HISTORIAS DE UN RECÓNDITO ESCRITOR
De niño pobre a combatiente en Etiopía, y de allí a realizar otras hazañas en la industria azucarera cubana, Ramón Fidalgo Castellanos encontró la vocación de escritor como la última de sus pasiones.
YANDRY FERNÁNDEZ PERDOMO,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Aunque ahora ve crecer a sus nietos en su tranquilo apartamento en Nuevo Vedado, a Ramón Fidalgo Castellanos no le gusta descansar porque, como él mismo dice, a quien ha llevado una vida tan agitada, le resulta difícil estar sereno en el hogar.
Por eso, desde que decidió jubilarse en 2012, empezó a trabajar por la pasión de escribir, labor que le gustaba desde hacía mucho tiempo, pero debido a sus anteriores tareas le parecía imposible de hacer.
Mientras trabajaba, ya había publicado dos libros de crónicas sobre sus recuerdos juveniles y las hazañas del trabajo. Estas obras quizá hubiesen convertido a su autor en un escritor notable dentro de la geografía nacional si no fuese porque la editorial Publicaciones Azucareras no tenía muchos recursos para hacer más tiradas.
En estos momentos está escribiendo las últimas páginas de una novela: “Aquí se narra la historia de sus abuelos: uno mambí que luchó por la libertad de Cuba y el otro, oficial del Ejército Español, que luchó por continuar sojuzgándola”, comentó.
Historias de un niño pobre
Ramón Fidalgo señaló que escogió Al paso, su primera obra publicada en 2009, para reflejar la miseria y los trabajos que tuvo que sufrir en La Habana antes de 1959, cuando era apenas un adolescente. Vivió en un solar de la calle San Nicolás, entre San Rafael y Zanja, en pleno Barrio Chino de La Habana. Allí vio las luces de las escenas habaneras y de la complicada situación de los cubanos en aquellos momentos.
Desde muy pequeño, a pesar de los esfuerzos de su madre y, en especial de sus tías, Ramón aprendió a trabajar para mantener la casa, porque su padre tuvo hijos con diferentes mujeres y aunque los reconocía en el juzgado, no hizo ningún esfuerzo por mantenerlos.
En la calle Rayo y Zanja, por el año 1957, vendían carnes asadas, tanto de pollo como de cerdo, que inundaban la cuadra con un olor especial. Nunca pudo comprar nada: “La vida para nosotros era tan dura que, en ocasiones, soñaba qué tendríamos para comer al día siguiente”.
No faltó a la escuela, pues supo combinar los estudios con el trabajo de forma tal que a finales de1958, ya tenía en sus manos los títulos de la enseñanza primaria y los cursos en el Colegio de Belén. Su tía recogía cédulas electorales por el barrio, las entregaba a un concejal y con ellos pagaba las matrículas a Ramón.
De las crónicas de Al Paso, prefiere Pan con Lechón, pues según sus palabras, aborda de manera crítica a la sociedad corrupta de la época. Allí narra sus historias cuando tenía 15 años y vendía pan con lechón en la playa de Guanabo, pero en los recorridos que hacía para trasladar la mercancía desde la rotonda de Guanabacoa, tenía que dejarle una parte del puerco que iba a vender a un oficial de la policía para que le permitiera pasar a comerciar sus productos.
“Esa era la época que muchas personas quieren que vuelva, porque no conocen bien e ignoran la miseria que existía. Ese discurso de Obama no me lo creí porque viví eso y en mis crónicas lo dejé reflejado”, señaló refiriéndose al discurso pronunciado por el mandatario norteamericano en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, el pasado 22 de marzo de este año (2016).
Tiempos de entusiasmo
El Triunfo de la Revolución en 1959 le trajo muchas alegrías, pues se esperaba un cambio radical, sobre todo en los más pobres. Y así pasó su vida, pues a través de la Primera Ley de Reforma Urbana, de 1960, que reorganizó el fondo habitacional cubano, le entregaron una vivienda.
En 1960, en medio de aquella época de motivaciones y alegrías, ingresó en las Milicias Nacionales Revolucionarias y, en 1961 combatió en la limpia del Escambray.
Después de la victoria en Playa Girón, comenzó a constituirse los tres ejércitos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Por sus méritos anteriores, le sugirieron que ingresara en ellas: “Me dijeron que solo era hasta cinco años y yo estuve 40 en la actividad militar”.
Fue designado en 1979 para cumplir misión internacionalista en Etiopía como jefe de Sección de Ingeniería, donde estuvo por más de dos años para ayudar a la nación africana a aplastar al invasor ejército somalí.
“Para saber lo que es la miseria, hay que ir a África, en especial Etiopía. Muchas fueron las veces que nos quedamos sin comer porque repartíamos lo poco que teníamos entre los habitantes de las diferentes aldeas”, recordó.
Una de las cosas que no se le olvidará es la solidaridad del pueblo etíope: “Una vez invitaron a mis tropas a tomar té en una aldea muy pobre y nos dieron lo poco que tenían”.
Todo por el azúcar
Después que se jubiló de las FAR con el grado de coronel, en el Ministerio del Azúcar (MINAZ) le pidieron que laborara asesorando el área de las inversiones y construcciones, en medio de una etapa de recuperación económica tras los demoledores efectos que trajo consigo para Cuba la caída del campo socialista en Europa del Este.
“En el año 2002 nos dimos cuenta que no podíamos mantener todos los centrales porque las ganancias en la venta eran menores que el costo de producción. A mí me tocó la tarea de participar en la confección de un plan para racionalizar la industria azucarera, para reducir los centrales azucareros y mejorar los que estaban en correcto funcionamiento”.
Sin embargo, el Estado Cubano no dejó abandonados a los trabajadores de aquellos centrales y el Presidente cubano, Fidel Castro, creó la tarea Álvaro Reynoso. De ella explicó en su discurso de octubre de 2002 que se iban a crear escuelas para los 90 000 trabajadores azucareros, que perderían su empleo.
“Ese plan de reanimación comprendía muchas labores, queríamos hacer dentro de los centrales que no funcionaban pequeñas fábricas de fideos, chocolate, harina de maíz y restaurar la casa de los trabajadores”, afirmó Ramón.
También desarrolló una importante labor en la construcción de vías rurales y escribió el Manual para la conservación de caminos donde expuso sus conocimientos adquiridos durante la etapa que laboró en el MINAZ y hoy es referencia en los centros azucareros.
Una de las labores más importante que Ramón Fidalgo rememora de esta etapa es que dirigió la construcción del complejo agroindustrial azucarero en la República Bolivariana de Venezuela, en 2008: “Fui a levantar dos complejos azucareros y nueve de producción de derivados de la caña de azúcar”.
Esta obra fue, a la vez, su mayor desaire, pues en la actualidad, bajo la guerra económica que vive aquella nación, no se pudo seguir desarrollando el gran complejo industrial azucarero, y no brinda los frutos que esperaba como parte de las metas de lograr la soberanía alimentaria de la nación vecina.
De estas vivencias publicó su segundo libro en 2013, titulado Crónicas desde Venezuela, donde expone experiencias personales de aquella obra de grandes proporciones que, bajo su dirección, se pretendía construir en este país.
Un escritor empírico
La lectura del libro Crónicas desde Venezuela cautivó la atención de su amigo Néstor Gonzáles Montenegro, quien comentó sobre el ejemplar que no hay dudas de que su compañero estaba listo para mayores retos y nos regalará más de su intelecto narrativo con esta obra de grandes dimensiones.
“No son obras de oficinas, elaboradas subjetivamente, es viva dinámica creativa, inteligente, surgida del contacto directo con sus recuerdos protagónicos”, afirmó Julio Rizo Alvares, su amigo, acerca de las publicaciones de Ramón.
Ahora, este novísimo literato tiene un nuevo reto: terminar el libro De Peralejo a Mal Tiempo, diario de dos. Esta obra estará dividida en dos partes. Nos llevará a conocer visiones de la guerra y de la memoria de dos hombres, uno que, desde muy joven lucha por la independencia de su pueblo, y otro que combate por mantener a Cuba sometida a España.
Su esposa, Martha Lamelas Díaz, quien también es apasionada de la escritura, pero más inclinada a la poesía, comenta que Ramón Fidalgo es un escritor empírico, porque escribe sobre cosas prácticas, y los recuerdos los plasma siempre en sus palabras.
A la vecina del piso de abajo, la doctora Isabel Rodríguez Menéndez, le emociona leer cada página de las obras de su amigo, pues le recuerdan la vida de sus padres.
Su nieto, Javier Dueñas, dijo que cuando algunos lean la historia de su abuelo contada en estas líneas, lo llamarán el cronista del corazón, “porque amor es lo que siempre nos ha dedicado en casa”.
Pie de fotos: 1-Ahora trabaja en la redacción de la segunda parte del libro De Peralejo a Mal Tiempo, diario de dos; 2-Una sólida familia constituye el orgullo de Fidalgo.
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