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Isla al Sur

SENCILLEZ Y DEDICACIÓN: PROFESIÓN MÉDICO

SENCILLEZ Y DEDICACIÓN: PROFESIÓN MÉDICO

El doctor Rinaldo Puga Gómez, especialista de segundo grado en Pediatría, es, ante todo, un hombre que respeta profundamente a los seres humanos.

Texto y foto:
GABRIELA MENÉNDEZ FORMELL,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Domingo. Llueve intensamente desde el amanecer. En la tarde, llego a la recepción de la Clínica Internacional Cira García. Viene hacia mí un hombre alto, de tez blanca, nariz aguileña y mirada tierna, de unos 45 años aproximadamente. Viste sencillo, con una bata blanca, y transmite confianza. En un ambiente casi familiar, compartí con él horas de su preciado tiempo y me abrió las puertas de su vida, tal como lo hace en la consulta con los pacientes.

El doctor Rinaldo Puga Gómez es especialista de segundo grado en Pediatría, Máster en Inmunología y Atención Integral al Niño y Profesor Auxiliar de Pediatría de la Universidad Médica de La Habana. Cumplió misión internacionalista durante cuatro meses en Nicaragua en el año 1992, y en Sudáfrica, desde enero de 2001 hasta febrero de 2003. Actualmente, labora en el Hospital Pediátrico de Centro Habana y en la Clínica Internacional Cira García.

Al interesarme por cómo escogió la carrera de Medicina, sonríe y cuenta que en su familia materna predomina esa profesión. “Recuerdo que en las camisas me bordaban Dr. Puga y yo siempre decía que iba a ser médico, aunque me gustaba mucho la Historia y la Geografía. Sin embargo, a la Pediatría llegué de forma fortuita: inicialmente pedí ayudantía en Cirugía, pero las plazas se completaron y obtuve la posibilidad de hacer un año en Pediatría para luego cambiar”.

Y ahí se enamoró de la especialidad: “Pediatría es una profesión muy linda y no me arrepiento de haberla estudiado. En otras, quizá ayudara a un viejito o una mujer mas, aún cuando hago el mayor esfuerzo, cuesta mucho trabajo que se cure. Pero un niñito puede llegar muy mal una noche, y a la mañana siguiente ya se está riendo. Esa es la mayor recompensa; no hay nada material que supla la sonrisa de un chico, verlo crecer y convertirse en una persona de bien, o el agradecimiento en los ojos de sus padres y familiares. Para mí tiene un valor inmenso el momento en que un niño me dice «Puga» y no «doctor»”.

Su carrera es extensa y requiere de mucho sacrificio, consagración y estudio para alcanzar el propósito final: salvar vidas humanas. Los primeros seis años son dedicados al estudio de la Medicina General, y luego tres o cuatro años más a la residencia (período en que los médicos graduados rotan por hospitales antes de especializarse en una rama de la ciencia). En 1988 el doctor Puga terminó la especialidad y fue un año destinado en Puerto Padre, Las Tunas: “Muchas de las personas que allí formé, hoy ocupan responsabilidades administrativas, docentes o pertenecen a la dirección médica de provincias, o sea, son semillitas que van germinando y demuestran que siempre se puede ser útil a los demás”.

Además de Pediatría, el doctor Puga se vinculó con la Inmunología, también de manera casual. Hizo una maestría en el Instituto de Inmunología, y en 1994 fue a España a trabajar: “Esta especialidad atiende a los pacientes que se enferman de muchas cosas distintas, y los otros médicos aparentemente no pueden resolverlo. Casi convierte a la persona en Dios… o en brujo, pero resulta muy gratificante poder ayudar a los niños y a sus padres”.

En el año 2000 ocupó la dirección del Pediátrico de Centro Habana, sin embargo, manifiesta su descontento al ejercer responsabilidades administrativas: “He cumplido los cargos por disciplina. Cuando fui director del Pediátrico sustituí al doctor Alberto Ibarra, que es mi amigo y había enfermado, y lo que empezó por una semana, se convirtió en seis o siete meses. Trabajé como director, lo cual me alejaba de lo que realmente me gusta, el contacto directo con los pacientes”.

-¿Alguna sensación de miedo

vinculado a la medicina?

Recuerdo dos veces. Una, cuando mi hermano, de pequeño, se hizo una herida en la cabeza y lo acompañé al hospital. Mientras el cirujano lo suturaba, me mareé y tuve que salir.

La otra, cuando estaba en tercer o cuarto año de la carrera, a un compañero que hacía las guardias de cirugía conmigo lo tuvimos que intervenir a causa de un neumotórax –acumulación de aire en el tejido o cavidad pleural que recubre el pulmón- y como yo lo conocía, sentí como si me lo estuvieran haciendo a mí. También me mareé pero, por suerte, nadie se dio cuenta; de lo contrario, no me habrían dejado entrar nunca más a un salón de operaciones.

Uno pierde el miedo a la sangre, a inyectar, a realizar una punción a un niño o coger una vena del cuello o de la ingle. Son cosas muy difíciles, mas las asimilas porque, a fin de cuentas, alguien tiene que hacerlas.

El carácter paternal, unido a su excelente preparación como especialista y el cariño a la hora de dar un diagnóstico, lo distinguen y confiesa que, sin darse cuenta, esto lo llevó a ganar prestigio y respeto no sólo entre sus colegas, sino también entre sus pacientes y amistades: “Es una carga, una responsabilidad muy grande que muchas veces no sé qué hacer con ella. Y, en el plano personal, no la quisiera”. Frases como esta resaltan su modestia, pese a ser un especialista de alta calificación reconocido tanto nacional como internacionalmente.

Confiere gran importancia a la forma en que un profesional de la Salud trata a sus pacientes: “Hay médicos muy buenos en verdad, pero son groseros, dicen las cosas en mala forma y entonces el mensaje se rechaza. Muchas veces la persona prefiere consultar a otro que, aunque no sepa tanto como aquel, no sea antipático o piense que es Dios por ser médico”.

Para él, la empatía paciente-especialista desempeña un papel primordial en la determinación del diagnóstico y el cumplimiento de un tratamiento.

Alude también a la capacidad de escuchar, que no puede faltar en un profesional de la Medicina, más aún cuando es pediatra, porque “el niño no dice lo que tiene, pero se debe prestar mucha atención a su relato para poder llegar a un mejor diagnóstico. En medicina dos más dos no siempre es cuatro”.

-¿Cómo enfrenta usted los

momentos de enfermedad

de su familia y amigos?

El médico debe estar preparado para eso, lo cual no significa que cuando se trata de mi familia resulte fácil. Me gusta atender a mis hijos y curarlos. Pero siempre tengo un amigo con el que converso e intercambio mis criterios aunque yo los haya visto ya.

Asimismo, considero importante que si en un momento determinado tengo que consultar con una enfermera o técnico algo que no sé, lo hago, porque no me puedo quedar con la duda y hacerle daño a alguien sólo por vanagloriarme en falso.

Cuando pregunté cómo hacía para sobreponerse a los malos momentos en los que ha luchado en vano contra la muerte, me respondió con pesadumbre: “Ver morir a un niño es indescriptible. El corazón se me achica y parece que se derrumba todo al pensar que la felicidad se acabó para esa familia. Es algo que nunca olvido, y por mucho que pienso que estoy preparado para eso, si la muerte de una persona es una cosa triste, la de un niño es peor”.

Acerca de sus experiencias en otros países y retomando situaciones delicadas en su vida laboral, el doctor Puga con gesto de profunda tristeza, comentó: “Cuando estuve cumpliendo misión en la provincia North West, de Sudáfrica, sufrí mucho. Sólo en la primera semana murieron diez chicos menores de un año, la cantidad que mueren en el Pediátrico de Centro Habana en un año entero. Eso me frustró mucho desde el punto de vista médico, porque en Cuba todos los recursos del país, aún cuando sean pocos, se ponen en función de los niños.

“Siempre describo ese lugar como el contraste del primer mundo con el sexto, porque hay mucha riqueza y pobreza. A los tres o cuatro meses de llegar, me nombraron responsable de la provincia entera. Era el único pediatra del área, tanto en el sector público como privado y, además, como parte de las tareas asignadas tenía que entrevistarme con 60 médicos cubanos y 40 familiares, o sea, 100 personas en total. Todos los días me levantaba a las cinco y media o seis de la mañana, pasaba visita en mi sala y me iba en un carro a recorrer todos los lugares, muy distantes por cierto, a 60, 80, 160 ó 200 kilómetros”.

“Realmente es una cultura muy distinta, y me di cuenta de que allí éramos como sacerdotes que brindan posibilidades de ayuda a personas que nunca habían tenido un médico delante”.

-La formación de los médicos cubanos

es reconocida mundialmente.

Sin embargo, ¿encuentra diferencias

entre lo que es hoy y cómo

fue hace unos años atrás?

En todas las épocas hay estudiantes buenos y malos; hoy no se pasa tanto trabajo para ingresar a la educación superior y el Estado promueve las opciones de estudio hasta donde den las capacidades. Actualmente, los médicos cubanos gozan de un prestigio y reconocimiento a nivel mundial precisamente por la preparación integral que poseen. Entonces, ser formado en Cuba, es para mí un orgullo.

Cuba es hoy una de las grandes potencias médicas del mundo; nuestros avances y conocimientos están a la altura de los países más desarrollados. Cientos de médicos cubanos cumplen misiones internacionalistas en Latinoamérica, África y otras zonas pobres del planeta. Todos salvan, de alguna manera, una vida humana. Cualquiera podría llamarse doctor Rinaldo Puga.

Ficha técnica:

Objetivo central: Reflejar una persona que entrega día a día lo mejor de sí en función de los demás.

Objetivos colaterales: Mostrar la personalidad y valores humanos del entrevistado. Conocer sobre su vida y su labor internacionalista en otros países. Ahondar en la especialidad de Pediatría.

Tipo de entrevista:
Por los participantes: Individual.
Por su forma: Mixta.
Por su contenido: De retrato o biográfica.
Por el canal que se obtuvo: Conversación cara a cara.

Tipo de título: Genérico.
Tipo de entrada: De ambiente.
Tipo de cuerpo: Mixto.
Tipo de preguntas: 1-Directa. 2-Directa. 3-Directa.
Tipo de conclusión: De comentario del entrevistador.

Fuentes consultadas: No documentales.

 

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