NADA IMPIDIÓ EL BUEN GESTO
ROGMARY GARCÍA SÁNCHEZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Al salir de la Facultad, me sorprendió la oscuridad de la noche. Amenazada por las dos horas que separan en guagua a Bohemia de Bejucal y, aprovechando el “gran” estipendio estudiantil que había cobrado, 50 pesos, decidí optar por un taxi para poder llegar lo más rápido posible a mi casa.
¡Qué gran diferencia con los tradicionales P! Enseguida que comencé a hacer señales al coche, un grupo de ellos disputó la posible clienta, encendieron y apagaron continuamente las luces, presionaron el claxon de manera constante y realizaron gestos con las manos que luego supe el significado: “¿Vas para Boyeros o la Víbora?”
Entre el agua del hueco de la calle donde se estacionó el carro, el hundimiento del asiento y el desgaste de la puerta que no cerró al principio, me irritó aquel: “¡Oye, mija, tírala duro, duro! ¿Tú no has comido?” ¡Qué pregunta en ese momento!
Después del alboroto, cuando creí poder estar más relajada porque solo en 45 minutos volvería a mi hogar, de pronto, “¡Ustedes son unas canchanfletas, aquí hay una pila de chivichanas, aquí hay una pila de patinetas!” Empezó la música. Era la voz de un tal “Yonqui”, ese que califican de “cantante” de reaggeton.
Dos señoras, sentadas a mi lado, conversaron sin percatarse del tormentoso ruido. El conductor no paró de repetir la inolvidable frase de una canción: “Lo paró con una mano, lo paró que yo la vi. Cho, cho, cho, chofe para el taxi”. Imaginé, sin caer en otras interpretaciones, que estaba recordando a alguna anterior pasajera.
Ante semáforos pasados con luz roja, líneas amarillas en el pavimento no respetadas y señalizaciones de “ceda el paso” violadas, me torné un poco cobarde.
Alguien que se bajaba, justo en el puente de la calle 100, pagó y una llamativa cantidad de dinero comenzó a ser minuciosamente examinada por el chofer en busca del vuelto. De manera increíble, me puso a sacar cuentas -que extrañaba desde la fuerte Matemática en la Vocacional.
Arribando a Santiago de las Vegas, el taxista me preguntó si seguía con él para Bejucal. Pensé antes de responder, porque el sonido era insoportable, no obstante, le dije que sí, pues temí caminar sola para coger otro vehículo.
Así, iniciamos una corta conversación. Grande fue mi asombro al confesarme el muchacho que era graduado de Ingeniería Automática en el Centro Universitario José Antonio Echeverría (CUJAE).
Finalmente, me llevó hasta mi casa sin problemas y sin cobrar más a la cuenta inicial. Ni la mala situación del automóvil, su preferencia musical, forma de hablar e imprudencias en la vía, impidieron el buen gesto. Moraleja: No juzgar antes de tiempo.
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