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Isla al Sur

¿CONVERTIR A LA FIERA EN ÁNGEL?

¿CONVERTIR A LA FIERA EN ÁNGEL?

LUISA MARÍA GONZÁLEZ GARCÍA,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Fulgencio Batista ahora es un héroe en Miami, ¿dónde si no? La camarilla de batistianos —personas que rinden culto a su “obra”—  se ha dedicado en los últimos años a tratar de reivindicar la personalidad del fallecido dictador. Empresa difícil.  

Celebraciones van y celebraciones vienen, como si eso pudiera convertir a la fiera en ángel. Según el Nuevo Herald, el 14 de enero de 2001 se realizó una misa en la iglesia de San Juan Bosco de Miami para homenajearlo en el centenario de su nacimiento. Y como si fuera motivo de orgullo, también festejaron el aniversario del golpe militar del 4 de septiembre de 1933, que por primera vez lo llevó a la presidencia. ¿Cómo? Mediante la violencia, la fuerza y el desacato de las leyes constitucionales. Pero no hay que extrañarse, al parecer, ese era el modus operandi favorito del dictador, pues lo repitió el 10 de marzo de 1952. 

Los libros también han sido llamados a cumplir con la labor “redentora”. El historiador Frank-Argote Freyre escribió uno con un título bastante ambiguo: Fulgencio Batista: De revolucionario a hombre fuerte, ¿qué quiere decir con ese juego de palabras? Se suma Murciélagos en un burdel, y versa sobre el asalto al Palacio Presidencial en 1957. El autor, Gregorio León, se niega a describir a Batista como el “sanguinario que ha trazado el régimen cubano”, ¿acaso no fue así? Mala memoria que tienen algunos. Oportunismo a pulso. También una novela se encuentra en preparación, de la escritora de origen cubano Zoe (¿Soez?) Valdés, quien ha declarado que Batista “hizo mucho bien a su país”. Pura palabrería de pacotilla en el sentido más literal de la palabra, porque quién sabe cuánto dinero hay detrás.  

En el 2005 la familia de Batista donó a la Cuban Heritage Collection de la Universidad de Miami miles de documentos (cartas, fotos, manuscritos, recortes de publicaciones, libros, revistas) que abordan sobre todo el período de exilio, de 1958 hasta 1973. Me habría gustado que donaran también documentos sobre su etapa de presidente, en la que según declaró su hijo Fulgencio Rubén “Papo” Batista en una entrevista, habían sido importantes sus aportes a las obras públicas, su labor educacional y sanitaria, su impulso a la economía y sus leyes sociales.

¿Será eso verdad? ¿Por qué no donan documentos para comprobarlo? Tal vez, porque es imposible: su gestión presidencial fue siniestra y esto sí puede demostrarse, como también puede probarse los cientos de asesinatos, el baño de sangre con que marcó a este país.

Sobre la economía, basta decir que el 1ero. de enero de 1959, la Revolución encontró una deuda exterior de 788 millones de dólares y la balanza comercial con Estados Unidos era tan desfavorable que alcanzaba los 603,4 millones. Hasta esa fecha, el 8% de los propietarios poseían más del 70% de las tierras cubanas, y la mayoría eran latifundistas norteamericanos.

En cuanto a la educación, de seis millones y medio de habitantes que tenía el país, dos millones eran analfabetos o semianalfabetos. El nivel educacional promedio de los mayores de 15 años era inferior al tercer grado, y sólo un 15% de los jóvenes entre 15 y 19 años recibía algún tipo de educación. Más de 600 mil niños no tenían escuelas.

En 1958 prestaban servicios de Salud Pública sólo 8 206 trabajadores, hoy son más de 500 mil. La tasa de mortalidad infantil superaba los 60 niños fallecidos por cada mil nacidos vivos y la expectativa de vida era de apenas 55 años. 

El desempleo era otro triste indicador. En 1958 había 549 mil desocupados de una fuerza de trabajo calculada en poco más de dos millones de personas. Eso sin contar con los desempleados temporales así como los que realizaban labores ocasionales. Tal es el caso de los 700 mil empleados azucareros que sólo trabajaban los tres meses de la zafra. El resto del año, el tiempo muerto, estaban condenados a la miseria y al hambre.

Pero Batista no fue sólo un mal presidente, un ególatra, un perro faldero de los yanquis: fue también un excelente discípulo de Adolfo Hitler. Tras su nombre reza una lista interminable de torturados, asesinados y desparecidos, cuyo único pecado fue desear y luchar por un futuro mejor para su pueblo.

Un episodio evidencia su actitud de dictador sanguinario. Después del asalto al cuartel Moncada, dio órdenes tajantes: por cada soldado caído o herido en el combate, él quería muertos a diez jóvenes asaltantes. Durante varias semanas, en los alrededores del cuartel se escucharon gritos y en el suelo corrió la sangre. Las mazmorras del Moncada se convirtieron en un laboratorio de muerte.

Ese hombre fue Fulgencio Batista, y no otro, “el héroe”, el que hoy tratan de reivindicar y engrandecer en Miami. 

 

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