EL TEATRO ES LA VIDA BIEN CONTADA
Texto y foto:
DAVID DELGADO SECO,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Nos acercamos a una de las protagonistas del teatro cubano en las últimas décadas, una protagonista que no tenemos el placer de ver sobre el entablado, de esas que su labor llega con la culminación de cada puesta en escena. Nos acercamos a María Dolores Fernández Barnadas (Loly Fernández), subdirectora y productora de la capitalina Sala Teatro Hubert de Blanck.
En su casa colonial, portentosa, ubicada en el corazón del Vedado, 6 y 23, me recibe. Setenta y una primaveras recogen sus canas, y, ¡qué manera de lucirlas! Pero de presuntuosa nada, con plena confianza me tira la llave desde el segundo piso, no hubo mejor forma de romper el hielo. Adentro, igual a estar en casa, como estar conversando con la abuela, pero sin que te tiren de las orejas.
Así es ella, no se da cuenta de cuán importante es su trabajo, porque lleva tanto tiempo concibiéndolo con tal gusto que dejó de ser función para convertirse en pasión. Ya la conocía algo, su sonrisa es popular dentro de la gente de teatro, y quería calar en ese personaje, quien podía darme la idea más exacta de lo que es hacer tablas en Cuba, que nunca ha detenido el show, incluso cuando las condiciones fueron pésimas. Sin ser actriz, cada fin de semana siente los aplausos como si fueran suyos. Quería saber de esa madre, abuela, que cuenta que el teatro no es más que la vida, porque la vida es una obra de teatro.
Una vez sentados en la mesa del comedor comienza la entrevista, pero no fui precisamente yo quien inició.
-¿Tenía alguna pasión cuando era joven?
¿Soñaba con alguna profesión?
Yo me crié en un reparto fuera de La Habana, Rancho Boyeros, allí no se pensaba en eso. De todas formas estudié Comercio, pero lo que me gustaba de verdad era la Medicina. Transcurrían otros tiempos y no pude estudiarla, había que pagar matricula y mi familia era pobre, obrera. Después, triunfó la Revolución, y con ella comenzó todo el proceso revolucionario. Me metí en las Milicias desde el mismo 1959, cuando todavía existían las casas del 26 de Julio. Fui parte del primer batallón femenino que hubo en Cuba, el “Batallón Lidia Doce”, Jefa de la Quinta Compañía. Luego fui Jefa del primer Batallón de Ceremonias. Esa fui yo, ¡la primera jefa!
Cuando pasé mi etapa de militar, me fui a trabajar a Cultura. Desde el comienzo de mi vida laboral he trabajado en esa rama. Al principio, administrando los dos cines de Santiago de las Vegas, uno en Boyeros y uno en Calabazar. Cuando todavía pertenecían a la Junta Central de Ejecución e Inspección (JUCEI), “las exhibidoras de películas”, como se llamaban antiguamente, luego pasaron al ICAIC. De ese puesto, fui a la Empresa de Espectáculos de Carnavales, a casas de Cultura, hasta que finalmente entré en teatro en el año ochenta y pico, en teatro infantil.
-En el Guiñol tengo entendido, ¿no?
En el Guiñol, como subdirectora del Guiñol Nacional, atendiendo además todos los grupos de teatro infantil de Ciudad de La Habana, hasta que llegué al Hubert de Blanck, y mira tú, 21 años.
-¿Cómo fue llegar al teatro?,
al infantil en especial.
Empecé, para mí, en la función más difícil que existe. Los niños son unos espectadores sin pena a nada, si no les gusta la obra se ríen, caminan, o se levantan y quieren irse. El adulto, ya por educación, respeta más. Allí fue donde aprendí de verdad. Y después, a teatro de adultos. Pero mira, siempre en Cultura, en varios lugares, pero en Cultura. Entré en el Hubert de productora, después, subdirectora, hasta que decidí ejercer los dos trabajos, la subdirección y la producción. Lo que más me gusta es la producción, lo otro son cosas administrativas, que alguien las tiene que hacer.
(Ella no deja de sonreír, y en cada una de las respuestas parece no entender el por qué la considero importante. Le gusta tanto hablar que tengo miedo de interrumpirla, entonces propongo dejar mis intervenciones en solo palabras, o frases, para que ella las desarrolle. Asiente).
-Período especial y teatro.
A pesar de todas las escaseces, nos abrió a los cubanos la mentalidad de creación. No había nada, y había que hacer teatro.
Las funciones no podían ser estables como ahora, pues no había corriente eléctrica. Teníamos que poner en escena menos funciones, pero nunca, escucha esto, nunca, se dejó de realizar alguna puesta.
El teatro donde yo trabajo se caracteriza por representar muchos clásicos, este tipo de obras por lo general, la producción es más costosa: el vestuario, la escenografía, etc. Como te decía, nos desarrolló tanto la mente, que de viejos vestuarios se hacían miles de adaptaciones. Desde esa época, todo el mundo cuando se vincula al teatro, nos regala zapatos, ropa, si muere el esposo de alguna compañera, la ropa de hombre que es lo que más escasea en teatro, la donan. Si no sirve para una obra… Para los ensayos.
Ahora mismo, por ejemplo, desde el Período Especial, no se fabrican zapatos en Tecnoescena; la empresa encargada de todos los vestuarios, la utilería, la escenografía. Y tenemos que lidiar con lo que traemos, inventando. Los artistas querían trabajar, y actuaban en parques, sin micrófonos, en fábricas, “a pelo”, como se dice. Porque sí, tenían deseos. Mira tú, eso fue lo que nos dejó el Periodo Especial.
-Condiciones actuales.
Muchas de las obras que son puestas en escena salen gracias al esfuerzo de quienes luchan dentro del teatro. En “El Cartero de Neruda”, toda la escenografía fue pura creación nuestra, papeles estrujados semejando rocas, el piso de cartón, y no hay goma para pegar cartones, así que, presilladora.
En Fuenteovejuna, igual, salió gracias a la voluntad y al deseo del colectivo, lo que pasa que el teatro es muy caro, muy caro, muy caro. Las telas hay que comprarlas en el exterior, y se pagan en dólares, nosotros en el teatro, no cobramos en dólares, de hecho, el teatro es una de las manifestaciones más baratas que existe, para ver una obra clásica, reconocida internacionalmente, se cobran solo 8 pesos, ¿qué cuesta 8 pesos? Ni una pizza.
El Estado gasta muchísimo dinero para que se pueda hacer teatro. Las producciones son en moneda nacional, cobramos en moneda nacional, así que se puede decir que somos subsidiados. Lo que se recauda en una puesta en escena, no alcanza ni para pagar un mes del salario de los trabajadores. Una obra, de 16 personas arriba de un escenario, el salario por persona es de 640 pesos, suma tú. Añade, además, gasto de electricidad. Es puro gasto, sólo tenemos 262 lunetas, aportamos porque vendemos por taquilla, sin embargo, aunque esté lleno a tope, y nunca va a estar lleno a tope, ¿qué se recauda? Nada. Montar una obra dura cuatro o cinco meses, y el resultado no es más de una hora y media. Es muy costoso, no solo en Cuba, en el mundo entero.
Afuera, los actores tienen otro trabajo. En los grupos que vienen a los festivales internacionales, el que no es maestro, es mesero, es no sé qué, pero no pueden vivir de la actuación como viven los actores cubanos, que a pesar de sus condiciones viven de la actuación. Allá, hay que alquilar locales, sonido, comprar el vestuario, a no ser, compañías muy específicas como “La Candelaria”, de Colombia. El teatro dramático, en general, que es en espacios pequeños, debido a la cercanía con el espectador, los actores necesitan tener otro trabajo.
-¿Aire fresco en la Sala?
El elenco es muy joven, por eso se hace tanto clásico, porque los jóvenes necesitan del teatro clásico para aprender actuación. Y mis jóvenes hacen de todo, tienen que empezar en utilería, saber de sonido, de luces, así es como van a convertirse en buenos actores.
Te digo que el 85 por ciento de mis actores, es menor de 30 años, y la mayoría de ellos, menores de 25. Mas hay un colectivo que es una familia, aquí la gente llega muy joven, y no tienes que venir de escuela, están dos y tres años, y a medida que se ve su progreso van tomando papeles poco a poco. Muchas obras no las llevamos a taller, las hacemos. Debe haber una labor en conjunto, que la gente esté muy bien cohesionada, que sean ingeniosas, el ingenio lo da todo.
-Hubert de Blanck, ¿una escuela?
Siempre lo ha sido. Antiguamente fue una escuela de muy buenos actores, de allí salieron varios de los mejores, trabajaron Sergio Corrieri, estaban Raquel y Vicente (Revuelta), Estorino, y siempre fueron muy rigurosos. Nuestra directora, Orieta Medina Negrín trata de seguir el estilo de Raquelita (Revuelta). La gente de teatro nunca se retira, bueno, mírame a mí, muchos actores bien mayores, no pueden hacer nada, entonces se dedican a asistencia de dirección, o a enseñar.
Ahora mismo, podemos darnos el lujo de contar dentro de la gran familia con Berta Martínez, que era actriz y directora artística, Premio Nacional de Teatro. Berta, en sus tiempos, hacía diseño de escenografía, vestuario, utilería y luces, a medida que va creando tiene en su mente todo lo que necesita. Es la asesoría que uno siempre va a buscar, la fuente donde uno va a beber. Decir en Cuba Berta Martínez…, es de ella de quien hemos aprendido casi todo. A los jóvenes se les ayuda mucho, se les regaña mucho también, porque tienen que formarse, cariñosamente igual que se regaña a un hijo.
-Un recuerdo muy feliz…
Cuando se termina una obra, ver que el público lo agradece, esos aplausos, dirigidos hacia los artistas por su buena actuación, también van dirigidos a todos los que trabajamos detrás de ese telón, detrás de cada obra hay un luminotécnico, un diseñador de vestuario, hay maquillistas, jefes de escena, pienso que para todos quienes estamos detrás de esto, ese es el momento más feliz, y son tantos, ubícate que ya llevo en el Hubert de Blanc 21 años, cuántos momentos no habrá.
-Un recuerdo triste…
¿Dentro del teatro? Ninguno. ¿Tristeza cuando uno se emociona con algo? He llorado muchas veces con alguna obra de teatro, pero eso no es tristeza; por una buena actuación, en “El Cartero de Neruda”, yo lloraba todos los días, lo mismo en el ensayo que en la función. Las tristezas en el teatro no son tristezas, sientes sensaciones que te hacen llorar, pero de la emoción. Tristeza, cuando muere algún compañero, que han muerto varios, varios actores y directores que pertenecían a la familia, esas sí son tristezas, pero en el teatro nunca se muere, quedan sus obras, sus personajes, su historia.
-¿Alguna anécdota?
Un cuento bien gracioso. Me jubilé con 70 años, en febrero, y ya a principios de marzo estaba contratada en el mismo teatro, pude acogerme a la nueva ley, y yo, que fui subdirectora, me contraté como productora. Antes hacía la subdirección y no recibía salario por la producción, ahora recibo salario por la producción y hago la subdirección sin cobrar.
-Antes que baje el telón.
El teatro es muy hechicero, a veces ilógico, pero la vida es ilógica, y el teatro no es más que la vida en un momento determinado, es la vida… bien contada.
Pie de foto: Loly sonríe, pues no puede imaginarse de otra forma.
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