JUSTICO, EL DE LA SIERRA
“Si tuviera la oportunidad de vivir otra vida, emprendería el mismo camino”, afirma el combatiente jubilado Justo Serafín Rosabal.
YINET ROSABAL VIOR,
estudiante de primer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Justo Serafín Rosabal Mejías, llegó a los 23 años semianalfabeto. Como no toleraba los abusos ni las injusticias que cometían los soldados de Batista, se incorporó al Ejército Rebelde y allá, en la Sierra, sus compañeros le comenzaron a decir cariñosamente Justico. El nombre se le quedó para siempre.
Hoy, con 74 años, cultiva la tierra cada día, disfruta como buen campesino cuando una excelente cosecha de su trabajo alimenta a los hijos y nietos, y sus manos aún continúan fuertes y gruesas.
Manzanillero de nacimiento, Justico sigue viviendo intensamente, pese a su enfermedad, males del corazón, y conserva el mismo espíritu que lo llevó a participar en la última gesta emancipadora de nuestra Revolución.
“Lo que realmente siento es haberme enfermado, no creo tener insatisfacción alguna en mi vida, ya que hice más de lo que alguna vez pensé, llevo en mí recuerdos muy tristes y dolorosos de la guerra, y esos jamás los podré olvidar”.
-¿Por qué el interés en alzarse?
Fueron tiempos muy duros para el pueblo, aún más para el campesinado. La guardia rural estaba más represiva que nunca, matando jóvenes, campesinos y mujeres sin motivo alguno. Yo era adolescente en aquel momento y viví en carne propia los abusos e injusticias que se cometían contra nosotros sin causa alguna y me molestaba grandemente no poder hacer nada al respecto.
Esas injusticias influyeron para emprender el camino hacia a la Sierra, ya que si te dijera que fue por motivos políticos, mentiría, no tenía entonces ningún conocimiento acerca de fundamentos políticos.
Cuando decidí partir a la Sierra, mi tío, Ramiro Núñez, me acompañó, y después de tres días de camino, cerca de Jeringa, me dijo que no me moviera del lugar, que él iba a dar un recorrido por los alrededores y que lo esperara. Allí estuve más de un día, pero nunca regresó. Entonces no me quedó otra alternativa que continuar solo. Gracias a la ayuda de un campesino de la zona que me brindó comida y agua, fue que pude seguir, estaba muy débil.
-¿Cómo encontró al Ejército Rebelde?
En la loma de Caracas se encontraban de guardia Ramiro Valdés y Efigenio Ameijeiras, quienes al verme me detuvieron inmediatamente. Después de varias preguntas fui conducido cerca de un arroyo, donde estaban otros compañeros, entre ellos, el doctor Martínez Páez, con quien tuve una gran amistad posteriormente. No quedé mucho tiempo preso. Desde ese momento pasé a ser uno más de la guerrilla.
-¿Cuáles fueron sus primeras tareas o acciones dentro de la guerrilla?
Como miembro del campamento la primera función que realicé fue la de mensajero, bajo las órdenes de Celia Sánchez. Así estuve hasta finales de diciembre de 1957, cuando tuve que dejar esa tarea porque los esbirros de Batista se habían percatado de mis actividades. En esa función conocí al Che y a Fidel, dos hombres muy importantes en mi formación como revolucionario.
La primera arma que tuve fue una pistola calibre 22 que me dio Celia. Más tarde se la regalé a Vilma Espín, conocida en aquel entonces como Débora. Luego fui ayudante de ametralladora con el chino Mariano. Ambos pertenecíamos a la Columna No.1 José Martí, dirigida por Fidel, hasta que fui nombrado primer teniente y me pusieron al frente de una escuadra.
-¿Qué recuerdos tiene de su relación con Fidel en aquellos días?
En uno de los tantos recorridos que realicé encontré un racimo de plátanos y lo llevé al campamento pensando que había hecho algo relevante. Y resultó todo lo contrario. Fui castigado y desarmado por mi superior, Andrés Cueva, ya que según él, estaba desviándome de lo establecido. Solo cuando llegó Fidel y hablamos los tres me volvieron a entregar el arma. Fidel dijo que si había aprendido la lección, no tenía por qué estar desarmado.
-¿Cuál fue el primer combate donde participó?
Fue en la batalla del Jigüe. Allí las tropas del enemigo dirigidas por Quevedo, se apoderaron de nuestras mochilas, las que traían el uniforme, junto con las botas, entre otras cosas necesarias, por lo que nos quedamos casi desnudos.
-¿Y alguna vez resultó herido?
Fui herido por primera vez con fragmentos de un mortero en el combate del Guayabal, pero sin grandes complicaciones. Un compañero, al verme tendido en el piso, enseguida me puso unas pencas de palma y más tarde un campesino me recogió y atendió en su casa.
-¿Qué relación tuvo con la primera escolta de Fidel?
En el combate de Guisa, cuando se rindió la guardia y se tomó el pueblo, Fidel me comunica por medio de Sorimarin que recuperara la mayor cantidad de alimentos posible. Estaba cumpliendo la orden cuando llega Calixto García, enviado por Celia Sánchez, con la tarea de seleccionar a cuatro hombres de confianza para escoltar a Fidel. Escogí a otros tres, esa es la primera vez que se oyó hablar de escoltas para Fidel.
-¿Recuerda alguna otra anécdota de esa etapa?
Son innumerables, pero lo que no se puede olvidar es que todas estuvieron alrededor de la guerra, un pasaje triste y doloroso para nosotros, ya que muchas vidas de combatientes se perdieron. Pero algunas sí vale la pena recordarlas, como la vez que el Comandante Ernesto Che Guevara castigó a Rafael Pérez, por indisciplinas, a siete días sin comer. Entonces Celia, sin que el Che lo supiera, me dio un paquete de galletas para que yo se las suministrara durante la sanción. Más de una vez traté de mediar con el Che, a lo que respondió de que si yo iba a cumplir el castigo por él, que esa era la única manera de levantárselo.
Recuerdo también que en casa de Peñalver, campesino de la zona, Almeida y yo descascarábamos arroz en un pilón para la comida de la tropa. Y con Camilo ocurrió algo muy gracioso, terminado el combate del Jobal, a la hora de comer me eché en el bolsillo dos tamales. Luego me percaté de que Camilo hizo lo mismo y me dijo que había que asegurarse, por si acaso.
-¿Cuando triunfa la Revolución, dónde se encontraba?
En el central Las Américas, en Contramaestre. Allí oímos la noticia por radio de que Batista había huido. Inmediatamente lo comuniqué a Celia y a Fidel. Después me quedé con la tropa cuidando esa zona hasta que iniciamos la marcha en la caravana junto a Fidel. Llegamos a La Habana el 8 de enero de 1959.
-¿Qué servicios prestó al triunfar la Revolución?
Al triunfar la Revolución regresé a Manzanillo, luego mandaron a buscarme y me incorporé a trabajar en el Ministerio de la Agricultura como supervisor general. De ahí pasé para la Fuerzas Armadas Revolucionarias y participé en la lucha contra bandidos en Pinar del Río, Las Villas y Oriente, también combatí en Playa Girón. Finalmente me retiré con el grado de coronel.
Ficha técnica:
Objetivo central: Dar a conocer la vida en la guerra del combatiente Justo Serafín Rosabal.
Objetivos colaterales: Dar a conocer algunos pasajes de la guerra y la relación que tuvo con varios dirigentes de la Revolución.
Tipo de entrevista:
Por su tipo: Clásica
Por su contenido: De personalidad
Por el canal que se obtuvo: Cara a cara. Directa
Tipo de título: Con el nombre del entrevistado
Tipo de entrada: De presentación
Tipo de cuerpo: Clásico
Tipo de cierre: De opinión del entrevistado
Fuentes consultantes: Justo Rosabal Mejías, hijo del entrevistado.
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