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Isla al Sur

ADIÓS, FERIA

ADIÓS, FERIA

Texto y foto:

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

Bogotá se vistió de libros es una frase literalmente rimbombante. No creo que la ciudad lo hiciera, al menos no la mayoría de sus gentes, más presurosas por llegar temprano a los varios trabajos que sustenten una vida llevadera, que por anclar en la amplia sede donde cada año se citan los autores afortunados por la impresión de sus textos.

Quizás para muchos la XXI Feria Internacional del Libro en Bogotá fue una opción estupenda para leer una y otra vez títulos fabulosos. Solo los títulos, mientras los libros eran ojeados en los estantes y los bolsillos se negaban a ser arrasados por los altos precios. Una mirada turística podría llevarse la visión idílica de los niños y jóvenes sentados en el piso disfrutando de un libro, pero tras esa imagen habría que encontrar otras razones más terrenales.

No hablo desde la pasión de la crítica estéril, ni porque crea que he visitado otras ferias de su tipo de mayor o menor alcance para las economías individuales. No. Trato de situarme en un equilibrio que permita ponderar la confluencia de textos que van desde lo más clásico de la literatura hasta lo más novedoso del pensamiento universal actual, pasando por presentaciones infantiles de locura. Junto a ese anzuelo que es el festín del conocimiento, una y otra vez habrá que repetir el impedimento de adquisiciones sencillas o múltiples, al menos para la mayoría.

Una buena: los bogotanos aprovecharon al máximo las posibilidades de exhibición con áreas delimitadas en editoriales y géneros que permitieron la búsqueda relativamente eficaz de lo deseado. Ah, la maravilla de las ofertas de las Ciencias Sociales, que no fue la única, pero sí la más cercana a mis intereses. Y habrá que incluir los servicios a los visitantes y las oportunas ofertas gastronómicas para cientos de personas a la vez, estas últimas sin extralimitarse con alzas.

Sin embargo, Japón a todas luces malgastó su liderazgo como país invitado. La enorme nave que se le destinó era todo menos un punto de concierto para la presentación de textos. Los pocos que alcancé a ver se limitaban a unos cuantos volúmenes editados en japonés e inglés. Tal vez hubo más, pero el día de mi visita solo hallé un libro en español, pasado de vista en vista rapidísima, ante la premura de otros para otearlo también, que no otra cosa permitía tan magra propuesta. Lo demás: talleres para confecciones manuales, exhibición de artes marciales, varios estantes con muestras de su riqueza cultural, todo agradable y “mirable”, pero que bien pudo ser expuesto en ferias de otro tipo, o en esta, siempre que se cumpliera con el objetivo primero de traer a esta porción de tierra latinoamericana el acerbo de esa otra también porción de tierra, pero asiática.    

De todas maneras, la sede de la Feria se vio estupenda en su variopinta afluencia de textos de diversas latitudes, en un intento más o menos logrado de promover uniones en los hombres a partir de ese amigo mayor y para la vida que es el libro. 

(Bogotá, Colombia, 6/5/2008)

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