¿DE LA CIVILIZACIÓN A LA BARBARIE?
DAHOMY DARROMAN SÁNCHEZ,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Desde empujar a una embarazada en el ómnibus hasta el más cruento conflicto bélico referible, la violencia dista de ser un tema banal en la sociedad contemporánea. Por desgracia, hoy resulta tan cotidiana como un anciano devaluado en su seno familiar o cualquier dibujo animado donde los protagonistas se golpean sin piedad.
Dicho fenómeno es definible como todo acto encauzado a menoscabar los derechos intrínsecos de otro ser humano, tanto lacerando verbal o psicológicamente a la víctima mediante la coerción, la indiferencia ante sus necesidades y el menosprecio a sus criterios o capacidades, como agrediendo su cuerpo y provocándole, frecuentemente, la muerte.
El maltratador presupone que es superior al maltratado debido a su sexo, raza, posición económica, edad u otros factores, por lo cual se cree con derecho a violentarlo. Dichos actos brutales están asociados a otro fenómeno: el machismo, en el que la figura masculina manipula a su contraparte y logra hacerla sentir humillada, inútil e impotente.
Este “macho” extrapola la agresividad acumulada fuera del hogar, al interior de este; y en general oculta una baja autoestima unida a traumas de su niñez donde, de seguro, el maltratado fue él. Lo peor es que la esposa o le teme o se culpa por las palizas, con la excusa de “no hacer las cosas como a él le gustan” y, así, “provocarlo”.
Los cubanos creemos que por ser latinos –entiéndase fogosos y pasionales– estamos genéticamente condicionados para la violencia, en lugar de achacar la responsabilidad a decisiones propias y a una conducta aprendida y persistente por generaciones, en la que el abuso del alcohol y las drogas se convierte en un agravante fatal.
Si el padre llega tan borracho que no puede controlar sus impulsos de golpear al hijo o a la cónyuge, y esta no le proporciona al infante el afecto necesario, es lógico que el pequeño aprenda a resolver los problemas con palos y puñetazos.
De forma paradójica, constatar acciones violentas a diario contribuye a su invisibilización: nos acostumbramos a ella y nada hacemos por evitar que se propague. Sin embargo, en 1999 la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció el 25 de noviembre como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, y a través de la Convención de los Derechos del Niño, también vela porque ellos sean protegidos contra cualquier tipo de abandono.
En Cuba, las Casas de Orientación a la Mujer y a la Familia, coordinadas por la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), ofrecen cursos, talleres y, sobre todo, una guía para enfrentarla y eliminar el silencio.
Según el Apóstol: “Los bárbaros que todo lo confían a la fuerza y la violencia nada construyen, porque sus simientes son de odio”. Entonces, cortemos a tiempo y de raíz el mal que nos lacera como si de un cáncer se tratara. Detectarla antes de que se recrudezca y actuar de inmediato, son las únicas soluciones ante tamaña problemática.
Cuidemos la forma de proyectarnos con nuestros semejantes y con la familia, porque a veces a quien más queremos es a quien más herimos; y porque en el momento más inesperado podemos convertirnos en sus perpetradores, títeres malévolos que esparcen por doquier el agrio tufo y sabor de esta pandemia.
Hoy, en el siglo XXI, muchos creerían que hace tiempo se extinguieron los cromañones, pero basta oír a un hombre instando a su hijo a emplear cualquier recurso para no dejarse “mangonear” por nadie en la escuela, para repensar dicho planteamiento. Los mejores antídotos serán el amor filial, el enfrentamiento a dichas conductas y el destierro de frases como: “¡No haces nada bien!” o ¡“Aprende de Fulano”!
Escuchemos la filosofía pacifista de Gandhi, mediante la que se podía, se puede y se podrá crear un mundo mejor, donde no existan los cavernícolas. Es hora de detener el retorno de la civilización a la barbarie.
0 comentarios