente aceptar que ya no es la primigenia de los titulares voceados al amanecer o el atardecer.

Sin embargo, lejos de considerar perdido lo que ha sido el sentido de vida de la profesión -dar primero la noticia-, la prensa impresa debiera arrimarse más a la perspectiva de consolidar la explicación de los hechos, a proporcionar a su público-meta los elementos necesarios para que conforme su propia opinión acerca del acontecer en el que se inserta.

Ya en 1992, el periodista Manuel Leguineche advertía en el diario español El País: "Los de la galaxia Gutenberg debemos aprender en estos tiempos a ajustar el tiro, porque la televisión en directo lo ha trastocado todo. ¿Para qué repetir lo que se ha dicho en la CNN? Cada vez pasan más siglos entre la transmisión de la CNN y tu artículo en el periódico y no digamos en la revista. Hay que decir adiós a la narración escenográfica de los hechos y escudriñar allí donde los objetivos de la televisión no llegan, descubrir antecedentes y consecuentes, atmósferas, ambientes, secretos".

Pero, un paréntesis. También el resto de los soportes mediáticos debían detenerse en este análisis, pues va resultando cada vez más agotador ser "bombardeados" por noticieros en los que prevalece o bien la nota escueta, desprovista de contexto, notas que parecen salir de la nada y nada decir, ni aportar, ni informar ni orientar; o la opinión que más que persuasiva es impositiva, y con ello se convierte en puente roto en el camino hacia el entendimiento. Opinión que más de las veces se rechaza por su verborrea expositiva y apocalíptica, sin que medie balanza alguna ni ofrezca oportunidad al público para disentir. En ambos casos, cuando desvestimos las circunstancias de explicación y equilibrio, estamos construyendo mensajes incompletos.

Hoy, trabajos periodísticos que den cuenta no solo de lo que sucede, sino también que expliquen por qué ocurren los hechos, que sean profundos en sus contenidos, contextualicen, indaguen en las causas y pronostiquen su futuro desenvolvimiento, es una necesidad sentida tanto por los hacedores de la información -los periodistas-, como por los receptores. Y este es, justamente, la trama donde se desenvuelve el periodismo interpretativo.

El catedrático Abraham Santibáñez ha manifestado: "Interpretar, desde el punto de vista periodístico, consiste en buscar el sentido de los hechos noticiosos que llegan de forma aislada. Situarlos en su contexto, darles un sentido y entregárselo al lector no especializado. Por exigencia profesional, además, esta interpretación debe tratar de prescindir de opiniones personales, debe basarse en hechos concretos y opiniones responsables y que sean pertinentes y debe ser presentada en forma amena y atractiva".

Y generalmente en nuestros medios, salvo excepciones, hay que admitir que existe reticencia a cambiar los modos de contar las historias y prevalece el apego, diría casi enfermizo, a la escuela norteamericana del periodismo informativo y sus rígidas leyes que asientan la información "objetiva" -aún cuando el término de la objetividad periodística ha sido ampliamente superado y desde hace mucho se habla de honestidad profesional-, y la estructura de contar los hechos en orden descendente de importancia para el periodista o el medio -es decir, la pirámide invertida como estructura meta de cualquier género-. Se une también el predominio del relato de los hechos y los trabajos de opinión.

Se desestima así la posibilidad del híbrido, del periodismo interpretativo que permite establecer el puente entre el relato del hecho como tal -la noticia-, y la visión que se tiene acerca de ella -el comentario-. Periodismo interpretativo que posibilita abordar la actualidad informativa no solo en sus contenidos más complejos, sino también, en su diversidad de aristas, muchas de las cuales suelen permanecer ocultas y requieren del reportero un finísimo olfato para descubrirlas y sacarlas a la luz pública.

Este es un periodismo que requiere de vasta información, de antecedentes, contexto, bakgraound, valoraciones y pronósticos. Un rastreo verdadero de los conflictos, un desentenderse de nada, una posición inquisidora. Es decir, una fórmula "explosiva" en la que el periodista proporciona, a partir de la puesta en escena de todo cuanto ha investigado, argumentos suficientes que emergen desde fuentes decisorias, implicadas, expertas, testigos, documentales..., cual calidoscopio que permita evaluar el significado de los hechos presentados de manera tal que, sin explicitar su opinión, solo dejándola implícita en los juicios aportados, el periodista deje al lector el protagonismo de llegar a su particular conclusión.  

El profesor y periodista norteamericano Walter Lippman hace acotó: "...por ser el mundo moderno tan complicado y difícil de comprender, se ha vuelto necesario no solo informar acerca de las noticias, sino explicarlas e interpretarlas".

Más reciente, María Jesús Casals Carro, profesora titular de la Universidad Complutense de Madrid, señala: "...Un relato explicativo (reportajes y crónicas) busca la orientación del lector por medio del análisis y síntesis de hechos, aporta datos y antecedentes, contextualiza y explica conceptos. La base es narrativa con un tono distanciado pero preciso. Busca la eficacia de la explicación clara y no se detiene en posibilidades retóricas. Las fuentes suelen ser numerosas y no contiene juicios de valor aunque puede plantear hipótesis o mostrar una realidad disyuntiva. Las fuentes consultadas le sirven para justificar todo este contenido explicativo".

Ahora bien, ¿qué nos está faltando para el abrazo definitivo con el periodismo interpretativo? Creo que los escollos externos están dados, fundamentalmente, por la premura con que trabajamos, las decisiones de los editores que apuestan generalmente por lo expedito, por el ya y el ahora, y también la precariedad del espacio. Esos son los vórtices del triángulo maléfico de la profesión.

Sin embargo, justo es que también interioricemos en nuestras propias faltas, aquellas que arrastramos a veces hasta sin darnos cuenta de nuestra ineficacia. En más ocasiones que las deseadas entregamos los trabajos carentes de fuentes, de contrastación, contrapunteo, verificación exhaustiva. Padecemos de insuficiente búsqueda, contacto sistemático con las fuentes para apoyar los enfoques, observación directa, análisis de estadísticas y encuestas e investigación permanente que nos permitan recolectar datos copiosos y principales. Y lo que aún es peor: no siempre poseemos una cabal preparación acerca del tema que abordamos; otras, en cambio, desaprovechamos el caudal cognitivo.

A ello se suma que en ocasiones desestimamos los valores noticiables al abordar un tema que elevamos a la categoría no de noticia, sino de información, porque interesa a la fuente o al medio donde laboramos, pero no porque tenga realmente connotación para ser socializado. Realmente, ¿cuántas veces en nuestro trabajo de fuego cerrado nos preguntamos para qué sirve o a quién va dirigida esta o aquella información? ¿Qué valores-noticias la respaldan?

Repasemos un momento estos valores que permiten que un suceso pueda tener relevancia para la sociedad, importancia para los públicos: actualidad, inmediatez, oportunidad; interés colectivo, humano, emoción; repercusión o consecuencia; prominencia de los protagonistas; originalidad, rareza, curiosidad, novedad o singularidad; proximidad o cercanía; humorismo; dramatismo; impacto; suspenso; conflicto; progreso..., en una extensa lista que puede estar presente de manera íntegra o parcial al recolectar, seleccionar y presentar datos y hechos y determinar si un acontecimiento merece ser publicado o no.  

Quizás, entonces, la cosecha de la papa no tendría expresión solo en cifras de caballerías que importan a los organismos responsabilizados con su producción, pero nada dicen en concreto al público medio. Y no es que no interese, no es que no sea relevante. Se trata de que al ofrecer la información también tengamos presentes que la tierra no se siembra para complacencia administrativa, sino para que su producto final tenga una manifestación concreta en la sociedad. Así, términos como "esfuerzo y sacrificio de los trabajadores" quedan vacíos de contenido si no se explica cuál ha sido, objetivamente, el esfuerzo y el sacrificio. La cifra de caballerías nada dice si no se le compara con lo que su producción significa en la mesa de la población, y se le contrasta con antecedentes o con lo que realmente pudo o no haberse recolectado. La información requiere tanto de importancia macrosocial como personal. Es decir, construirla de manera que el receptor la asimile desde su importancia general hasta la particular y se sienta hasta cierto punto comprometido con ella. Se trata, entonces, de privilegiar el por qué, para qué y cómo del hecho noticioso y situarlo en su auténtica perspectiva.

¿Cuál es el quid del asunto? Tras una experiencia de 30 años como reportera de filas, sé cuán difícil es armonizar un entramado que incluye ir al acontecimiento principal y no desviarnos con superficialidades, buscar antecedentes, circunstancias y actores, emplear fuentes documentales y no documentales y sus interpretaciones acerca de lo acontecido y ofrecer análisis valorativos que integren proyecciones. Bien sé de este complejo asunto, sobre todo, cuando las fuentes no están dadas a colaborar, o cuando el trabajo se nos encomienda en brevísimas líneas.

Pero aún con estas realidades, todo pasa por lo que llamo Fórmula Ulibarri y que este teórico asentó en su libro Idea y vida del reportaje. Es decir, indagar en el presente sobre: qué significan los hechos, si surgen aislados o forman parte de otros y cómo se vinculan a ellos, si introducen cambios significativos, a quiénes afectan de inmediato, si contienen elementos polémicos, y cuáles fueron los factores más cercanos que precipitaron su aparición.

En ese mismo orden, Ulibarri nos llama a no dejar preguntas sin hacer, a indagar hasta la saciedad. Por tanto, el catedrático insiste, en el pasado, en sostener el por qué ocurrió el hecho, sus antecedentes, con qué acontecimientos anteriores está vinculado, si pueden identificarse causas relevantes, qué ha ocurrido con causas similares en otras épocas o lugares, y si existen analogías relevantes.

Y en un tercer bloque de preguntas, Ulibarri propone que, en el futuro, hay que aventurarse en las posibilidades de desarrollo del acontecimiento, con qué otros factores puede relacionarse y en qué o quiénes repercutirá.

Por tanto, hablamos de no obviar los planos temáticos en un trabajo periodístico: presente, pasado y futuro. Un presente que parte del elemento motivador del trabajo y en el que está reflejada su actualidad e importancia, sus implicaciones inmediatas, conexión con la actualidad y los significados; un pasado en el que habrá que retomar antecedentes y causas; y un futuro en el que se situarán proyecciones y repercusiones. Estos planos generalmente los teóricos los ubican más en la concepción del reportaje interpretativo, pero soy de la opinión que cualquiera sea el estilo seleccionado para presentar nuestro trabajo, será más sólido en la medida en que tratemos de darlo en todas sus facetas.

Visto así, cabría suponer que respondiendo a estas interrogantes todo queda resuelto para entregar mejores productos comunicativos, mensajes que acerquen al lector a la comprensión de los fenómenos que se suceden en la sociedad que vive. Mas no es así. Hoy uno de los problemas fundamentales que enfrentamos los periodistas es que perdemos terreno como contadores de historias, nuestra misión primera, y nos estamos convirtiendo en contadores de declaraciones. O sea, los teóricos coinciden en afirmar que como fenómeno general, ahora los dichos sobre los hechos parecen ser más importantes. Es decir, interesa más quien ha manifestado algo que lo que ha sucedido.

Otra importante cuestión está relacionada con el aprendizaje continuo de las herramientas y la evolución de la profesión, pues un periodista no es un mero transmisor de información, sino una persona que al escribir, o comunicar en general, muestra su cultura y cosmovisión del mundo.

La catedrática española Concha Fagoaga lo ha descrito estupendamente: "Los periodistas no solo reproducen lo que ven y oyen, ejercen también una investigación sobre lo acontecido porque los hechos no se producen descontextualizados de una situación económica, social y política concreta. Los hechos no surgen aislados de una realidad más amplia, se insertan en ella...". Comprender esa realidad en toda su dimensión requiere, entonces, de una vasta preparación que no se resume en el criterio reduccionista de atender un sector y especializarse a tal punto que parezcamos divulgadores institucionales. Hay que pensar en un receptor que merece le proporcionemos las herramientas necesarias para que piense y reflexione a partir de las historias contadas.

Y, en ese camino, admitámoslo, aún debemos encontrar pistas equivalentes a un periodismo que por su misma condición de propio se revele universal, que redima la génesis del periodismo interpretativo en los años 20 del pasado siglo, de manera que en los albores del XXI retome su poder de explicación y su deber de orientación. Un periodismo interpretativo que reproduzca de manera exacta el contexto de los hechos, realice una rigurosa investigación en cada tema a tratar y asuma plena responsabilidad ante lo escrito. Un periodismo interpretativo que proporcione todos los elementos de manera que el receptor pueda juzgar y encontrar el valor relativo de la información por sí mismo. En suma, un periodismo interpretativo que permita ahondar en el contexto, en los antecedentes, el significado y la explicación de los hechos.

Un periodismo interpretativo que muestre la realidad desde una perspectiva amplia, contada, además, no solo con el preciosismo de las técnicas de la profesión, de la redacción y la gramática, sino también, con los sabores y olores de la vida misma.

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