BAILAR UNA POLKA EN MARTE
MARITA PÉREZ DÍAZ,
estudiante de cuarto año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
El cansancio nunca venció a Víktor. A dos meses de aquel fatídico noviembre de 2011 todavía estaba frente al computador. Sus manos sudaban el invierno ruso, atendían llamadas sin fin, y se volvían un nudo ante el vacío de respuestas. La cápsula hermética llena de moscas y bacterias se calcinaba en el interior de la sonda espacial. La cámara delantera no alcanzó a divisar el mayor satélite natural de Marte, Fobos, y el brazo mecánico ya desprendido caía junto con otros restos de la nave en las costas del océano Pacífico, cerca de Chile. La misión espacial Fobos- Grunt había fracasado.
En enero el frío es cortante y el cielo se cubre entero de nubes. Era el día 15 cuando Víktor Jartev, director de la Unión Científico-Productiva Lavochkín monitoreaba la caída de los desintegrados pedazos de la sonda a la Tierra. Era la misma época del pasmurno, un “tiempo triste y gris”. Pero no, no es hora de mezclar las lágrimas con vodka. Podría haber sido un fallo del software, dicen algunos expertos. Error humano quizás,… sí, de alguno de los más de treinta que manejaban la sonda desde el cosmódromo de Baikonur, en Kazajstán. Aunque claro, también están los americanos, con sus potentes radares y la interferencia de partículas radioactivas. Esta podría ser la verdadera guerra de las galaxias.
En los comienzos de la carrera espacial, Viktor apenas era un niño. La Unión Soviética empezó con ventaja a finales de los 50: el Sputnik 1, la perrita Laika, Yuri Gagarin. Luego perdió la batalla con Estados Unidos por alcanzar primero la Luna. Cuando Viktor vio a Neil Armstrong dar el primer paso lunar ya tenía decidido dedicar su vida a la cosmonáutica. Pero ocurrió la desintegración de la URSS, las fricciones políticas, la desorganización, el olvido.
Ahora no compiten solo con los estadounidenses. Ahí está el gigante asiático que pretende conquistar también el Universo. Incluso, uno de los seis astronautas entrenados por Rusia para ir a Marte es chino. Una semana antes del desastre, los 500 días de entrenamiento en un simulacro de planeta terminaban, a pesar de que las expediciones tripuladas demoren más de 20 años en concretarse. Por eso enviaban la Fobos-Grunt, una misión automática con fines exploratorios y científicos.
Entonces llegó el 9 de noviembre. Víktor apretó el botón. 3…2…1. ¡Bien! Todo salió bien. Fuera de la atmósfera no se encendieron los segundos motores. Tenemos tres días para recuperar la nave. Agonía. Dos meses de incertidumbre. Caerá a la Tierra. ¿Dónde? Los organismos vivos, las moscas Droshopila y las bacterias no representan peligro alguno. Todo quedará rostizado. Océano Pacífico, enero 15.
Para Viktor esta era la oportunidad de Rusia de recomenzar, enterrar los fracasos y poner su rumbo a las estrellas: “Es una tragedia para nosotros, pues intentamos dar un salto de 30 años hacia adelante. Fracasamos, y ahora se rompe la lógica de producción de otros proyectos futuros”, dijo de manera oficial delante de una docena de periodistas, mientras un foco de luz le aturdía la mirada. No le molestaron las preguntas indiscretas, acusadoras, ni siquiera sus respuestas justificativas, que sí, es la primera puesta en marcha de esa tecnología, no, no tenía realización práctica, pero recogimos innovaciones de vuelos, claro había un porciento muy grande de riesgo,… pues lo lamentamos, se cumplieron los peores pronósticos”.
La prensa desnudó la polémica interna. Su colega de la Agencia Espacial Rusa Roskosmos, Vladímir Popovkin, dijo: “Se efectuará un simulacro de vuelo para comprobar las causas del fallo, con un grupo de científicos”. Días después, Viktor declaró a la agencia Interfax: “Hubiera sido positivo crear la comisión de expertos para comprobar con el mismo rigor al Fobos- Grunt, pero antes de iniciar el vuelo”.
-¡Fueron más de 150 millones de dólares tirados a la nada!-, le dijo Vladimir.
-Está bien, pero si repartimos este gasto entre toda la población, cada ruso debería pagar solamente tres rublos o 10 centavos dólar al año durante una década. No es mucho, casi nada -respondió Víktor y agregó más calmado- Sabes la importancia de la expedición para conocer más de Marte, preparar los futuros viajes tripulados, o comprender cómo se formaron los planetas del sistema solar...
-¡Claro que lo sé! – interrumpió Vladimir-. Solo teníamos que traer 200 gramos de tierra de Fobos, dejar el satélite chino Yinghou-1 en órbita y todo eso en menos de dos años. Pero ahora tenemos muchos ojos encima, mira, deberías leer más la prensa-, dijo mientras le dejaba caer en las manos un ejemplar del diario Rossiyskay Gazeta.
Las mejillas siempre rosadas de Víktor parecían ahora dos manzanas maduras y sus ojos verdes se inyectaron de sangre poco a poco. No lo podía creer. Su héroe, el pionero espacial Vladimir Bugrov había criticado a Roskosmos: "Si algunos ingenieros antes del lanzamiento tenían claro que la misión sólo tenía un 50 por ciento de posibilidades de éxito, ¿por qué pusieron entonces su firma?". Y siguió el ex cosmonauta, de 78 años, “es la serie de errores más graves en el programa espacial ruso en más de cinco décadas, desde que en 1962 fracasaron cinco lanzamientos de naves espaciales. Creo que necesitamos una perspectiva clara para afrontar una misión rumbo a Marte”.
Perspectiva, claro. No, no es tan fácil como bailar una polka. Esto podría costarle el puesto a Vladimir… o a mí.
Unas semanas después, el nuevo director de Roskosmos, Anatoly Perminov, calificó de “absurdas” las misiones ya emprendidas a Marte. Víktor supo también que su agencia y la NASA debatirían el desarrollo de naves espaciales propulsadas por energía nuclear en Moscú, y tendrían en cuenta una segunda versión de la Fobos-Grunt. Estaba más tranquilo. ¿Lo estaba? El mismo país que una vez vistió el color del comunismo, se lanza de nuevo a la conquista del Planeta Rojo.
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