UN PIE RÁPIDO Y FURIOSO
DARIEL PRADAS VARGAS,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
“Cuba se abre al mundo”, comentan en las calles como si la Isla saliera de un asfixiante celibato.
La visita del presidente norteamericano Barack Obama, el concierto de los Rolling Stones y ahora, el rodaje de Rápido y furioso 8, en La Habana, han sido momentos de orgullo y esperanza para quienes, después de una aparente claustrofobia, ansían ver a una Cuba en conexión global. Pero… ¿a qué costo?
Desde el 22 de abril (2016) se filma la octava parte de la saga hollywoodense producida por Universal Pictures, en distintas localidades de los municipios de Centro Habana, Plaza y la Habana Vieja.
Así, entre las habituales persecuciones de autos –en este caso, almendrones, un estereotipo que no podía faltar–, un helicóptero que sobrevuela las edificaciones, hasta la aparatosa caída de un carro desde el puente-rampa del estacionamiento del hospital Hermanos Ameijeiras, los peatones se muestran anonadados ante ese fabuloso despliegue de tecnología.
Tal vez esa pacotilla cinematográfica –o los músculos de la estrella Vin Diesel, o quizás la sensación de que el compás cubano aumenta el radio de su circunferencia– hizo que los habaneros perdonaran el cartel antepuesto en el perímetro de la zona de rodaje. Este, con cuidada educación, advierte a la persona que ingrese en las áreas de filmación que su imagen y voz podrán ser utilizadas en la película sin compensación ni crédito alguno. Bien visto, se trata de tremendo “pie”.
¿Por qué una multimillonaria productora de cine se cuidaría de hacer esta aclaración, si saben que es norma pagar por todo en el capitalismo? Con toda seguridad, las autoridades de La Habana dieron su consentimiento para que Universal Pictures cerrara y filmara buena parte de la ciudad. ¿Pero acaso alguien contó con sus habitantes o sus organizaciones sociales y comunitarias?
Al parecer, no importa si te piden un permiso en la cuadra para llegar a tu propia casa. Nadie se queja, siempre y cuando pueda, eso sí, mirar desde el balcón a Michelle Rodríguez haciendo un selfie junto a su forzudo marido. Quizás los técnicos te arrienden un espacio del cuarto para guardar algunos lentes y te ganes 150 CUC o más.
Asegura el crítico de cine Joel del Río, en su artículo Efecto Fast and Furious: gentío, tranques, despliegue y algún dinerito, repercutido por Cibercuba, que al menos un tercio de la comunidad audiovisual cubana está implicada en el rodaje del largometraje, ya sea cargando utensilios o controlando el gentío: “Les pagan mucho más que en una producción nacional y mucho menos, muchísimo menos de lo que les pagarían en Estados Unidos por hacer la misma tarea”.
También menciona el atascamiento del tránsito a causa del desvío de las rutas de ómnibus y almendrones de boteros, aquellos que no tienen tubos de nitrógeno para acelerar. Eso es fuera del set; dentro, todo es Hollywood trucks, cámaras, estrellas, glamour… y suerte.
Suerte de que te alquilen una habitación por más de 100 CUC diarios, de toparte con la persona que regala dinero en una acera del Malecón, de cruzar la avenida y encontrarte también con otro dadivoso –porque estos americanos advierten que no pagan, pero no dejan de ser “agradecidos”–, de conocer al doble de Vin Diesel e invitarlo a cenar, de que el helicóptero no tumbe con su ventolera el búcaro de tu ventana, de estudiar tranquilo sin el ruido de un derrape.
La filmación pudiera ser un buen signo de cómo van las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Si fuera cierto, bienvenida sea. Pero si nos deslumbramos así de fácil y sacrificamos la tranquilidad a un precio tan caro –o tan barato, podría decirse–, y aún así debemos sentirnos afortunados, no quiero ver cuando en vez de películas taquilleras se trate de convenios comerciales que puedan decidir sobre la economía del país.
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