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Isla al Sur

LAS POZAS, RECUERDO DE INFANCIA

LAS POZAS, RECUERDO DE INFANCIA

LILIEN TRUJILLO VITÓN,
estudiante de cuarto año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

El profe dijo: “Una crónica de tu pueblo”, y el hipervínculo se ejecutó rápidamente en mi cerebro. Hablar de aquel Macondo es acudir a mi infancia. Y digo yo: por suerte, desde mis días actuales, pero entonces esta cuasi ciudadana agarraba la felicidad por los bigotes en medio de un cafetal jugando a las casitas. Ese es el sabor que dejan los puebluchos olvidados donde pasan los años y la gente y los cafetales y los recuerdos, siguen siendo los mismos. Para algunos, nostálgica alusión; para otros, irremediable aburrimiento.

Creo que es precisamente la nostalgia el nudillo que se me ha engolado en la garganta al escribir sobre Las Pozas. ¡Qué suerte la mía, tengo la nostalgia! A veces es más productiva al ser humano la añoranza del pasado que el repudio insoslayable al pasado que llega hasta el presente por pujanza del destino. 

Añoro, sí, las carreras en bicicleta como entretenimiento colectivo. Si acaso nos faltó hacer un torneo oficial para definir los mejores ciclistas. Aclaro que dentro de ellos no estaba yo, por supuesto. Con las 100 libras que pesaba casi rodaba más yo que las gomas de aquella 26 china. No por gusto tengo en mis rodillas unos cuantos tutús de aquella época.

Sin embargo, a veces miro a los chiquillos del barrio, famélicos todos, con la excepcionalidad de los obesos -siempre hay en los pueblos de campo algún punto relleno cuando miras al conjunto de infantes que juegan en cualquier terraplén-. Los miro una y otra vez tratando de explicarme el fenómeno. ¿Cómo pueden ser felices con tan poco? Mejor dicho: con nada. Pero el subconsciente me detiene antes de llegar a juzgar lo que, después de 15 años, inexplicablemente sigue igual.

También yo fui feliz jugando al escondido en el horario de las aventuras, y no por no tener televisor -aunque era el caso- sino porque el fluido para verlo era un fugitivo entonces. También jugué a las bolas con los varones del barrio, pero no con las “chinatas” de cristal, sino con bolillas de matas.

Bien recuerdo los refrescos que hacíamos con los pétalos de marpacífico, aquel color morado que resultaba de exprimir la flor, nos remitía al refresquito Toki que todos conocemos. Pero ya ven, de infantes curiosos y carentes de modernos juegos, casi pasamos a ser descubridores de una línea de jugos naturales. Cosas de niños que todavía pasan como chispazos por mi mente.

Y me perdonarán los que esperaban que hablara solamente de las viejas “indagadoras” y “desocupadas” de mi barrio, personajes importantes, sin duda; o de la familia de la última casa que de 9 a 9, como rito divino, plantaban su mesa de dominó para pasar el día. Por razones de edad nunca me pregunté cómo lograban subsistir económicamente. ¡Mira que es grande esta Revolución!

Pero, ¿saben qué?, los recuerdos de mi infancia son también una  remembranza, aunque personalizada, de Las Pozas. Y decir mis recuerdos es hacerme protagonista de muchas voces que lamentablemente se quedaron en la otra opción, no tan opcional: la del irremediable aburrimiento.

Y como los recuerdos son de una materia abstracta que solo se puede horadar a golpes de nostalgia, agradezco a la nostalgia que me llevó por tan sublimes recuerdos. Y agradezco también al profesor que en aras de exprimir el sentimiento a pulso de nostalgia, me llevó a este viejo pueblo, pueblo mío, que adoro desde la distancia.

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