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Isla al Sur

EL VALOR DE UNA MANO EN EL HOMBRO

EL VALOR DE UNA MANO EN EL HOMBRO

Discurso de graduación del Curso Especial de Periodismo para estudiantes procedentes de las Sedes Universitarias Municipales de la capital, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.

LOURDES BENÍTEZ CEREIJO

Una página en blanco y un fantasma azotado por el soplo del silencio era todo cuanto tenía delante mientras pensaba: si el profe Jesús me descubriera en este trance elíptico -rara versión impresa del cine mudo que tanto gustaba a mis abuelos- tal vez me diría: ¡Alumna!, no crea que esa página se va a escribir sola.

Nada tan desafiante como esa sensación común para todo aquel que quiere expresar algo. Tanto el escritor que se dispone a revelar los vericuetos de una novela, el poeta que busca atrapar en sus versos nubarrones y arco iris, como el enamorado que cabalga en la incontinencia de sus sentimientos se han visto detenidos, impávidos, ante la desnudez de una cuartilla.

Por  eso, para espantar los espectros del mutismo, el remedio ideal fue cerrar los ojos y capturar en redes de palabras los recuerdos  trepidantes en la memoria. No se impone la escrupulosidad en los detalles ni la severidad. Nuestra historia es como nosotros: sencilla, aunque no simple.

Un aulita del periódico Juventud Rebelde, la cual evoco como nuestra villa fundacional, agrupó una serie de rostros sin nombre que se espiaban con sigilo. En aquel  momento nos identificábamos como “la gente de Alamar”,  “los de la Sede de 10 de Octubre”…  No éramos más que nuestros respectivos lugares de procedencia.

Fue en ese lugar donde escuché por vez primera aquello de que se es periodista las 24 horas del día. ¿Cómo podría ser eso posible? Un extremismo de la profesión, me dije. ¿Cómo voy a pensar como periodista a la hora de la comida, en el clímax de una cola kilométrica o mientras me dejo llevar por la placidez del sueño? Y de nuevo me pareció escuchar la misma voz: “Alumna, está usted muy equivocada”. Sí, ahora lo sé.

El tránsito fue duro. Pasamos de la ingravidez de un pasado reciente a la exigencia sin miramientos de un presente que marcaba un nuevo comienzo. Aunque no todos lo veíamos con la certeza de las oportunidades que no se dan dos veces. Para algunos, el cielo se unía con la tierra cada vez que en Periodismo Impreso veíamos decoradas, como un lienzo, las cuartillas de los trabajos individuales con aquella tinta roja que tantas pesadillas y ojeras provocó; o cuando las expectativas de una buena nota se hundían constantemente debido a las memorables y bien merecidas calificaciones de cierto profesor.

Entre satisfacciones y reprimendas se consolidaron amistades y vimos pasar amores fugaces. Ese recinto del Poligráfico devino espacio donde confluyeron personajes tan pintorescos como una serpiente de mar, un seudo-francés y un ex-militar que hacía las veces de actor figurante en películas de cine. Incluso, en ese entonces, todavía no tomábamos en serio las cosas y ¿cuántos dolores de cabeza y dudas no provocamos? Dudas que se han pegado a nosotros como sombras de desconfianza. Por tal razón, la mayoría eligió desechar los pronósticos de un futuro incierto como trabajadores de la Antillana de  Acero –recordatorio casi obligado de aquel profesor- e intentar deshacer los nudos del telar, pues ya teníamos por dentro el bichito de la palabra a tiempo.

Algunos quedaron en el trayecto, tal vez porque se dejaron vencer por las dificultades o porque, simplemente, no tuvieron el privilegio de una segunda opción. Los que llegamos hasta este momento y hoy nos encontramos aquí reunidos nos sabemos afortunados. Aprendimos que para que una puerta se abra debemos tocar otras diez antes y estar siempre dispuestos a enfrentar los portazos.

Aprendimos el valor de una mano en el hombro cuando las palabras sobran y las fuerzas se escabullen por los resquicios de la desesperación. Nos une la complicidad de las experiencias compartidas, los lazos de nuevas y buenas amistades y las alianzas casi inalterables que se forjan cuando una persona comparte y hace suyas las lágrimas de un compañero.

Tenemos delante un camino henchido de perspectivas y también de responsabilidades. Depende de nosotros hacer valer los sacrificios realizados por cada uno y por otras tantas personas que nos acompañaron, y los empeños depositados en la posibilidad de hacer de nosotros los mejores profesionales que pudiéramos ser.

Del futuro, decía Benedetti que “de poco sirve arroparlo y menos colgarle collares y pronósticos, brindarle metrallas de manga larga, calzarle prejuicios de siete leguas; de poquísimo sirve ponerle profaces o antifaces o un delantal de música, menos aún la consabida bufanda del viento, el futuro es un niño desnudo y en consecuencia ufano imprevisible (…)”.

Tal vez, en algún momento, todos nos hayamos sentado en el banco del tedio, cautivos de las torcidas cuerdas que teje el tiempo con nuestras vidas, pero eso ni significa que no podamos tomar de la mano a ese infante carente de ropajes que juega con nuestros sueños  y conducirlo por otros senderos en busca de abrigo.

Esperemos que nuestros esfuerzos sean como esos sacrificios que no pretenden recompensa alguna.

 


 

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