LA MÉDICO MÁS POPULAR DE SALTPOD
La doctora Vilma Lombar Sánchez comparte experiencias sobre la misión médica en Ghana, la labor con niños con necesidades especiales y otras anécdotas de su vida profesional.
Texto y foto:
DAVID RUIZ LIMILLA,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Vilma Lombar Sánchez se graduó en 1986 de médico y dos años después cursó la especialidad en Medicina General Integral (MGI). Ha brindado ayuda internacionalista en Ghana, país situado al oeste africano, donde trabajó como pediatra. En estos momentos labora en el policlínico “Luis de la Puente Uceda”, en el municipio Diez de Octubre, y atiende a los estudiantes de la “Escuela Especial Camilo Cienfuegos”, institución dedicada a niños con retraso mental ligero y agravado. También efectúa investigaciones científicas para mejorar la calidad de vida en los infantes con discapacidades.
La primera impresión al verla fue pensar cómo una profesional exitosa podía ser tan sencilla. Los gestos son delicados, acompañados con palabras que revelan el alto nivel educacional y la voz es apacible. Durante la entrevista se emocionaba con cada historia recordada y varias veces los ojos mostraron señales de tristeza, pues como ella dice, ”la medicina hay que sentirla”.
-¿Cuál fue la principal motivación que la decidió a estudiar esta profesión?
Desde niña me atraían mucho los animales y mi familia dedujo que estudiaría alguna ciencia vinculada al cuidado de estos. Pero, en el preuniversitario al tener que solicitar las carreras pedí Medicina en primera opción y recuerdo cuando mi difunta madre me preguntó: ¿Estás segura de estudiar medicina de humanos?, porque ella pensaba que optaría por veterinaria, y le respondí: «Sí, me gusta ayudar a personas necesitadas».
-Luego de graduarse, ¿cómo ejerció la carrera en los primeros años?
Comencé siendo médico de familia, donde tuve muchas experiencias. Allí conocí a una señora mayor llamada Domitila, que tenía grandes conocimientos sobre las plantas: para qué se utilizan, cómo hacer el té; de ella aprendí técnicas, las cuales uso hoy día.
También practiqué consultas de acupuntura y por ello me nombraban la doctora de las agujitas en la comunidad. Cuando estuve de misión en África apliqué esas técnicas junto a otras como la digitopuntura (presión en determinados puntos del cuerpo para mejorar el dolor y estrés) y la homiopatía (jarabes preparados con sustancias naturales). He tenido de todo como en botica, porque después de 30 años de labor hay historias para contar.
-Estuvo en Ghana, país ubicado al oeste africano, donde prestó su ayuda médica y salvó a muchas personas que no tenían recursos para pagar los medicamentos.
Del 2006 al 2008 estuve en Ghana. Primero fui a Saltpond, ubicado al norte de la nación. Allí trabajé haciendo pediatría, lo cual es difícil debido a que hay gran cantidad de malaria (paludismo como se conoce en Cuba), también la mortalidad infantil y materna es alta al compararla con nuestro país o naciones desarrolladas.
Tengo muchas anécdotas desagradables que involucran la muerte de alguna persona. La experiencia más impactante fue una niña proveniente de Burkina Faso, ubicado al norte de Ghana, que tenía alrededor de dos años, no llegaba a 20 libras y con 0.9 gramos de hemoglobina, algo que yo no podía creer. Su estado se debía a los sangramientos crónicos provocados por la malaria, infección que ataca los glóbulos rojos causada por el mosquito, y quizás padecía de SIDA, caso muy habitual en los países africanos.
Esa pequeña estuvo ingresada bajo mi observación durante cuatro meses, en los cuales la transfundí en dos ocasiones. Cierto día su padre decidió llevársela, ya que no tenía dinero para pagar el hospital, y al yo conocer la situación me comprometí a pagar los gastos. El progreso clínico de la infante fue mejorando de forma lenta debido a que en el hospital contrajo en dos ocasiones malaria. Gestioné en la capital un jarabe multivitamínico para fortalecerla y elaboré una tabla donde se precisaba la hidratación diaria a suministrarle. A través de ese tratamiento se recuperó y le di el alta. Como habíamos dispuesto, la cuenta fue pagada por mí.
A los nueve meses de estar trabajando me trasladaron a Saltpond (hacia el sur del país), producto a una bronquitis acompañada con alergia respiratoria. La madre de la pequeña continuó llamándome por dos años para saber cómo me encontraba e informarme de la salud de su hija. Minutos antes de partir hacia Cuba esta mujer me contactó porque estaba muy agradecida. Fue una historia de buen fin, aunque nunca supe más de ellas.
-En Saltpond también enfrentó enfermedades, como fue el caso de un niño que llegó grave al hospital.
Ese día acudió un niño muy enfermo al hospital y su familia no tenía dinero para pagar el medicamento. Su padre poseía un motor y los médicos cubanos le sugerimos venderlo para costear los gastos. Él tuvo una deducción radical, a nuestro parecer, pero luego comprendimos que si vendía la motocicleta cómo le daba de comer a los siete pequeños restantes. El infante murió y yo me enfurecí, porque nunca había tenido una situación parecida.
-Aunque en Cuba no practica partos, al llegar a Ghana tuvo que enfrentar esa tarea en condiciones difíciles.
Como todos los médicos de familia en Cuba, yo no practicaba partos desde que habían culminado mis estudios universitarios. Pero, en esa nación africana efectué 68 nacimientos bajo la supervisión de las enfermeras obstetras.
Una noche me llaman para informarme de una embarazada que no podía parir. Iba rezando para que todo saliera bien. Al llegar al lugar la ausencia de corriente eléctrica nos obligó a emprender la labor de parto con un farol. El niño tenía una posición de hombros y estaba atascado; era necesario realizar cesárea. El director del hospital, quien hacía esas prácticas quirúrgicas no se encontraba y no tuve otra opción que comenzar las maniobras: me puse los guantes, empujé el niño hacia atrás, lo puse en posición cefálica (de cabeza); nació en menos de diez minutos. Al tenerlo en mis brazos empecé a gritar de emoción por haber hecho un procedimiento riesgoso con éxito. Nosotros los médicos cubanos somos osados.
-En Soltpond enfrentó el lucro y la especulación que hacían los galenos nativos con los medicamentos.
Casi todos los médicos recetaban Rosefín, antibiótico extremadamente caro para el bolsillo de cualquiera, debido al soborno de los farmacéuticos para que recetaran su medicamento. Yo decía: ¿Tengo que indicar este fármaco si es tan caro?, y me acordé que en Cuba para las infecciones respiratorias se prescribía penicilina y calamicina. Pero, el director no le gustaba mi método por ser antiguo, según su opinión.
-¿Qué hacía ante tal oposición?
Le respondía: no es de última generación, pero soluciona el problema; también exigía respeto, pues era la jefa de la sala de pediatría y mi diagnóstico había que aceptarlo.
-¿Qué consecuencias le trajo tal actitud?
Me hice algo popular y las personas me agradecían, porque podían pagar el medicamento.
-¿En algún momento de la colaboración estuvo en riesgo su vida?
No, porque en el hospital donde yo estaba habían médicos nativos de muy buena calificación. Pero me dio en diez ocasiones malaria y presenté síntomas como dolores de cabeza intensos y fiebre alta. La última ocasión en la cual me dio esta dolencia fue acompañada de fiebre tifoidea, pensé que no llegaba a Cuba, pero, por suerte, la medicación estaba allí para todos y la jefatura de la brigada me envió enseguida hacia el hospital provincial.
-¿En qué condiciones materiales vivió en Ghana?
¡Muy bien! Allí hay un sistema estructurado sobre la atención a los médicos cubanos. Vivíamos tres en la casa, pero era grande, cada quien tenía su cuarto y baño. No puedo quejarme.
-Después de su llegada a Cuba, ¿qué labor le asignaron?
Al llegar me peritaron por problemas de hernias discales y artrosis generalizada, entonces comencé a trabajar en la “Escuela Especial Camilo Cienfuegos”, donde es importantísimo que haya un médico porque son niños con necesidades especiales: retraso mental ligero y agravado.
Mi labor es asistencial, pues algunos convulsionan y les sube la fiebre producto de los medicamentos que toman. También tengo que asegurarme de la higiene en la escuela, la correcta manipulación de los alimentos, observar el comportamiento de los estudiantes con sus compañeros y profesores, participar en el equipo multidisciplinario de psicopedagogos, logopedas, profesores, psiquiatras y la defectóloga para determinar cuáles son los niños no educables producto de sus enfermedades y enviarlos a otras instituciones.
-¿Qué objetivos se propone ahora cumplir como profesional?
Mis expectativas están cumplidas, ya tengo más de 30 años de trabajo. Pienso en la jubilación, porque ser médico agota. Ya hice la especialidad que quise, he trabajado bastante y ahora participo en una jornada científica.
-¿Otro proyecto?
Es sobre los parámetros nutricionales en niños con condiciones especiales. Ellos, casi siempre, son gruesos y, por lo tanto, mi objetivo es obtener datos como la talla, peso, diámetro de la circunferencia del brazo y el abdomen para compararlos con otros infantes de países desarrollados que padecen las mismas patologías.
-A partir de su experiencia profesional, ¿de las enfermedades tratadas cuál le ha impactado más?
Sin duda, el cáncer, por ser una enfermedad devastadora, la cual a pesar de tener curación, en la mayoría de los casos vuelve a remitir. Por desgracia, mis padres murieron de esa dolencia y lo peor es saber que ningún esfuerzo realizado salvará a los pacientes; es difícil y doloroso.
-Pudiera decir que se siente satisfecha con la labor profesional desempeñada hasta este momento.
Bueno, la optimización no llega hasta que mueres; pero he hecho mucho bien y eso me satisface. Siempre hay buenas acciones por realizar. Aún con los 58 años que tengo y mis enfermedades, ayudo a los niños de esta escuela.
Pie de foto: Vilma Lombar Sánchez, especialista en Medicina General Integral y actual doctora de la “Escuela Especial Camilo Cienfuegos”, afirma que le gusta ayudar a las personas y si volviera a nacer sería nuevamente médico.
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