LA RÁFAGA DEL LLANO
JESÚS ARENCIBIA LORENZO
Su asignatura preferida no debió ser la Diplomacia. Porque en el idioma labriego de «los nadie, de los ninguneados» no se haría entender bien quien le diera más de una vuelta a las palabras en la boca. Todavía en Naciones Unidas andan buscando el «olor a azufre» que dijo sentir en el podio después de que pasara por allí George Bush o «Buss», como solía llamarlo en su inglés antiyanqui.
Su virtud más preciada no debió ser la contención. Porque al llano corazón del llano, hecho de joropo y espuela, no le sentaba la mesura impoluta; y si había que subir el tono lo subía; y si había que gritar y cerrar el puño ante los cañoneros, lo cerraba, en una ráfaga romántica y contagiosa.
Ni la retórica clásica, ni la cautela política excesiva, ni la plástica elegancia... Ninguna de estas «bellas artes» de la jungla tribunicia eran puntos sobresalientes de su currículum.
Lo de este hombre era otra cosa. Algo raro y genuino que amalgamaba la pólvora del carisma con el fulminante de la humanidad. Algo como de arado entrándole a una tierra virgen en un desafuero de versos, consignas y carcajadas.
Hugo Chávez era un ser primigenio. Un venezolano acabado de salir del molde único, que llevaba el resplandor de los adelantados.
La gente sabía al escucharlo que estaba hablando para ellos, porque interrumpía el más profundo análisis macroeconómico para saludar a Petra o a Jimmy, o mandarle un beso a una de sus hijas, o decirle a la cámara, para que lo viera su padre latinoamericano: «¿How are you, Fidel? Un abrazo para ti»...
Y puede que polarizara en exceso sus consignas; o soñara demasiado cuando se trataba de multiplicar riquezas entre todos; pero nadie podría acusarlo de ilegítimo, de frío, de impostor.
Los cubanos veíamos en él el símbolo extrañado de la revolución naciente; de ir nombrando cosas y haciéndolas de muchos con el fervor quemante de los barbudos de la Sierra Maestra, que partieron en dos la historia universal.
Chávez nos removió a golpe de chistes y picardía de hermano el almidón burocrático que en muchas de nuestras arterias se había ido enquistando. Y más de uno soñamos con él una inyección de socialismo al socialismo. De patria vivificante a patria contenida.
Hugo supo tocar y trocar el cuatro en laúd y el corrido en décima, cuando de agradecer a Cuba se trataba. De él, aprendimos que no hay mayor monumento al buen gobierno que un pobre enarbolando la Constitución; o que la rígida grisura nunca es una política amable.
Y ahora, cuando veo a Evo Morales, el indio Presidente, casi temblando ante un micrófono para decir sin voz unas palabras de despedida a su amigo Chávez, comprendo por qué a las 4:25 de la tarde de este martes rojo, todos hemos sido un poco más huérfanos.
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