HEREJÍA POR ALFREDO GUEVARA
CLAUDIO PELÁEZ SORDO,
estudiante de tercer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Fue en mi primer año de la Universidad que descubrí al hombre que se llamaba Alfredo Guevara. Hasta el momento pensaba que lo de Guevara era exclusivo del Che y de aquella enamorada a quien le robé unos besos tres años después de confesarle mi amor. Su Ladrón de Guevara no se me ha olvidado, aunque a veces olvido su nombre que ahora recuerdo, pero me reservo para mantener su anonimato.
Aquel primer encuentro con Alfredo Guevara sucedió en octubre durante la Jornada por la Cultura Cubana que se realizaba en el Pabellón Cuba. Todo de pura casualidad. Recuerdo que entré en el salón de conferencias y allí estaba él hablando, provocando al público. Diciendo que los jóvenes en cualquier contexto son quienes van contra la corriente. Y es esa una de las frases escritas en la libreta de apuntes de aquel momento, pero que me recuerdo cuando intento ser parte de la corriente.
A partir de aquella casualidad me propuse escuchar a Alfredo Guevara cada vez que hablara públicamente. Nuestro lugar de encuentros fue principalmente el Pabellón Cuba. Yo acudía a cada cita como el alumno que no puede llegar tarde a clases porque sabe que por un minuto puede no entender todo lo que se dice.
Allí le escuché hablar de su amor profundo por aquel joven que admiró y por quien se echó una pistola encima para defenderlo. Aprendí que la única verdad es el camino de la búsqueda de la verdad y que ser hereje es ser revolucionario.
Mientras unos se han dedicado a moldear a la juventud cubana, Alfredo no hacía más que retarla, inquietarla con conceptos irreverentes que no se dan en la escuela, desafiarla con metas inimaginables. Él se mostró más joven que muchos jóvenes, su único impedimento era aquella carcasa envejecida por el tiempo en la que ese espíritu estaba envuelto. De lo contrario, andaría por toda Cuba disintiendo y provocándoles dolores de cabeza a las autoridades más de los que les causó desde su silla de ruedas.
Recuerdo aquella anécdota del artículo que no quisieron publicarle en uno de nuestros periódicos. Contaba él que después se lo dio a leer a Raúl Castro, quien lo encontró muy publicable en nuestra prensa. Mostraba así a los burócratas que existen hoy solo para cuidar el puesto, sin correr riesgos, sin defender nuevas ideas.
Escuchando a Alfredo Guevara aprendí a negarlo también. Después de vivir la etapa de deslumbramiento con sus palabras, me llegó el momento donde no coincidía con algunas de sus ideas. Hubiese sido bueno una polémica con él face to face. No por la ya sabida paliza filosófica y teórica que iba a recibir, sino por lo que iba a seguir aprendiendo.
Pero se ha ido. No me atreví nunca a entrevistarlo porque dicen que además de lo difícil que era conseguir una entrevista con él, había que estar muy bien preparado para asaltarlo a preguntas, de lo contrario, se invertían los roles y la pena podía ser histórica.
Lo escuché todo lo que pude. No estreché su mano, pero sí los libros que recogen sus artículos, entrevistas y polémicas. Más que la mala suerte de ver morir a un Guevara, tuve la suerte de escucharlo. Y con todo lo aprendido de él y que aún queda por aprehender es suficiente para crear a una Cuba cada vez más lúcida.
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