HABANA DE PIEDRA Y FIBROCEMENTO
JUSTO PLANAS CABREJA,
estudiante de tercer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación de la
Universidad de La Habana.
Vamos a deambular por La Habana. Sí, sí, olvidemos por un momento el calor insoportable, y el estrés del trabajo, de llevar a los niños a la escuela y de (ponga aquí su propio conflicto). Vamos despacito, que de vez en cuando hace falta. La Habana está llena de calles como Infanta, aunque no todas las calles tienen el honor de atravesar dos municipios legendarios como el Cerro y Centro Habana para morir ahí mismo donde nace el Malecón.
Infanta, como cualquier calle del Vedado o la Habana Vieja, tiene sus capiteles griegos, sus cabezas de animales mirándonos desde cada edificio, los edificios de mármol negro que en otro tiempo servirían de espejo al caminante.
Tal vez algunos mármoles de La Habana Vieja todavía parezcan espejos. A la Habana Vieja la está salvando un milagro, la Oficina del Historiador de la Ciudad ha hecho el milagro de rejuvenecerla. Centro Habana, el Cerro e incluso el Vedado, todavía esperan.
Una tienda de la calle Monte, con ventas en moneda nacional, aguarda con sus vitrinas llenas de flores plásticas y de telas empolvadas. Aguarda mejores tiempos. Dicen que hace mucho exhibía su nombre en un cartel de neón. Ya nadie recuerda los nombres de aquellas tiendas, ya nadie las ve, excepto alguno que se acoge a la oscuridad de sus portales para vaciar la vejiga llena. La calle Monte es una anciana sin maquillaje que huele mal, y huele a tristeza, pero una tristeza llena de encantos.
Las calles más jóvenes de La Habana están enfermas de monotonía. Los edificios de ahora son como los de Alamar. Hicieron un reparto en el Cerro cuyo nombre supera cualquier otro calificativo: "Los Bloques". No solo en el Cerro, ni Alamar, cada municipio tiene sus propios bloques, hasta Playa.
Las columnas murieron en los ochenta cuando comenzaron a construirse estos modelos importados de la Unión Soviética. Los pedazos de vidrio, mezclados con piedra y cemento, remedan el brillo del mármol. Estos edificios no necesitan pintura, no tienen rostros que nazcan de sus muros, ni puertas de madera talladas porque son demasiado caras. Los edificios de hoy todos tienen el cuerpo ortopédico y la misma mirada.
En cambio, los edificios de la Habana Vieja son cada uno un universo. Siempre sabemos cuándo doblar ("Aquí mismo, en la casa de puertas grandes que parecen de la Colonia"); cuándo vamos por buen camino ("Sí, este edificio con balcones que parecen ataúdes yo lo vi la otra vez").
El gusto y la dirección se desorientan en Alamar (bloques, bloques, bloques). El calor de este reparto costero fatiga el cuerpo; su paisaje, el alma. La Habana debería hacerse para caminarla con la vista. La Habana fue hecha para caminarla con la vista; pero los habaneros de ayer no ven la misma Habana que los de hoy. Hasta el Vedado cede a las raíces de los árboles que le dan sombra. Las raíces levantan las calles y entran sin piedad a nuestras casas, como el tiempo. Y hay que cortarlas para que no nos desalojen. A tiempo, para estar orgullosos de nosotros cuando deambulemos por la Habana. Para no tener que bajar la cabeza cuando La Habana nos mire.
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