LA NIÑA DE LA GUERRA NO TERMINA SU LUCHA
Alba Prol Rodríguez, Profesora de Mérito de la Universidad de La Habana, cuenta la historia de su vida, dedicada a la formación de profesionales en la carrera de Lengua Francesa.
ARIEL AYMÉ GÓMEZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
A sus 85 años, la profesora Alba Prol Rodríguez tiene en cuenta el tiempo transcurrido y anda feliz. Se siente tan joven como en aquellos días en que participó en la Guerra Civil Española o cuando inició su íntimo vínculo con la Universidad de La Habana. Sin pensar todavía en la jubilación, va con regularidad a la Facultad de Lenguas Extranjeras donde imparte clases en la carrera de idioma francés.
Me recibe en su hogar, un poco nerviosa. Comenzamos la conversación en una sala grande, custodiados por la riqueza de un estante de libros que se estira al fondo. Es de carácter fuerte, pero amable, y asequible para dialogar. Rápidamente se define como cubana. El nacimiento en Irún, España, el 28 de septiembre de 1922, no hace variar esa determinación.
Su niñez y juventud se desarrolló en un ambiente revolucionario. Los padres, activos anarco-sindicalistas españoles, la integraron a su medio obrero militante. Después de la Primera Guerra Mundial, emigraron a Francia en busca de trabajo. Allí recibió una buena educación, dentro de un círculo familiar humilde y politizado, hasta que en 1936 volvieron a territorio español.
“Tenía catorce años cuando me integré como voluntaria a la contienda en España, por eso me dieron ahora el reconocimiento de Niña de la Guerra. Mira mis manos, me falta uno de los huesos. Una bala entró por un lado y me la dañó.
“Cuando Franco ganó en 1939, emigramos a Francia. Allí permanecimos 11 meses en el campo de concentración de Argeles sur Mer. Me cogieron los gendarmes del campo y me quitaron todo lo que tenía: la maleta, la ropa y, por supuesto, una pistola que me habían regalado.
“Nos trasladaron a una playa donde había arena nada más, ni una barraquita. Todo el mundo hizo sus necesidades. Como yo sabía francés, me dirigí en una ocasión a un gendarme para quejarme de la situación por la que atravesábamos y nos dieron tablas para hacer barracas.
“A mi novio lo nombraron jefe de campo de los prisioneros. Había muchas familias allí, hasta niños con fiebre. Como dominaba el idioma galo los custodios no entendían por qué estaba en ese lugar y tenían un poco de consideración conmigo. Aprovechaba eso, salía y compraba medicinas. Tenía que caminar dos kilómetros hasta una farmacia”.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939, la familia de Alba Prol fue ubicada al sur de Francia, donde nacieron sus dos hijos en 1941 y 1943, respectivamente. Toda esa etapa de su vida fue una gran escuela de formación revolucionaria por las actividades que realizó.
“Estaba en un grupo clandestino. Los alemanes habían ocupado toda la parte del norte de Francia, el sur era la zona libre. Yo me inscribí en el grupo junto a mi papá, mi hermano y todo el que era español y había logrado zafarse de los guardias de la frontera. Allí los grupos de la resistencia perseguían a los alemanes. Yo no lo hice porque era muy niña. Fui la secretaria del grupo. Vivimos ahí hasta que se terminó la guerra”, rememora.
LLEGADA A CUBA
“En 1950 decidimos trasladarnos a Cuba. Mi esposo había estado aquí en la época de Machado y un hermano de él insistió para que viniéramos. Cuando llegamos al país, tuvimos que hacernos ciudadanos cubanos. Comencé a estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana hasta graduarme en 1957.
“Por esa fecha, gracias a mi dominio del francés, me habían dado trabajo en un Banco Franco-Cubano. Fue una suerte, pues tenía que darle de comer a mis dos hijos. Cooperé con el Movimiento 26 de Julio y paralelamente empecé a dar clases en la Alianza Francesa, institución de la cual soy fundadora. Allí trabajé con otros profesores extranjeros; incluso, daba cursos de verano junto a la mujer del pintor cubano Carlos Henríquez.
“También tengo un título de profesora de inglés, obtenido por recibir clases en algunos lugares donde se impartía este idioma antes del triunfo de la Revolución. Durante esos años mi esposo empezó a vender zapatos. Entre los dos pagábamos la escuela de nuestros hijos”.
MAESTRA REVOLUCIONARIA
Cuando triunfó la Revolución, a pesar de tener una vida muy buena, pidió la baja del banco para dedicarse a las tareas docentes de la nueva etapa.
“La primera clase que di fue de noche a funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX) y a embajadores. Me fui de la Alianza y comencé a dar clases de idioma en los preuniversitarios especiales Arbelio Ramírez y Cepero Bonilla.
“Enseñé a muchos dirigentes de la Revolución y participé en la Reforma Universitaria como profesora de la Universidad de La Habana. He trabajado con muchísimas personas, como los Premios Nacionales de Literatura Nancy Morejón y Graciela Pogolotti. Roberto Fernández Retamar también formaba entonces parte del colectivo de la Facultad.
“Uno no puede darse ‘coba’, pero estaba allí porque se sabía fonética francesa. A mí me llamaron una vez de la embajada para darme las Palmas Académicas, reconocimiento que entrega el Ministerio de Educación Nacional de Francia a las personas que contribuyen a difundir la cultura francesa en el mundo. Ahora otros lo tienen, pero mi título es el único oficial, que es el de máximo grado”.
Con 55 años de trayectoria laboral, esta educadora ha dedicado 44 a la Educación Superior. Desde 1977 ostenta la categoría docente de Profesora Titular, y en 1986 recibió el grado de Doctora en Ciencias Filológicas, el primero de la Lengua Francesa en Cuba.
Es acreedora de numerosas distinciones y reconocimientos, entre ellos, la Orden Frank País y la Medalla Por la Educación Cubana, que otorga el Consejo de Estado.
DIEZ AÑOS SIN VACACIONES
“Tengo 85 años y no he parado de trabajar. Tuve siempre clases todos los días antes de pasar a impartir la maestría los viernes solamente. Pero el resto de la semana voy para que me pregunten, porque soy también Profesora Consultante. No tengo descanso. Recuerdo que al principio de la Revolución estuvimos diez años sin coger vacaciones”.
Recientemente la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) condecoró a Alba con la Medalla 280 Aniversario de la Universidad de La Habana. Después de tantos años de reconocimientos y una vida dedicada a la formación universitaria, habla de los nuevos tiempos en esta enseñanza.
“La Facultad mejora todo el tiempo, cada vez hay más alumnos. En estos años se han duplicado las aulas, ahora son muy grandes. Cuarenta o más tiene cada una, incluso, existen grupos que llegan a cincuenta. Esto es para todas las carreras: Inglés, Francés, Chino, la que sea.
“El acceso a la Universidad ha aumentado mucho. Mira el Curso de Francés por la Televisión, que llega a todas partes y es muy bueno. Ahí van los alumnos nuestros a empezar a aprender, porque el francés es dificilísimo. Sin embargo, nuestros estudiantes son muy valiosos. Cuando viene cualquier francés y habla con ellos se queda impresionado, maravillado. Preguntan que cómo es posible, si esos niños no han salido de Cuba. Muchos no lo pueden creer.
“Ellos, además de Fonética, reciben Gramática, Literatura e Historia francesas. Por demás, hay academias de idiomas en otros lugares donde aprenden el francés, pero no se pueden comparar con nuestros estudiantes. Estos salen especialistas, su formación es integral”.
LA EXIGENCIA COMO MÉTODO
“Lo dicen los que me conocen. Soy exigente, pero eso no es ser malo. Mis alumnos tienen que pronunciar bien el francés, es una obligación. Si no me traen la tarea hecha los reprendo de alguna forma. Conmigo tienen que cumplir. Pero esa exigencia les permite sacar el año. Tienen que trabajar como locos.
“Este es el primer curso que no doy pregrado. Pusieron una muchachita que es muy buena para sustituirme. Estoy encantada con ella. Fue alumna mía en segundo año, se llama Yarelis. La busqué en la libreta que yo tengo de todos los alumnos a quienes les he dado clases y vi que había terminado con evaluación de cinco.
“Sé que ella me quiere y agradece la enseñanza que le di. No lo digo por gusto, porque doy la nota que se merece cada quien. Si tiene un dos, es dos; si tiene cinco, también. No suspendo a nadie si no lo merece”.
UNA OBRA EJEMPLAR
Alba ha ocupado diversas responsabilidades académicas y administrativas y tiene publicados numerosos materiales, entre ellos, el Curso de Fonética Francesa, libro oficial de la carrera. A tal quehacer educativo une la formación de sus hijos. El mayor es teniente coronel de las Fuerzas Armadas Revolucionarias con estudios en la antigua Unión Soviética. La menor siguió sus pasos y hoy es Doctora en Ciencias y Profesora Titular de su misma carrera.
“Mi hija y yo trabajamos juntas, existe una cooperación muy grande entre nosotras. Ayudé a otros profesionales a doctorarse en Filología, dentro de ellos, está Albi, como cariñosamente le digo. Es curioso que ambas obtuviéramos ese grado científico el mismo año, ella en diciembre y yo en julio de 1986.
“Le he dado clases a muchas, muchas personas en esta Universidad. Hay alumnos míos que se hicieron profesores y se han jubilado, pero yo estoy aquí todavía. Dejaré de dar clases cuando la muerte me llame, porque estoy bien de salud. Soy militante del Partido Comunista de Cuba. Nunca dejaré la carrera. Me siento feliz con lo que hago”.
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