¿TIENES ALGUIEN QUE TE QUIERA?
DARIANNA REINOSO RODRÍGUEZ,
estudiante de segundo año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
“¿Tienes lapi-lapicero?”… “¿ Tienes tinta en el tintero?” , repetía Carlitos en las manos de su madre, sentada en el P-2. Y yo, contagiada con su ritmo, en mis pensamientos, interrogaba al ómnibus.
En el tintero no, pero en las paredes resaltan los “jeroglíficos” o “caligráficos mensajes” como “Yanisleidy la vainilla”, “El pitufo de la flan” o “Lázaro Oscar, el menor de San Miguel”. ¿Y qué más tienes? En las paredes, huellas de zapatos y agujeros de varias dimensiones: allí donde estaba el tornillo que sujetaba el tubo que ya no está, o donde hubo uno de los que aseguraba la bocina que todavía existe. Más allá, en aquel hueco, quedaba una de sus compañeras.
Hasta el propio Newton, que no conoció los P, podría imaginar qué pasa cuando una curva o un frenazo inesperado -fuerzas externas según el científico- rompen la inercia de los pasajeros de pie, quienes apenas encuentran de dónde sujetarse. Parte del piso ya no es tan resistente y tiene orificios en los que se fijaron los asientos que una vez existieron; de los que quedan, varios están quebrados.
El acordeón, dañado, no emite su mejor melodía: tiene atascados varios papeles y esconde una lata Tu-kola. Algunas lámparas se ausentan y el polvo cubre cualquier lugar. Mientras abordan los pasajeros por la primera puerta, una persona que no abandonó la ruta durante la parada que hizo unos metros antes, golpea la última e intenta forzarla para abrirla.
“¡Abre la última! ¡Chofe, la última!” Y se escucha la descarga de sus puños sobre la inofensiva pared. Se abre e invaden la puerta varias personas que intentan subir como pueden. Muchos ni siquiera abonaron los 40 centavos. No faltan los maltratos físicos y verbales de unos con otros. Calor. Hace mucho calor. Este es un escenario común, en mayor o menor medida, en las rutas de ómnibus de la capital.
Y si ejemplificamos situaciones negativas relacionadas con el comportamiento de los pasajeros durante el arribo al carro y del chofer que intercambia palabras de fuego con el público, que conduce sin cordura o cuyo cigarro envuelve de nicotina el ambiente frente al cartel que prohíbe fumar… no terminaríamos pronto, porque aunque muchos minimizan la realidad con la frase “el transporte está malo”, es un tema que tiene suficiente tela por donde cortar.
Cuando el transporte urbano –importante eslabón de los engranajes de la sociedad- no funciona bien, es evidente el descontento de la población. En la ciudad deben transportarse más de un millón de pasajeros, pero la situación del parque automotor no permite cubrir esa necesidad.
Relacionado con esto, la revista Bohemia del pasado 20 de abril describe las condiciones de los paraderos de la urbe, en los que 495 ómnibus que no ruedan hace algún tiempo. De los 900 que conforman el sistema de transportación de pasajeros, solo el 45 por ciento (405 ómnibus), con variaciones en la frecuencia de viajes, ofrecen el servicio. Situación que no deja de agudizarse porque de la impaciencia en una parada, en la odisea del abordaje, a flor de labios escapa “cada día está peor”.
Es real, los ómnibus ya tienen varios años de explotación transitando por calles con baches -o, mejor dicho, por baches con calles-. Llevan un excesivo número de pasajeros, lo que, aparejado al inadecuado respaldo de piezas, contribuye a la poca sostenibilidad del transporte.
Conocemos que el bloqueo obliga a realizar la mayor parte de las inversiones en Europa, lo cual encarece el flete, complica el trámite y dificulta la adquisición de piezas de repuesto. Pero no pretendo escribir un manual de explicaciones económicas.
También la indisciplina social, la sobreexplotación del parque automotor y la falta de cuidado de los vehículos por parte de los propios choferes y la población en general, con hechos vandálicos incluidos, tienen un papel preponderante en el progresivo deterioro que conspira contra la calidad del servicio. Y la responsabilidad atañe a cada ciudadano, que al final de la cadena resulta el más perjudicado.
¿Un asiento roto? Ahí se rasguñan confecciones textiles o la piel con un pellizco hasta que, finalmente hay que quitarlo; otra persona más se adiciona a las que van de pie o se acumulan en el pasillo.
La escasez de tornillos…Cada vez hay menos de ellos y más agujeros o espacios de tubos, lámparas, rejillas, bocinas vacíos. La pedrada que destrozó el cristal de una ventanilla o el parabrisas –y que pudo lastimar a alguien- es motivo para restar un carro -¡otro más!- de circulación por varios días y noches.
La cuenta no da y los ómnibus tampoco. Pero… ¿tienes alguien que te quiera? Usted, ellos, yo. Sí, nosotros, los que utilizamos el servicio. Procuremos un escenario digno de quienes somos los protagonistas. Solo demanda de nuestra parte un comportamiento civilizado.
El pedazo de tela kilométrica cuya textura es del tipo “problemas con el transporte”, si la ajustamos a la medida que a cada quien corresponde, la distancia se reduce y el servicio puede resultar más satisfactorio.
Actuemos pronto para no llegar tarde.
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