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Isla al Sur

LAS VENAS ABIERTAS DE LA TELEVISIÓN CUBANA

LAS VENAS ABIERTAS DE LA TELEVISIÓN CUBANA

CLAUDIA GONZÁLEZ CORRALES,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Con un control remoto usted puede “controlarlo” todo, o casi todo, en un televisor. Ajustar el volumen, el zoom, los colores, el contraste, la nitidez; poner el reloj, la alarma, un mensaje; dejarlo en mute: son algunas de las acciones que facilita la tan poderosa herramienta. Mas, la principal función, o al menos para la que más se utiliza, es para cambiar de canal: ahí es donde aparecen los problemas (o la ¿solución?).

¿Alguna vez se ha sentado frente al televisor y en un arrebato de frenesí ha comenzado a pasar de “programa en programa” consecutivamente? Apuesto que sí, pues el mando –como dije con anterioridad- regula la parte física del equipo, pero no el material de consumo que el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) pone a disposición del receptor.

La televisión cubana no es un invento de última generación y mucho menos algo “improvisado”. Cuando surge, en 1950, junto a la de México y Brasil, integra la tríada fundadora de este medio de comunicación en Latinoamérica.

Con la creación del ICRT, en 1975, vino aparejado el esclarecimiento de la misión del sistema televisivo: ofrecer una programación portadora de virtudes políticas, ideológicas, sociales, educativas, éticas y estéticas, al servicio de los intereses de la nación y sus ciudadanos, teniendo en cuenta las necesidades y los deseos del público al que va dirigida.

Al parecer, esta premisa se ha ido deshilando, cual muselina iraquí, por algunas de sus puntadas más débiles: las que ubican a la televisión como un medio de entretenimiento.

Ahora este espacio, que antaño fue concebido para el esparcimiento y la recreación, interpreta un papel en el que divulga elementos dogmáticos y educativos, y, en muchas ocasiones, ajenos a cuestiones atractivas.

Ya no resulta divertido ese momento del día destinado a sentarse en un sillón y disfrutar un buen programa de televisión. El instante “divino” se presenta como una lección de vida bombardeada por la cotidianidad. ¡Amén por el DVD y las tan criticadas copias “piratas”!

Constantemente, en el momento de decir que nuestra televisión no es tan terrible como la pintan, nos escudamos en la generada por las grandes productoras de otros países –dígase Brasil, EE.UU-. Ellos presentan propuestas dramatizadas que tildamos de estereotipadas, inverosímiles, ajenas a la realidad. Sin embargo, el ritmo de las peripecias que muestran es dinámico, los personajes resultan atractivos y atrapan al telespectador,  la puesta en pantalla es exitosa y –como asegura el periodista Yuris Nórido- de que entretiene, entretiene.

Cabe cuestionar: ¿qué está fallando en nuestro producto comunicativo? ¿Por qué no es del agrado del público? ¿Tiene el televidente expectativas estratosféricas? ¿Es injusto el receptor a la hora de juzgar?

Es cierto que la economía cubana no armoniza con la norteamericana en el tipo de concepción y tampoco cuenta con los mismos recursos, pero si a eso le sumamos que las propuestas que son llevadas a la televisión carecen, en su mayoría, de un buen trabajo de mesa, guiones sólidos, diversidad temática, un elenco de actores que sepa “enamorar” al televidente y una correcta dirección, el resultado será un completo desastre.

A nuestra televisión le falta -y no es un secreto para nadie- la integralidad de los canales; definir el perfil de cada espacio; un balance de la programación; ser capaz de entender el diálogo entre el medio, la sociedad y lo artístico; establecer una alianza entre las funciones de cultivar-entretener-educar; buscar la manera de hacer emisiones creativas con los recursos de que disponemos; saber usar el talento de nuestros artistas; escuchar al público y responder a sus aspiraciones.

De acuerdo con Danilo Sirio, presidente del ICRT, la televisión cubana tiene ante sí el reto de ser más crítica, analista, variada y comprometida con lo social. Sin embargo, el principal llamado que a gritos hace el pueblo, es el de CAMBIAR, en el sentido de las concepciones y prácticas. Debe tomar en cuenta las necesidades y demandas de los receptores, asumiéndolas con toda su complejidad. Debe modernizarse, apostar por la calidad, ajustar la oferta a la demanda, tener una mirada más amplia de las circunstancias reales.

En la actualidad, el país apuesta por un método moderno de televisión que, según predicciones, estará instalado para el año 2021 cuando, luego de  transitar por tres etapas para la introducción de ese sistema, se aplicará el “alumbrón digital” que vendrá acompañado de ricas y variadas propuestas televisivas y una mayor calidad en el servicio. ¿Habrá que esperar ocho años para poder sentarse frente al televisor y estar más de una hora sin necesidad de presionar el dichoso botón?

 

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