LA MAGIA DE EGIPTO DESDE LONDRES: MUSEO BRITÁNICO
ALEJANDRO CREMATA SÁNCHEZ,
estudiante de Historia,
Cortesía para Isla al Sur.
Hace unos días, revisando noticias de Egipto, encontré algo sumamente interesante… acababan de descubrir fragmentos extraviados del Canon Real de Turín, meticulosamente conservados entre dos láminas de vidrio en un armario del Sótano del Museo egiptológico de esa ciudad italiana, lo que representa uno de los hallazgos más importantes de los últimos años.
En palabras de Elena Vassjlika, actual directora del Museo de Turín, se comprueba el valor de este descubrimiento: …“Puede que tengan que revisarse las fechas de las dinastías y añadir nombres de faraones…”
Nial MC Gregor, director del Museo Británico, puso de inmediato sus mejores especialistas a disposición, teniendo en cuenta la necesidad de restaurar los fragmentos hallados de tan valioso papiro. Con anterioridad, la experta en restauración de papiros, Bridget Leach, había realizado un examen minucioso del papiro y añadió: “¿Ves estos hilos de seda? Hay cola de origen animal, lo que puede hacer mucho daño”.
Los estudiosos de esa importante institución londinense, después de revisar las partes encontradas, coincidieron en afirmar que la reconstrucción de Farina es errónea, y manifestaron su disposición de utilizar la tecnología actual de la institución británica. Agregaron… “se podrá realizar un trabajo superior a lo que era posible hace más de 70 años”.
Esta noticia despertó mi curiosidad y me transportó imaginariamente a Londres, a uno de sus principales museos, para recorrer pasajes de dicha ciudad, para entender mejor a los londinenses, su historia, y a buscar cuantas reliquias egipcias conserva en la actualidad.
Esa ciudad europea ha sido punto clave en lo que a patrimonio cultural se refiere. Ejemplo de ello son cuatro de sus reliquias, designadas como Patrimonio de la Humanidad: La Torre de Londres, El Real Jardín Botánico de Kew, La Abadía de Westminster y la Iglesia de Santa Margarita, estos últimos ubicados en el Palacio de Westminster. Todos ellos sirven como símbolos de la cultura inglesa en su tránsito por el tiempo.
No es posible recorrer la historia de la capital británica sin mencionar sus dos trágicos incendios; el primero, ocurrido en 1212, y el más importante, el de 1666, denominado “El Gran Incendio de Londres”, el que provocó grandes desastres en lo que a economía y arquitectura se refiere, motivo por el cual muchos de sus residentes se trasladaron a la periferia de la ciudad. Numerosos edificios fueron demolidos para dar paso a las construcciones modernas, manteniéndose como bloque residencial la zona de “Barbican Estate” donde se encuentra el Museo Británico, una de las joyas de la ciudad y del mundo.
El museo comienza sus labores de recolección y financiamiento en el año 1753, gracias al apoyo que brindaron de sus colecciones privadas, Sir Hans Slone, Sir Robert Cotton y Robert Haley. Médico y naturalista, Slone en el momento de su muerte donó al gobierno británico nada menos que 80 000 artículos por un valor de 20, 000 libras esterlinas. Cotton y su anticuario Haley, realizaron una de las donaciones mas grandes en cuanto a libros y manuscritos se refiere, entregando a la institución sus bibliotecas personales.
Se decidió que la ubicación del museo sería la casa Montague, mansión del siglo XVl, y así, el 15 de enero de 1759 quedó inaugurado.
Desde sus inicios, el Museo Británico no ha hecho más que aumentar su colección mediante compras y donaciones, hasta llegar en la actualidad a la cifra astronómica de más de 7 millones de piezas. Esto trajo consigo que en el año 1852 se realizara una nueva edificación en el mismo terreno de la antecesora, pero con más capacidad. La nueva instalación, de estilo neoclásico, fue diseñada por Robert Smake y la obra concluyó en 1857. El edificio está situado en la Gran Avenida Rusell, entre las calles Bloomsbury y Montague, en el barrio de Bloomsbury. Su entrada da a “La Great Rusell” pero, además, el edificio tiene una entrada posterior por “Montague Place” sobre la Plaza Rusel que comunica a la línea del metro de “Piccadilly”.
El museo tiene un valor adicional, pues se encuentra en el corazón académico de la ciudad, donde existen muchas bibliotecas y planteles de la Universidad de Londres. Desde su apertura, las dos guerras mundiales fueron las únicas causas por las cuales el Museo Británico cerró sus puertas.
El año 1801 fue trascendental para esta prestigiosa institución, pues la derrota de Francia en la batalla del Nilo permitió adquirir una enorme cantidad de piezas egipcias y la célebre Piedra Rosetta. La afluencia de historiadores y conservadores al museo es lo que promovió la clasificación y caracterización de todas las piezas, pero no es hasta 1808 que se realiza y publica su primer catálogo.
La colección egipcia del Museo Británico cuenta con unas 75, 000 piezas, solo superada en cantidad por el Museo del Cairo, Egipto. De gran importancia en la adquisición de antigüedades fue el Tratado de Alejandría, mediador que permitió la adquisición de la Piedra Rosetta, pieza de mayor valor en la colección del antiguo Egipto, existente en la institución londinense.
Para el año 1816 ya el museo contaba con una estatua de Sekmet y el Coloso de Ramses ll, actualmente ubicada en la Sala Central.
El museo consta de tres plantas: sótano, bajo y superior. Las colecciones egipcias se encuentran en la sala 4 de la planta baja y en la superior en los salones desde el 60 hasta el 66, aunque en el patio central de la edificación se encuentran algunas esculturas egipcias.
Obras egiptológicas más
importantes del museo
Como muchas de las piezas están almacenadas, haremos una panorámica de las obras egiptológicas más importantes de la colección existente en el Museo Británico.
Comenzaremos por el busto de Ramses ll, nombrada anteriormente, pero por su importancia debemos recalcar que es la pieza escultórica más grande del museo con unos 266 cm. de altura y 203.3 cm. de ancho (de hombro a hombro). Con un peso de 7, 25 toneladas métricas, el busto fue tallado en un solo bloque de granito bicolor. En la obra se logró una inclinación ligera de los ojos para lograr un vínculo con quien la mira desde abajo. En 1816, Giovanni Belzoni la sacó del templo funerario de Ramsés II, en Tebas, y se cuenta que escribió un relato sobre sus esfuerzos para moverla. Se dice que el agujero de la derecha del torso es producto de su movimiento por los miembros de la expedición de Napoleón a Egipto a fines del siglo XVIII, en un intento infructuoso por sacar de allí la estatua. El anuncio de la llegada de la pieza a Inglaterra, en 1818, dicen que inspiró al poeta Percy Brisse Shelley para escribir su Ozymandias.
El busto de Ramsés II, conocido como el “joven Memnón”, se describe como la primera pieza de escultura egipcia que los expertos reconocieron como obra de arte, pues hasta ese entonces su evaluación estaba matizada por patrones griegos.
Las maquetas del Museo Británico
En la cultura del Nilo tuvieron gran importancia las ofrendas alimenticias, dirigidas al supuesto viaje del difunto a la vida eterna, aunque esos ofrecimientos tuvieron el inconveniente de no resistir los embates del tiempo. Por ello y durante el Reino Medio, los propietarios de tumbas de clase social alta decidieron colocar maquetas de madera pintadas con todos los suministros necesarios para el viaje a la inmortalidad y así garantizar de forma imperecedera todo lo necesario para el difunto.
Un buen ejemplo lo constituyen las maquetas que muestran la fabricación del vino, pan y una carnicería ubicada en la tumba de Shebekhetep en Beni Hassan, Reino Medio, 2125 a .C. Su longitud es de 40,6 cm. con un ancho de 24,3 cm. En ella se expone la foto de un buey inmovilizado para sacrificio por un matarife armado de cuchillo.
En la imagen también aparecen procesos íntimamente relacionados con la fabricación del pan y la cerveza. Para ambas elaboraciones se molía el grano. El del pan se representa a la izquierda, con dos tipos de hornos, atendidos por dos sirvientes. Las fases de fabricación de la cerveza están representadas por un aguador, el filtrado de la mezcla, y una jarra de cerveza. Las figurillas de esta maqueta aseguran el sustento que el propietario de la tumba pueda necesitar en su vida eterna.
Momias, sarcófagos
y cultos funerarios
Todo aquel que se interesa por la historia de la civilización egipcia, e incluso los no tan motivados, han sentido alguna vez la curiosidad de poder estar frente a frente con las momias, antiguos personajes vendados que sin duda alguna le ganaron la carrera al tiempo y alcanzaron la inmortalidad.
En el Museo Británico existe una colección de momias desde el período Predinástico hasta el Reino Nuevo, gracias al apoyo de la “Sociedad de Egipto”. Así mismo sucedió con los sarcófagos. Dentro de ellos se exponen el de la sacerdotisa Hanutmehyte, dinastía XIX, 1250 a .C. con una altura de 187 cm. y 46 cm. de ancho, y el de Bakenmut, dama de alto rango de finales del Reino Nuevo, dinastía XIX, con una altura de 208 cm. y un ancho de 59 cm.
Siguiendo con nuestra visita imaginaria, nos encontramos con la página del Libro de los Muertos de Hunfer: El juicio de los muertos en presencia de Osiris. Esta obra tiene una altura de 39 cm.
Es un bello papiro en el que se describe la escena de izquierda a derecha. En el extremo izquierdo Anubis lleva a Hunefer a la sala del juicio. Anubis también aparece supervisando la balanza del juicio. El corazón de Hunefer, representado por un recipiente, se pesa contra una pluma, símbolo de la diosa Maat que significa “lo que está bien”.
Los egipcios creían que el corazón era el lugar donde residían las emociones y el intelecto. Por eso, si el corazón no estaba en perfecto equilibrio con la pluma, la persona juzgada era condenada a ser devorada por Ammit, la extraña bestia que aparece parte cocodrilo, parte león y parte hipopótamo. En la escena que se expone en el papiro, el dios Thot actúa de notario y una cabeza de Horus aparece en el fiel de la balanza. En la parte superior aparece Hunefer adorando a una hilera de dioses que supervisan el juicio.
A lo que todos desean llegar…
La Piedra Rosetta constituyó la pieza clave para comenzar a descifrar los jeroglíficos de los antiguos egipcios. Es esa su mayor relevancia y uno de los atractivos que guarda para el visitante el Museo Británico. Tiene un texto en tres tipos de escrituras. La estela de granito negro con inscripciones en griego y egipcio contienen un decreto del faraón egipcio Ptolomeo V, con letras en tres forma distintas de escritura: jeroglífica, demótica y griego uncial; contiene noventa y dos renglones, los catorce primeros escritos con signos jeroglíficos, los siguientes treinta y dos en caracteres demóticos, los últimos cincuenta y cuatro en griego; tiene algo más de un metro de alto, setenta y dos de ancho y veinte siete de grosor además de pesar 756 kg. Fue descubierta por los franceses en el delta del Nilo, pero confiscada por los británicos en 1801. En el lado izquierdo de la piedra lleva una inscripción con pintura blanca que dice: “Captura en Egipto por el ejército británico en 1801”, y en el derecho otra inscripción, presentada por el rey George III.
Al descubrirse en 1799, los caracteres que cubrían su superficie fueron copiados de inmediato. Se aplicó tinta de imprenta a la piedra y se puso papel blanco sobre ella. Al quitar el papel, se contaba con una copia exacta del texto, tal y como si la viéramos en un espejo. Desde entonces se han hecho multitud de copias o reproducciones utilizando diversos materiales. Inevitablemente, la superficie de la piedra acumuló muchas capas de los restos de materiales utilizados con estas técnicas, a pesar de los intentos de eliminar los residuos. Una vez se puso en exhibición y la grasa de cientos de manos humanas deseosas de tocar la piedra, agudizó más aún el problema.
La oportunidad de investigar y limpiar la Piedra Rosetta surgió cuando este famoso objeto se convirtió en la pieza central de la exposición “Cracking Codes” que albergó el Museo Británico en 1999. Al iniciar el trabajo de retirar todo excepto los materiales originales, la piedra era negra y las letras blancas. Según fue progresando el tratamiento, se detectaron las sustancias que la ensuciaban, entre las que se encontró grasa de las manos, una capa de cera carnauba que databa del 1800, y tinta de imprenta del 1799. Se limpió utilizando bolas de algodón y linimento de jabón, alcohol, acetona y agua purificada. Finalmente, la pintura blanca del texto, aplicada en 1891 y que se había dejado como recubrimiento protector, se limpió con algodón y agua purificada. Una pequeña parte en el ángulo inferior izquierdo se dejó tal y como estaba para mostrar el aspecto ennegrecido que presentaba.
La piedra tiene un tono gris oscuro rosado, con una veta rosácea atravesándola. Hoy en día se pueden ver restos de marrón rojizo en el texto. Este material resultó ser un mineral llamado hidroxiapatita, y el color puede ser debido a algunas vetas de hierro. Este material se supone que se aplicó de forma deliberada, pero no hay pruebas de ello. Los expertos desconocen si el mineral pudo ser usado como pigmento, ni si se usó como base para otra pintura.
La piedra de Shabaka
Otra de las piezas emblemáticas y de gran valor en el museo es la Piedra de Shabaka. Durante las dinastías XXV y XXVI (747- 525 a.C.) los egipcios a menudo utilizaban modelos y estilos de épocas anteriores para reforzar sus artes y su literatura.
Los textos adquirían un aire de autenticidad si se aducía que eran copias de documentos anteriores. Según este texto, el rey Shabaka (716 - 702 a.C.) inspeccionaba el Templo de Ptah cuando vio horrorizado que un rollo de papiro estaba siendo devorado por los gusanos. Inmediatamente ordenó grabar en piedra la parte restante del texto. El recopilador del texto reprodujo la presentación de los documentos antiguos e introdujo una serie de arcaísmos, dando así un aire de antigüedad a la pieza. Sin embargo, el texto es mucho más tardío de lo que se pretende afirmar. La losa fue posteriormente reutilizada como piedra de molino, dañando la inscripción jeroglífica.
El texto de la piedra, a veces llamado “Teología Menfita”, sitúa a Ptah, principal dios del área menfita y patrono de los artesanos, en el centro de la existencia. Incluso, lo proclama dios-creador, describiendo como dio vida al mundo por medio de otorgar nombres a las cosas, separando la luz de la oscuridad, la tierra del agua, el cielo de la tierra, entre otros.
No hubo una versión única del mito de la creación en el antiguo Egipto. El más extendido fue el de la creación por parte de Atum, pero las versiones difieren para cada divinidad local, y una multitud de templos reclaman para ser el lugar donde se originó. Shabaka fue un rey de la expansionista dinastía nubia, cuya capital estaba en Sudán. Al dar tal relevancia al patrón del área menfita, su intención quizás fue la de asegurarse la adhesión del clero de Menfis, al ser éste un grupo influyente en el ya conquistado Egipto.
Otras maravillas del mundo egipcio
El museo tiene muchas piezas de valor mundial; de algunas ya hemos hablado, para terminar tenemos estas cuatro últimas, que no tienen menos importancia que las demás, sino que nos sirven para intentar resumir este viaje por la maravillosa institución británica.
Estatua-bloque de Sennefer
Supervisor de los portadores del Sello durante el reinado de Tutmosis III. Tebas Occidental. XVIII Dinastía, ca. 1.450 a .C. Altura: 89,8 cm.
Las estatuas-cubo se colocaban preferentemente en los templos. En este caso se cree que proviene del templo funerario del rey de Sennefer, Tutmosis III (1479- 1425 a .C.). Sennefer fue también el ocupante de la Tumba Tebana número 99, e igualmente aparece en muchos monumentos del reinado de Tutmosis. El “supervisor de los portadores del sello” en la Tebas del Reino Nuevo (1550- 1070 a.C.) era el principal oficial responsable de los asuntos financieros.
El rostro sereno de la figura está soberbiamente tallado y pulido. La gran superficie vacía de las estatuas-cubo ofrecía enorme espacio para los textos, y esta tiene tres inscripciones separadas. La parte frontal consta de una elaborada oración para las ofrendas funerarias de Sennefer. La segunda, que va desde las rodillas hasta la base, es una alocución de Sennefer pidiendo estar bien provisto tras su muerte. Finalmente, en las columnas a cada lado de los pies, la inscripción da cuenta de los nombres de los padres de Sennefer.
Busto colosal de caliza de Amenhotep III
Del Templo funerario de Amenhotep III, Tebas. Dinastía XVIII, ca. 1350 a .C. Altura: 150 cm.
Amenhotep III encargó cientos de esculturas para su templo funerario de la orilla izquierda del Nilo, en Tebas, aunque la localización exacta de muchas de ellas sea desconocida. Entre ellas había no sólo figuras del rey, sino un amplio abanico de esculturas de animales realizadas en diversos tipos de piedra. Una de las características del reinado de Amenhotep III fue el uso generalizado de la escultura colosal.
La cabeza del coloso de caliza y la parte superior del torso nos muestra al rey con el pecho desnudo, aunque luciendo un collar decorativo. En la cabeza lleva el tradicional tocado a rayas llamado nemes, rematado por una cobra enroscada. Originalmente la estatua tenía una barba falsa, que resultó fatalmente dañada. En el Museo Británico se conservan diversas partes de grandes esculturas del templo funerario de Amenhotep III.
Sarcófago dorado de Henutmehyt (exterior)
Cantante y sacerdotisa de Amón, dama de alto rango de finales del Reino Nuevo. Tumba de Henutmehyt, Tebas. Dinastía XIX, ca. 1250 a .C. Altura: 208 cm. Ancho: 59 cm. .
Los sarcófagos de Henutmehyt, originalmente unos dentro de otros, son todos antropomorfos. Al igual que las estatuas de las tumbas, esta forma de sarcófago se concibió para proveer al espíritu de un cuerpo suplente en caso de que desapareciera la momia. La forma física, con los brazos cruzados, junto con las inscripciones y figuras de dioses protectores enfatizan la identificación del difunto con el dios Osiris. Esto implicaba que el difunto, al igual que Osiris, experimentaría la resurrección.
El sarcófago exterior de Henutmehyt nos muestra una imagen magníficamente idealizada de la difunta, adornada con su peluca. Un collar se extiende sobre su pecho, y bajo éste, un pectoral flanqueado por los ojos cuya función era la de proteger. La diosa-cielo Nut extiende sus alas protegiendo el cuerpo, mientras que el texto jeroglífico la invoca.
Unas bandas verticales y horizontales dividen la tapa en secciones compartimentadas que están ocupadas por las figuras de los Hijos de Horus y las diosas Isis y Neftys. En los laterales del sarcófago aparecen representadas otras divinidades.
Barca de granodiorita con una
estatua de Mutemwia como diosa Mut.
Un acertijo escultórico
Karnak. Dinastía XVIII, ca. 1400 a .C. Longitud: 225 cm. Anchura: 10,5 cm.
Mutemwia fue la esposa principal de Tutmosis IV (1400- 1390 a.C.) y la madre de Amenhotep III (1390- 1352 a.C.). Ella ayudó al establecimiento de un templo dedicado a la diosa Mut en el ala sureste del Templo de Amón en Karnak. Se cree que esta escultura procede de allí. Fue descubierta en el suelo del santuario principal de Karnak. La escultura es votiva y dedicada con la esperanza de que se realice un determinado deseo.
La pieza hace un gran juego de palabras con la asociación del nombre de la diosa y el de su oferente. La figura de la barca probablemente represente a Mutemwia como diosa Mut. Hay también un ingenioso acertijo con los nombres en el diseño de la estatua. Mutemwia significa “Mut está en su barca”, y esto es exactamente lo que muestra la escultura. En la proa de la barca vemos un sistro (especie de sonajero) con la cabeza de Hathor, un símbolo sagrado normalmente asociado con las mujeres.
Espectacular labor la de los museos que salvaguardan la historia para transportarnos en el tiempo y a civilizaciones que representan paradigmas de todo el conocimiento precedente.
Placer y satisfacción ofrecen estos nuevos espacios dedicados en Londres al mundo fascinante del antiguo Egipto, a sus leyendas y tradiciones, esas que ofrecen admiración y también asombro, por disponer en época tan remota de avances tan importantes…Al concluir esta nueva incursión, la cultura egipcia me dice que tengo tanto que recorrer que una vida no basta para alcanzar todos sus enigmas.
La gran civilización egipcia es ejemplo imperecedero y aunque su historia se encuentra dispersa por los confines del mundo, hay centros como el Museo Británico, centro que recién celebró su 250 cumpleaños, que no solo dedica su edificación a los tesoros de la cultura del Nilo, sino que guarda con celo piezas de extraordinario valor histórico y cultural de la humanidad.
Tratar de hacer una pequeña historia de Londres y uno de sus principales museos no fue tarea fácil por la cantidad de piezas a admirar y por el rico acerbo que conserva esta ciudad europea. Es por ello que después de haber terminado el viaje, debo reconocer que me dejé seducir por su urbe y por la mezcla existente en esa majestuosa edificación que combina en su sala egiptológica la sobriedad inglesa con el colorido egipcio. Por eso se me hace difícil la despedida. Me separo ya de grandes amigos, sí, en eso se convirtieron a lo largo de la incursión, pero me queda la certeza de que volveremos a encontrarnos, algo nuevo nos ofrecerá en el futuro…por eso solo le digo: ¡Hasta pronto!
Pie de foto: Permanente es la afluencia al Museo de Londres.
0 comentarios