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Isla al Sur

NO TODO LO QUE BRILLA…

NO TODO LO QUE BRILLA…

DANIELA HERNÁNDEZ GARI,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
    

Transcurría el mes de abril, el calor era sofocante y las pruebas de ingreso a la Universidad se aproximaban a velocidad vertiginosa.

Como cada martes por la mañana, bajaba las escaleras de un edificio pequeño al final de Obispo, donde recibía repasos para el examen de Español. Me incorporé a la calle principal, inundada de pregones, solos de guitarras y olor a comida.

―¡Daniela! La repentina mención de mi nombre hizo que virara el cuerpo en dirección a la escandalosa voz.

Antes que pudiera reaccionar, estaba apresada en el abrazo de una joven de gran estatura que no paraba de decir mi nombre intercalado con preguntas. Volví a la realidad y di un paso atrás ya desconfiada.

―¿Vas al trabajo de tu papá?, preguntó después de superar su confusión inicial ante mi actitud. ―Me dijeron que te fuiste al pre de Regla. Vamos, que te acompaño. Yo voy a la parada de la 27.

Tomó mi brazo y continuamos el camino. Al principio estaba a la defensiva, pero a medida que avanzábamos y ella rememoraba los días de nuestra aparente amistad, empecé a encontrar familiaridad en su voz y gestos, pero su cara me era desconocida.

La joven vestía unos tacones, en mi opinión innecesarios, debido  a su estatura. Un vestido blanco pegado al cuerpo y bolso gris en el brazo. Era mulata, con unos rizos negros que llegaban un poco más allá de los hombros, maquillaje sencillo, excepto en sus labios donde había derroche de rojo.

Mientras avanzaba por la vía, parafraseé en mi mente una de las canciones de Buena Fe: “Ella pasa y todos se hacen los simpáticos, desde los más vulgares hasta excelsos catedráticos". Las miradas se dirigían a mi compañera de ruta y consciente de esto elevaba ella la cabeza con orgullo.

Por lo que me contaba, nuestro primer encuentro fue en la secundaria básica. Habló acerca de muchos libros y películas que yo veía en esa época. Confesó que extrañaba muchos los viejos tiempos, pues en la actualidad no encontraba casi nadie que tuviera sus gustos.

Al llegar a la Plaza de San Francisco de Asís,hizo ademán de seguir su camino, no sin antes preguntarme si había seguido el rastro de algunos amigos y compañeros de clase.

Sentí un poco de tristeza cuando se alejó. Esa chica recordaba todo a pesar de los tres años de separación; y yo ni siquiera había podido distinguir su cara y para qué hablar de su nombre.

En un impulso corrí tras ella asustando a las palomas que buscaban su granito de arroz. Tomé su brazo y bajé la cabeza a causa de la vergüenza del olvido.

―Te tengo que ser sincera. No me acuerdo de ti. No quisiera que nos separáramos de este modo sin al menos saber tu nombre.

―¿Era por eso? Es normal que no te acuerdes. Me sorprendió su actitud ante mi falta de memoria.

―Yo soy Ricardo, dijo con una sonrisa.

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