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Isla al Sur

ESTA ES LA ESCUELA DE MI VIDA

ESTA ES LA ESCUELA DE MI VIDA

Confiesa Armando Cristo Claro, uno de esos hombres anónimos devenido reliquia viviente de la Universidad de La Habana, a quien le resulta imposible contar sus memorias sin aludir al último medio siglo de historia del Alma Mater.

WILMER RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
 
Siempre es difícil hacer una entrevista, y aún más cuando se pretende nadar contra la corriente y contar la historia de un hombre joven desde la recurrencia de los ojos, el corazón y la memoria del hombre adulto que es hoy. Es la historia de un muchacho que no pudo sentarse en un pupitre de la Universidad de La Habana por carecer de fortuna para matricular alguna carrera de Ciencias y que, desde otro espacio, la administración, ha consagrado su vida a la prestigiosa casa de altos estudios cubana.

Trabas burocráticas impidieron conocer con certeza si era el trabajador administrativo que más tiempo ha laborado en la institución académica, pero los que lo conocen afirman que el responsable de la Casa de Protocolo de Nuevo Vedado es una de las reliquias vivientes del Alma Mater.

Hasta esa barriada capitalina acudí para conocer detalles de la  vida de este villaclareño nacido en 1936 en el municipio de Vueltas. Toqué a la puerta, me abrió una señora que me invitó a pasar a la cocina y allí, con delantal, cuchillo en mano y en labores cocineras, le estreché la mano a Armando Cristo Claro, un hombre de memoria envidiable como comprobé después. En la terraza de la residencia y sentado en cómodos sillones trascurrió la plática con quien dice cursar en la Universidad de La Habana una carrera a la que ingresó por una vía diferente hace ya algunas décadas.

-¿Qué tiempo ha transcurrido de su primer acercamiento a la Universidad?

Hace exactamente 54 años y cuatro meses.

-¿Cómo llegó a La Habana?

Llegué el dos de septiembre de 1953, 38 días después del asalto al Cuartel Moncada, fíjate en ese detalle. Soy natural de Vueltas, Villa Clara, y acompañé a mi abuelo Julio a La Habana porque estaba enfermo. Vinimos a ver a un estudiante de Medicina de la Universidad de La Habana que vivía cerca de nuestra casa: José Ramón Machado Ventura era el joven. Él nos llevó a consultar a un médico, quien le dijo a mi abuelo que tenía problemas en las venas y la mejor medicina para eso era un trago de whisky.

-¿Y cómo logró vincularse a la Universidad?

Después que salimos de la consulta del Hospital Calixto García fuimos a un bar que ofrecía servicio a los estudiantes de la Universidad. Estaba situado en la esquina de la calle J, al costado de la UH y abuelo pidió el trago. Él empezó a conversar con el dueño y le comentó que yo era bueno detrás del mostrador y quería trabajar. Oscar Sánchez, como se llamaba el propietario, me aceptó y comencé de dependiente. Allí tenía garantizado desayuno, almuerzo, comida y una cama para dormir. Al establecimiento iban los estudiantes universitarios a tomar refrescos, cervezas y a comer. En la actualidad, en el mismo lugar que estuvo el bar Oscar hay una cafetería, donde también los estudiantes meriendan. Ese fue mi primer acercamiento a la Universidad de La Habana.

-Según he leído, la esquina donde estaba situado el bar Oscar en la década del 50 era uno de los sitios donde se reunían los jóvenes revolucionarios. ¿Usted presenció algún acontecimiento?

Recuerdo a Joe Westbrok, el americanito, a José Antonio Echeverría, Fructuoso Rodríguez, José Machado (Machadito). Al lado del bar había un sillón de limpiabotas, José Antonio se sentaba para que le limpiaran los zapatos. Él siempre vestía con traje o con un jaquecito. Les hacía señas a otros jóvenes desde el sillón. A veces le pedía permiso al limpiabotas para quedarse un rato más en la butaca, hacía una larga estancia y de vez en cuando hablaba muy bajito con Joe, Carbó Serviá y Fructuoso Rodríguez.

-¿Pero usted también conoció a Efigenio Ameijeiras?

A Efigenio lo conocí cuando él vendía la revista Alma Mater. Todos los días sobre las cuatro o las cinco de la tarde cuando terminaba con las revistas me traía una bolsa de tela con quilos, medios y pesetas para que se los cambiara por una moneda menos fraccionada. Un día se formó un tiroteo en la calle 27 de Noviembre y Efigenio brincó para adentro del bar y se puso un delantal de manera que la policía lo confundiera con un dependiente. Recuerdo que una mañana de 1957, andaba Efigenio en la venta de Alma Mater y frente al bar paró un Pontiac del año 56, se bajó un oficial del la Marina de Guerra y Efigenio le ofreció la revista y le dijo una frase que le repetía a cuanta persona le compraba: “Esto es para la Revolución”. ¡Ese sí se la jugaba en una cuarta de tierra!

-¿Y usted tuvo problemas con la policía?

Yo estaba en la cuerda floja. Por un lado quería ayudar a los estudiantes, pero por el otro tenía que estar al hilo con la policía. Ellos llegaban y no se les podía cobrar la comida. Un día, un oficial pidió un jugo de tomate que costaba 15 centavos, se lo cobré y para qué fue aquello. Me pidió los documentos de identificación, y hasta me quería llevar preso.

-El asesinato de José Antonio Echeverría, el 13 de marzo de 1957, sucedió muy cerca del bar Oscar. ¿Qué fue lo que usted pudo ver?

Aquello fue un escándalo. Se llenó de policías la calle. Hubo que cerrar el bar. Corrimos al lugar del crimen. La policía nos impidió llegar. A quince o veinte metros de de mi vi a un hombre muerto, casi al lado de la acera. Lo rodeaba un charco de sangre. Salí con otro compañero a buscar una ambulancia al Hospital Calixto García para recoger el cadáver y la policía nos impidió el paso. Después supe que era un estudiante de la Universidad y al instante me dijeron que era José Antonio.

Casi enseguida llegó el capitán Peñate, jefe de la Novena Estación de Policías,  entró a la Universidad y rompió la puerta de las oficinas de la FEU. Él no podía hacer eso, porque la Universidad era autónoma y tenía su cuerpo de policías, pero la furia era tan grande, que 38 días después, el 20 de abril masacraron a Joe, Carbó Servía, Fructuoso y Machadito en la calle Humbolt, número 7, todos ellos compañeros de lucha de José Antonio. Fíjate la coincidencia con el número 38.

-Entonces, ¿cuándo inicia usted sus labores administrativas en la Universidad de La Habana?

Después del Triunfo de la Revolución Oscar Sánchez se va para los Estados Unidos y me designan interventor del bar. En 1963 me proponen administrar la cafetería del Hospital Calixto García y un tiempo después me envían a dirigir la Cafetería de la Facultad de Derecho y la Casa de la FEU.

-Pero dicen que usted fue buen camionero en el Comedor Universitario “José  Machado”.

A principios de los años 70 pasé a trabajar como chofer en el Comedor Machado. Eso fue en la época en que estaba de rector José Miyar Barruecos, Chomy, como cariñosamente se le dice.

Te voy a hacer una anécdota de esa época. A mi siempre me ha gustado cumplir con mi trabajo y resulta que Chomy me dijo que hacía falta llevarle el almuerzo a unos alemanes que estaban trabajando en un Plan Arrocero en Guanamón de Armentero, eso es cerca de San Nicolás de Bari, en la provincia La Habana, a unos 75 kilómetros de la ciudad. Era un poquito tarde, pero montaron la comida en el camioncito ruso que yo manejaba y salí para allá. ¿Y sabes? El almuerzo llegó a tiempo.

-¿Cómo llega a trabajar usted en esta casa?

De eso ya hace un buen tiempo. Desde que estaba en el Comedor Machado empecé a vincularme con la Casa de Protocolo. Yo era el responsable de un grupo de compañeros que trabajábamos en el comedor Machado y además, brindábamos servicio gastronómico aquí. Después vine a trabajar definitivamente y hace once años el rector Juan Vela me designó responsable.

-¿Tiene horario de trabajo?

Estoy aquí de lunes a domingo. Actualmente trabajo 36 horas y descanso 10 ó 12. Me han seleccionado Vanguardia Municipal y Provincial, espero este año llegar a Vanguardia Nacional. Sé que hay personas más valiosas que yo, tampoco creas que soy un bárbaro. Ahora estamos hablando y tengo que preparar para mañana 1 600 piezas de comida. Mi esposa me ayuda en la cocina, trabajo duro, pero lo hago con tremendo gusto. La mayor satisfacción la siento cuando las personas agradecen lo que hago.

-¿Cuándo aprendió a cocinar?

Cuando trabajaba en el bar, Oscar Sánchez me dijo que tenía que darle vacaciones al cocinero, y le contesté que yo podía sustituirlo, me metí en la cocina y aprendí.

-¿Y cocina bien?

Eso dice la gente y me lo creo.

-¿Es cierto que Fidel vino a esta casa e inspeccionó su trabajo en la cocina?

Así mismo. En noviembre de 1993 el escritor y periodista español de apellido Ballester  visitó a Cuba invitado por la Universidad de La Habana. Me correspondió atenderlo porque se hospedó en esta casa. El sábado 29 de noviembre por la tarde recibí una llamada de Felipe Pérez Roque, quien me preguntó si se encontraba en la casa el filósofo. Le respondí que sí y me dijo que le informara que no saliera, que un sobrino iba a visitarlo.

Ya de noche, llegó el Comandante en Jefe y se reunió en la sala durante dos horas y quince minutos con el rector Armando Pérez Perdomo y el escritor español. Cuando Fidel terminó la conversación se dirigió a la cocina. Yo estaba parado en la puerta y se detuvo a  mi lado y me dijo: “Voy a fiscalizar la cocina.” El Comandante puso su mano derecha sobre mi hombro y me preguntó: ¿Cómo estás atendiendo al invitado? Durante el breve recorrido le expliqué todo cuanto se hacía para mantener  a la Casa de Protocolo.

-¿Qué aprendió Armando Cristo en la Universidad de La Habana?

En la Universidad siempre se aprende. Esta es la mayor escuela de mi vida. Teóricamente no sé mucho, pero tengo mucha práctica. Llegué al noveno grado y porque lo cogí ya en la Revolución. Debí haber estudiado Matemáticas. Tengo buena memoria y habilidades para ella. Te puedo hacer ahora mismo un almanaque del 2008, del 2009 y hasta del 2010. En estos días me regalaron uno que hicieron por los 280 años de la Universidad, le tiré una ojeada y me percaté que tenía errores.

Durante estos años en la Universidad he atendido a personalidades y trabajado con siete de los nueve rectores que ha tenido la Universidad después del Triunfo de la Revolución. Antes que yo empezara estuvo Juan Marinello y Miel Febles, después pasaron  Chomy, Hermes Herrera, Remedios de los Cuetos, Fernando Rojas, Armado Pérez Perdomo, Juan Vela y ahora está Rubén Sardoya.

-¿Cuán diferente es la Universidad de hoy a la que usted conoció antes de 1959?

Voy a ponerte un ejemplo. En la década del 50 no conocí a ningún hijo de pobre que estudiara en la Universidad y hoy están en ella hijos de los obreros, intelectuales, de blancos y de negros, cubanos y extranjeros. Antes la Universidad no se parecía al pueblo. Los estudiantes iban en sus carros, vestían con trajes, solo estudiaban los burgueses, muy pocos pobres llegaban a ella.

-¿Piensa irse algún día de la Universidad?

Hasta ahora no, aunque desde hace buen tiempo tengo la edad de jubilación. Los años no pasan por gusto y ya uno no está como antes. Fíjate si quiero a esta Universidad que hasta se me aguan los ojos cuando pienso que llegará el día en que deba marcharme.

Esta entrevista forma parte del libro en preparación Nosotros, los del 280, escrito como examen final del género por alumnos de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, a propósito del aniversario de la casa de altos estudios cubana.

 

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