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Isla al Sur

MEMORIAS DE MI ABUELO

MEMORIAS DE MI ABUELO

LUIS ANTONIO GÓMEZ PÉREZ,
estudiante de tercer año de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Mi abuelo no fue un gran hombre. No era alto ni fuerte, no destacaba por sobre otros abuelos por sus conocimientos de Historia o por haber combatido en la Sierra o en Girón. Mi abuelo era un viejito común.

Leía su periódico por las mañanas, tomaba su tacita de café, llevaba siempre un mocho de tabaco en la boca y otros cabos distribuidos estratégicamente por los ceniceros de toda la casa, según él, “para tener uno a mano a cualquier hora”. Nada, por cualquier lado que uno lo mire parece que era el más común de todos los abuelos.

Al igual que otros ancianos recorría media Habana en guagua para visitar a familiares y amigos, buscaba el pan a las seis y media de la mañana y se las ingeniaba para cargar él solito los bultos del agro y la bodega. El tiempo libre lo dedicaba a reparar los muebles de la casa, y a su mezcla de café y chícharos.

Abo -como yo lo llamaba- era el “contador oficial” de los bienes familiares. Tenía una habilidad para las cuentas como he visto en pocos, además, era el ayudante principal de su hija agrónoma en el cuidado de las plantas del patio.

Solo una cosa guardaba que, ante mis ojos de nieto, lo llenaba de prestigio. Era un papel grande enmarcado en un cuadro dorado. En él se leía algo así como “... por los cincuenta años de servicio...”. Recuerdo que el viejo vivía orgulloso de su diploma.

Un día no supe más del reconocimiento. Para ser exacto, vi a mi abuelo correr escaleras abajo con el papel grande enrollado en las manos. Luego subió, pero la batalla entre unos soldados de plástico no me dejó ver la sonrisa del viejo cuando, en el mismo cuadro dorado, colocaba una ampliación de una fotografía de su nieto de nueve años.

Mi abuelo murió de un infarto. Fue un sábado. Lo vi por última vez el lunes, me estaba recriminando por algunas malas notas. Ese fin de semana volvía de la beca tras una prueba de Historia. Camino a la casa, compré dulces para mi mamá, para él y para mí. Luego, en la puerta, llanto, llanto... Recuerdo que saqué 100 puntos en aquel examen.

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